Prólogo

El segundo día las cosas no mejoraron. La fría lluvia caía con fuerza, el sol blancuzco no asomaba ni un ápice por entre los nubarrones bajos, y estaban perdidos. Sin embargo, lo que dio un giro radical al rumbo de la excursión fue el cadáver del animal que encontraron colgando de un árbol. Los cuatro lo vieron a la vez.

Se toparon con él nada más franquear un tronco caído de tantos otros y aterrizar tambaleándose entre los rasposos helechos. Se detuvieron mudos por la fatiga, resollando, empapados de sudor y lluvia. Se pararon debajo del cadáver, encorvados por el peso de las mochilas, de los sacos de dormir y de las tiendas de campaña mojadas, y alzaron la mirada.

El cadáver colgaba flácido en lo alto, fuera del alcance de la mano alargada de un hombre erguido. A pesar de estar expuesto entre el ramaje de una pícea, presentaba un estado tan deplorable que fueron incapaces de discernir qué había sido en vida.

De la enorme caja torácica caía el intestino, húmedo y azulado a la luz que se filtraba a través del follaje de los árboles. El pellejo yacía tendido sobre las ramas de alrededor, con algunos tramos agujereados pero tirantes. Un dobladillo desigual alrededor de una zona central arrugada sugería que le habían arrancado la piel de un rápido tirón desde la espalda. Al principio no se atisbaba una cabeza entre el revoltijo de sangre y carne; hasta que se apreció la sonrisa ósea de un maxilar en el despliegue violento de rojos y amarillos del inesperado trozo de carne. Justo encima de la sonrisa había un ojo, grande como una bola de billar, pero de un aspecto vidrioso y apagado, incrustado en un cráneo colocado de perfil.

Hutch se volvió hacia sus compañeros. Era él quien iba permanentemente a la cabeza del grupo en su marcha por el bosque en busca del nuevo sendero. Había sido idea suya atajar por allí. Se había quedado pálido y sin habla. La impresión que le había causado el hallazgo le hacía parecer en cierto modo más joven, más vulnerable, ya que aquel cadáver mutilado, suspendido sobre sus cabezas, era lo único para lo que parecía carecer de una respuesta en todo el tiempo que llevaban de acampada; lo único sobre lo que no tenía ni idea.

—¿Qué es? —preguntó Phil, incapaz de controlar el temblor de su voz.

Sin embargo, no obtuvo respuesta.

—¿Por qué? —inquirió Dom—. ¿Por qué se le ocurriría a nadie colgar eso ahí?

El sonido de sus voces resultó tranquilizador para tres de ellos, que empezaron a conversar entre sí. Unas veces respondiendo las preguntas que se dirigían unos a otros; otras, únicamente expresando en voz alta nuevas teorías. Solo Luke permanecía en silencio. Mientras hablaban, sin embargo, iban alejándose del animal muerto más rápido de lo que se habían acercado a él. Y en seguida volvieron a sumirse en el silencio, solo roto por sus pies, que hacían más ruido al caminar del que habían hecho jamás durante los anteriores dos días de excursión. Porque el cadáver no despedía olor alguno. Era reciente.