Adam dejó la carretera 6 al llegar a la 137. «Otros once kilómetros —se dijo—. Como máximo veinte minutos».
—Si es que te decides a andar —espetó al conductor que unos coches más adelante avanzaba a paso de tortuga. No se atrevía a adelantar. Por el carril contrario circulaba un tráfico moderado y el firme estaba tan mojado que resultaba demasiado peligroso.
«Sólo diez kilómetros», se dijo unos minutos después, pero su sensación de urgencia continuaba creciendo. Ahora atravesaba tramos que estaban totalmente a oscuras.