Henry Sprague estaba sentado en el sofá de la galería con el álbum de fotos en el regazo. Phoebe se encontraba a su lado con aspecto de estar prestando atención. Henry le iba señalando fotos.
—Ésta es de la primera vez que llevamos a los niños a ver el peñón de Plymouth. Cuando llegamos les contaste la historia del desembarco de los peregrinos. Sólo tenían seis y ocho años, pero se quedaron fascinados. Siempre hacías que la historia pareciera una aventura.
La miró. Nada en sus ojos indicaba que hubiera reconocido la escena, pero asintió con la cabeza, deseosa de complacerlo. Habían pasado una noche difícil. Henry despertó a las dos de la madrugada y encontró vacío el otro lado de la cama. Tremendamente asustado, corrió a ver si Phoebe había vuelto a salir de casa. Aunque había puesto unas cerraduras especiales en las puertas, una semana atrás se las había ingeniado para salir por la ventana de la cocina. La encontró justo cuando estaba a punto de poner el coche en marcha.
Aquella noche la había hallado en la cocina con la tetera en el fogón y la espita del gas abierta.
El día anterior había tenido noticias de la residencia. Habría una plaza el primero de setiembre. «Por favor, resérvemela para mi mujer», les pidió con tristeza.
—¡Qué niños más monos! —Dijo Phoebe—. ¿Cómo se llaman?
—Richard y Joan.
—¿Ya son mayores?
—Sí. Richard tiene cuarenta y tres años y vive en Seattle con su mujer y sus chicos. Joan tiene cuarenta y uno y vive en Maine con su marido y su hija. Tienes tres nietos, cariño.
—No quiero ver más fotos. Tengo hambre.
Uno de los efectos de la enfermedad era que el cerebro mandaba señales falsas a los sentidos.
—Acabas de desayunar, Phoebe.
—No es verdad —replicó ella con obstinación.
—Bueno, vamos a prepararte algo. —Cuando se levantaron, Henry la rodeó con el brazo. Siempre había estado orgulloso de su cuerpo esbelto y elegante, del modo en que mantenía erguida la cabeza, de la cariñosa serenidad que transmitía. «Ojalá pudiéramos disfrutar de un solo día más como los de antes», pensó.
Mientras Phoebe devoraba su bollito y despachaba un vaso de leche, él le dijo que iban a tener visita.
—Se llama Nat Coogan y viene por un asunto de negocios.
No servía de nada tratar de explicarle a Phoebe que era un detective que quería hablar con él de Vivian Carpenter Covey.
Al pasar por delante de la casa de Vivian Carpenter, Nat la estudió atentamente. Era de esas casas antiguas típicas de Cape Cod que se habían ido agrandando con el transcurso del tiempo y ahora se extendía por una gran parte de la parcela. Rodeada de hortensias azules y moradas, con las jardineras de las ventanas rebosantes de balsaminas, parecía una casa de postal, aunque Nat era consciente de que seguramente los dormitorios resultaban bastante pequeños. De todas formas, se encontraba en muy buen estado de conservación y se alzaba en un terreno muy cotizado. Según la dueña de la inmobiliaria, Elaine Atkins, Vivian y Scott Covey estaban buscando una casa más grande para la familia que pensaban formar.
«¿Cuánto valdrá esto? —Se preguntó Nat—. ¿A orillas de Oyster Pond y con media hectárea de terreno? ¿Medio millón? Vivian se lo ha dejado todo a su marido, de modo que esto forma parte de la herencia de Scott Covey».
La casa de los Sprague estaba al lado. También era una construcción muy atractiva. Se trataba de un ejemplo de auténtica arquitectura de fines del siglo XVIII, con dos plantas delante, una detrás y un tejado de pendiente pronunciada en la parte trasera. Nat no conocía personalmente a los Sprague pero le gustaba leer los artículos que la profesora Phoebe Sprague publicaba en el Cape Cod Times. Todos estaban relacionados con leyendas de la región. Sin embargo, últimamente no había aparecido ninguno.
Cuando Henry Sprague salió a abrir, lo invitó a entrar y se lo presentó a su mujer, Nat comprendió de inmediato por qué Phoebe Sprague ya no colaboraba en el periódico. «Alzheimer», pensó, y advirtió con compasión los surcos de preocupación que rodeaban la boca de Henry Sprague y el callado dolor que reflejaban sus ojos. Nat rechazó el café que le ofreció.
