Luke se arrodilló en la hierba y se sentó sobre las pantorrillas, con el rifle cruzado en los muslos desnudos. Cerró los ojos. A un lado tenía a Fenris y al otro, a la anciana.
¿Podría volver a levantarse? No le quedaba más remedio que hacerlo. Necesitaba ropa, y más agua. También vendas, o cualquier cosa mullida y limpia, para envolverse la cadera y taparse el torso. Estaba seguro de que los cortes estaban agrandándose por el movimiento y la respiración. Además, se le estaba agarrotando el brazo izquierdo y apenas podía levantarlo por encima de la cintura. Sus movimientos eran cada vez más lentos; se le estaban agotando las fuerzas. Espiró hasta vaciar los pulmones. Un cigarrillo probablemente lo mataría, pero en ese momento habría matado por uno.
Se volvió y contempló la casa y el tejado puntiagudo. Todavía no había terminado el trabajo. Se levantó con un estremecimiento. Aquello de dar y recibir tenía que terminar. Había que bajar la persiana. Loki había oído hablar de este lugar, así que era probable que no hubiera sido el único. La línea entre el mundo y otro lugar mucho más antiguo era mucho más fina aquí que en cualquier otro lugar; las cosas cruzaban de un lado al otro. Lo sabía. Lo comprendía.
Sus amigos habían sido asesinados atrozmente como presas de caza, como ganado. Habían sido atrapados, rápidamente despachados, les habían arrancado las vísceras y los habían exhibido en los árboles. Había cuentas que saldar. En memoria de sus amigos. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ellos.
¿Por qué la anciana no había llamado a la bestia para que echara a los ocupas de su casa? Luke cerró los ojos. Estaba tiritando. Le dolía la cabeza mientras se hacía preguntas. No había nadie para responderle. No allí fuera. De modo que solo contaba con las suposiciones. Se estremeció como un animalito.
Por el rifle y los cuchillos de caza. Porque la bestia podía haber resultado herida. Ella la protegía. A su madre. Y protegía a la familia ancestral del desván. El trabajo debía realizarse desde dentro, y él era el hombre de dentro. Quizá.
Pero Luke sabía que algunas especies debían extinguirse. Abrió los ojos.
La tiranía de moder y su lamentable congregación debían desaparecer. La bestia era un dios aislado; la última cabra negra del bosque. La que él suponía que era la más joven y presentable de sus hijas había hecho lo que había estado en su mano para que todo funcionara correctamente. Tal vez era la hija que se quedaba en casa para hacerse cargo de la madre. Luke no lo sabía; estaba conjeturando otra vez. Todo eso, no obstante, tenía que acabar. No debía haber más hijos ni padres ni hermanos colgados de árboles. Jamás.
Luke regresó a la casa; las punzadas que sentía en cada uno de sus músculos y tendones tenían su origen en un dolor tan profundo que dudaba que alguna vez pudiera recuperarse. El horizonte de copas de árboles trepidaba en su visión. Extrañamente, también el cielo estaba completamente blanco en ese momento, pero recibió agradecido la lluvia que caía fría y con fuerza. En aquel lugar, la lluvia siempre andaba cerca, aunque a veces se turnaba con la nieve; una y otra vez, hasta la eternidad.
Miró a Fenris. Alargó la mano hacia él, agarró el mango pegajoso de la navaja suiza y tiró de ella para extraerla del cuello del chaval. El cadáver de Fenris se incorporó con la cabeza caída, como si Luke estuviera moviéndolo con una mano, y luego volvió a caer desplomado sobre el suelo cubierto de sangre. Luke clavó la navaja en la hierba un par de veces para limpiar la hoja.
Una vez en el porche, soltó el rifle y la navaja, se quitó el vestido blanco y lo dejó caer sobre el horripilante rostro de Loki. Sin embargo, se dejó la corona de flores secas ceñida a la cabeza; tenía la sensación de que le ayudaba a que sus pensamientos no se dispersaran. Y luego recorrió con la mirada el vestíbulo hasta que sus ojos se detuvieron en la escalera.