Cuando Menley despertó el jueves por la mañana, los rayos de sol penetraban por las ventanas y bañaban con su luz los anchos tablones de madera del suelo.
En su mente se agolpaban los recuerdos de la noche anterior y entre ellos resaltaba el momento en que se dio cuenta de que estaba a salvo, cuando llegaron a casa y Adam llamó a la policía mientras ella corría hacia Hannah.
Una vez la policía se hubo marchado y por fin se quedaron solos, se turnaron para tener a Hannah y abrazarse. Luego, demasiado fatigados para pensar siquiera en cenar, se llevaron la cuna balancín a su dormitorio, incapaces de dejar a Hannah sola en su habitación hasta que los cuartos secretos hubieran sido limpiados y cerrados de forma permanente.
Menley miró a su alrededor. Adam y Hannah aún dormían. Observó alternativamente a uno y a otro, maravillándose ante el milagro que le permitía estar con ellos, saber que se encontraba sana y fuerte.
«Yo puedo proseguir mi vida —pensó—. Mehitabel y Andrew no tuvieron una segunda oportunidad».
La noche anterior la policía había inspeccionado los escondites y dijeron que regresarían para fotografiarlos por si albergaban pruebas útiles para el juicio.
También examinaron el esqueleto. Las hebillas de plata encontradas entre los huesos de los pies llevaban las iniciales T. K., Tobías Knight.
En el cráneo había una hendidura, como si hubiera recibido un fuerte golpe. «Supongo que el capitán Freeman sorprendió a Tobías aquí —pensó Menley—, y al comprobar, o deducir, la verdadera razón de sus visitas nocturnas a la casa, le pegó por haber difundido la mentira que había destruido a Mehitabel. Entonces dejó el cadáver ahí con el cargamento robado. Debió de llegar a la conclusión de que su esposa era inocente, ya que sabemos que el dolor lo corroía cuando se hizo a la mar en plena tormenta. Phoebe y yo teníamos razón. Mehitabel era inocente. Murió proclamándolo y ansiando estar con su hija. Cuando escriba la historia, incluiré también el nombre de Phoebe. Tenía tantas ganas de contarla ella misma…».
Notó que Adam la rodeaba con el brazo y la hacía volverse hacia él.
—¿Te dije anoche que eres una gran nadadora? —preguntó. Luego el tono de broma desapareció de su voz—. Men, cuando pienso que estuve tan ciego y que casi mueres por mi culpa…
Menley posó un dedo sobre sus labios.
—No digas eso. Cuando me dijiste que en la cinta de Bobby no sonaba ningún silbato de tren, empecé a sospechar que ocurría algo. Pero tú no sabías lo que había oído, así que no te puedo culpar por pensar que estaba loca. —Hannah comenzó a revolverse. Menley se inclinó, la cogió y la metió en la cama con ellos—. Menuda nochecita, ¿eh, tesoro?
Nat Coogan telefoneó cuando estaban justo terminando de desayunar.
—Perdonen que los moleste pero nos está costando mucho controlar a los periodistas. ¿Les importaría hablar con ellos cuando nuestro personal haya terminado la investigación que han emprendido?
—Será lo mejor —dijo Adam—. Dígales que necesitamos un poco más de tiempo pero que hablaremos con ellos a las dos.
Unos momentos después volvió a sonar el teléfono, era una cadena de televisión que quería hacerles una entrevista. A esa llamada siguieron otras, de manera que terminaron desconectando el teléfono y conectándolo únicamente lo justo para que Menley llamara a Jan Paley, a los Sprague y a Amy.
Cuando colgó después de la última llamada estaba por completo radiante.
—Amy parece otra persona —dijo—. Su padre no hace más que decirle que ojalá tuviera la mitad de sentido común que ella. Yo pienso lo mismo. Desde el principio sabía que Elaine era una farsante.
—Una farsante muy peligrosa —dijo Adam.
—Amy quiere quedarse con la niña mañana por la noche. ¡Y gratis! Su padre le dará todo el dinero para el coche.
—Pues le tomamos la palabra. ¿Cómo se encuentra Phoebe?
—Henry le dijo que estábamos a salvo y que me sentía muy orgulloso de ella por haber tratado de advertirnos. Está seguro de que ha entendido algo de lo que le ha dicho.
Menley hizo una pausa.
—Qué pena me dan.
—Y a mí —exclamó Adam al tiempo que la rodeaba con un brazo.
—Jan viene para aquí. Ha dicho que traería cosas para comer y que recogería el correo, así que he aceptado.
Cuando llegó la policía para sacar fotos del cuarto secreto, Adam y Menley llevaron unas sillas y el cochecito de Hannah hasta el acantilado.
El agua estaba en calma y resultaba tentadora. Las suaves olas rompían en una arena que se encontraba en sorprendente buen estado, considerando la intensidad de la tormenta de la noche anterior.
Menley sabía que a partir de entonces, si soñaba con aquella noche, el sueño siempre terminaría en el momento en que la mano de Adam agarraba la de ella.
Se volvió a mirar la casa y el balcón de la viuda. El metal de la chimenea brillaba y los rayos de sol salían reflejados y atravesaban las sombras proyectadas por las nubes dispersas. ¿Era realmente aquello lo que había causado la ilusión óptica el día que a Amy le pareció verla?
—¿Qué piensas? —le preguntó Adam.
—Estaba pensando que cuando escriba la historia de Mehitabel voy a decir que estaba presente en la casa, que esperaba que se demostrara su inocencia y que le devolviesen a su hija.
—Si todavía estuviera presente en la casa, ¿querrías tú vivir aquí? —bromeó Adam.
—Casi pienso que ojalá lo estuviera —dijo Menley—. Vamos a comprarla, ¿no? A Hannah le encantará pasar los veranos en Cape Cod como hiciste tú. Y a mí me encanta la casa. Es el primer sitio donde he tenido una profunda sensación de hogar.
—Claro que vamos a comprarla.
A las doce, unos minutos después que se marcharan los fotógrafos de la policía, llegó Jan. Su abrazo silencioso era por demás elocuente.
—El único correo que teníais era una carta de Irlanda —dijo.
Menley la abrió inmediatamente.
—Es de Phyllis —dijo—. Mira, ha investigado a fondo a los McCarthy.
Había un fajo de documentos genealógicos, partidas de nacimiento y de defunción, fotocopias de artículos de prensa y unas cuantas fotografías descoloridas.
—Se te ha caído la carta —dijo Adam, agachándose a recogerla.
La carta decía así:
Querida Menley:
Estoy muy emocionada. Quiero que veas estos documentos cuanto antes. He seguido la pista de tu familia hasta dar con la primera Menley y es una historia fantástica. La criaron los primos de su padre, los Lonford, en Connemara. No se sabe dónde nació pero fue en 1705. A los diecisiete años se casó con el caballero Adrián McCarthy, de Galway, y tuvieron cuatro hijos.
Todavía es visible una parte de los cimientos de su mansión, que se levanta frente al mar.
Debió de ser muy guapa (fíjate en la foto de su retrato) y yo le noto un gran parecido contigo.
Pero, Menley, ahora viene lo mejor. Y es posible que Hannah quiera tenerlo en cuenta si decide que le gusta tu nombre más que el suyo pero no quiere nunca que la llamen «Menley pequeña».
Ese nombre tan inusual se debe a que, cuando era pequeña, tu antepasada no sabía pronunciar su nombre y decía sólo Menley.
En realidad, el nombre que le pusieron al nacer era Recuerda.