—Es un momento. Sólo quiero hacerle unas pocas preguntas. ¿Conocía bien a Vivian Carpenter Covey?
Henry Sprague quería ser amable, pero su honradez le impedía ser hipócrita.
—Como seguramente sabe, Vivian compró esa casa hace tres años; lógicamente, fuimos a presentarnos. Como ve, mi esposa no está bien y por aquel entonces su problema empezaba a manifestarse. Por desgracia, Vivian comenzó a aparecer constantemente en casa. Estaba haciendo un curso de cocina y nos traía muestras de los platos que preparaba. Llegó un momento en que mi mujer se ponía muy nerviosa. Vivian lo hacía con buena intención, pero tuve que pedirle que no viniera a no ser que hubiéramos quedado en firme. —Hizo una pausa y prosiguió—: Emocionalmente, Vivian era una joven muy necesitada de cariño.
Nat asintió con la cabeza. Encajaba con lo que había oído comentar a otros.
—¿Conoce a Scott Covey?
—Nos lo presentó, claro. La pobre Vivian y él se casaron muy discretamente, me parece, pero hicieron una fiesta en casa y nos invitaron. Eso fue a primeros de mayo. Estaba la familia de ella y un grupito de amigos y vecinos.
—¿Qué le pareció Scott Covey?
Henry Sprague evitó dar una respuesta directa.
—Vivian estaba radiante de felicidad, cosa que me alegró. Scott parecía muy pendiente de ella.
—¿Volvió a verlos desde entonces?
—Sólo de lejos. Parecía que salían mucho en el barco. A veces, cuando encendíamos la barbacoa de atrás nos cruzábamos alguna broma.
—Ya. —Nat intuía que Henry Sprague le estaba ocultando algo—. Señor Sprague, ha dicho que Covey parecía pendiente de su mujer. ¿Le daba a usted la sensación de que estaba sinceramente enamorado de ella?
Sprague respondió sin problemas a esa pregunta.
—Desde luego actuaba como si lo estuviera.
Pero había más, y Henry Sprague volvió a vacilar. Tenía la impresión de que si le contaba al detective una cosa que había ocurrido a fines de junio podría considerársele culpable de chismorreo puro y simple. Aquel día dejó a Phoebe en la peluquería y vio que Vivian también estaba allí arreglándose el cabello. Para matar el tiempo, cruzó la calle y entró en el Cheshire Pub a tomar una cerveza y mirar el partido de béisbol entre los Red Sox y los Yankees.
Scott Covey estaba sentado en un taburete de la barra. Sus miradas se cruzaron y Henry se acercó a saludarlo. No sabía por qué pero tenía la impresión de que Covey estaba nervioso. Un instante después entró una llamativa morena que debía de tener menos de treinta años. Covey dio un respingo.
—Por el amor de Dios, Tina, ¿qué haces aquí? —exclamó—. Pensaba que los martes por la tarde tenías ensayo.
Ella lo miró atónita, pero reaccionó rápidamente.
—Scott, qué casualidad. Hoy no hay ensayo. Tenía que encontrarme con una gente de la obra aquí o en el Impudent Oyster. Llego tarde, de manera que si no están aquí me voy corriendo.
Cuando se hubo marchado, Scott le dijo a Henry que Tina formaba parte del coro del musical que se estaba representando en el teatro Cape.
—Vivian y yo fuimos al estreno y charlamos un rato con ella en la fiesta que se ofreció en el restaurante del teatro después de la función —explicó con todo detalle.
Henry y Covey terminaron tomándose un bocadillo y una cerveza mientras miraban el partido. A las dos y media Covey se marchó.
—Viv ya debe de haber salido —dijo.
Pero cuando media hora más tarde Henry pasó a recoger a Phoebe, Covey todavía estaba en la recepción de la peluquería esperando a su mujer. Cuando Vivian por fin salió, poco convencida de los reflejos rubios de su cabellera, oyó a Covey asegurarle que no le había importado esperar porque Henry y él habían estado mirando el partido mientras almorzaban. Desde entonces, Henry se preguntaba si habría pasado por alto deliberadamente su encuentro con Tina.
«Tal vez no. Tal vez simplemente no se acordó porque no era importante. A lo mejor fueron todo imaginaciones mías y no estaba nervioso. No seas un chismoso entremetido —se dijo mientras permanecía sentado delante del detective—. No tiene sentido sacar esto a relucir».
«¿Qué será lo que me oculta?», se preguntó Nat mientras le entregaba su tarjeta.