Capítulo 62

Cuando lo sacaron de la habitación, estaba completamente desnudo, salvo por las bridas en las muñecas y los tobillos. Ellos estaban torpes y borrachos; aturdidos.

Luke no forcejeó mientras Loki y Fenris lo acarreaban por el estrecho pasillo y lo bajaban por la escalera angosta e inestable porque no quería que lo dejaran caer. Estando a un metro del suelo duro, sin brazos ni piernas a su disposición y con la cabeza por delante, la idea de golpearse contra todos los cantos afilados y las esquinas de madera lo ponía de los nervios.

Solo cuando lo sacaron fuera, al aire frío y húmedo bajo aquel cielo en plena transición del gris al negro, se revolvió. Dentro del claro de hierba y engullido por la sombra puntiaguda de la vetusta casa negra, sacudió repentinamente hacia atrás las piernas utilizando la fuerza de las caderas y consiguió desembarazarse de los brazos de Fenris, que lo sujetaba contra su costado como si fuera una pesada alfombra enrollada. Luego se contorsionó entre los brazos blancos de Loki, de modo que quedó de cara al suelo antes de que lo soltaran sobre la hierba húmeda.

Aterrizó de rodillas; intentó levantarse, pero inmediatamente cayó de costado. En medio de la fría y húmeda hierba, se tomó un momento para considerar su siguiente movimiento.

Fenris lanzó su risa prolongada y estridente hacia el cielo oscurecido.

—¿Adónde irás, Luke? —preguntó Loki, sin aliento pero en un tono nostálgico.

La hoguera crepitaba y chisporroteaba y lanzaba a lo alto del cielo sus lenguas anaranjadas. Ráfagas ardientes de chispas y de trozos de hojas trepaban por el aire, se retorcían y se extinguían tras convertirse en destellos rojos.

Sonaba la música violenta. El ruido se veía atenuado al ser absorbido por la tierra pero, aun así, la algarabía que se propagaba tronando y crujiendo por el bosque frío y sin sol bastaba para que lo que fuera que deambulaba por aquella terrible tierra negra se enterara de que esa noche estaba tratando con Frenesí Sangriento.

El rifle estaba apoyado contra la baranda del porche, quizá como una medida de seguridad por si Odín no supiera distinguir entre el sacrificado y los elegidos. En la penumbra del porche, sentada en una diminuta silla de madera, la anciana observaba a Luke con sus ojos negros brillantes por el reflejo de las llamas, cuyas sombras oscilaban suavemente sobre su cara inexpresiva.

Para colocarlo en la cruz tendrían que cortarle las tiras de plástico de las muñecas; esa sería su última oportunidad. Llenó los pulmones cuanto pudo y se puso de rodillas de una sacudida. Intentó que la orina no se le deslizara por las piernas. Pero fracasó. El fluido manaba caliente, como la vida, que lo abandonaba, que lo bañaba.

El oscuro crucifijo tenía un aspecto enclenque, frágil. Se preguntó si aguantaría su peso, y se imaginó la farsa y la ridiculez de su muerte sobre un crucifijo invertido que no se mantenía derecho.

—¡Oh, Dios mío! —dijo sin poder reprimir la exclamación alarmada cuando pensó en los clavos largos y en el mazo, en los brazos largos y delgados llenos de tatuajes de Fenris blandiendo el martillo a la luz agonizante.

Sin embargo, atisbó junto al crucifijo unos rollos de cuerda vieja, delgada como la utilizada para tender la ropa, y rezó por que estuvieran destinados a sus muñecas y sus tobillos.

Sobre el fondo de los árboles, más oscuros a medida que la luz se retiraba como una marea por las raíces y los helechos del bosque, la cruz invertida adquiría un aspecto demasiado básico, como de imitación siniestra, de accesorio de una película de terror mala y barata protagonizada por un grupo de actores aficionados con tendencia a la sobreactuación y con las caras pintadas. Resultaba poco estimulante y no causaba ninguna impresión, como un lugar o un artilugio que hubiera adquirido un estatus de culto que no buscaba y que siempre decepcionaba. Menuda manera de morir. Debería haber sido algo divertido, y sin embargo era triste y deprimente.

—Escucha, Luke. No tienes adónde huir —dijo Loki con el aliento recuperado—. Tienes los pies atados. Así que no hay manera de que escapes. Si opones demasiada resistencia, tendremos que… eh…

—¡Hacerte perder el puto conocimiento! —gritó Fenris.

—Más o menos —repuso Loki—. Lo único que puedo hacer por ti es ofrecerte la última copa, amigo.

Loki se desenganchó el cuerno del que bebía del cinturón plateado con cartucheras y lo sostuvo bocabajo por encima de la cara de Luke, quien recibió de buen grado su agrio fuego alcohólico en la boca, la garganta y el estómago. Movió la barbilla para dirigir el chorro salobre directo a su gaznate. Y entonces el alcohol le provocó arcadas antes de difundir una generosa oleada de calor por sus tripas. También le provocó un mareo; como si fuera la primera bebida fuerte que hubiera tomado jamás. Aquello no era más que alcohol puro cortado con zumo de naranja endulzado y dejado reposar en cubos por una pandilla de desesperados. Se encogió y tosió, devolviendo una parte de la bebida ingerida.

Los Frenesí Sangriento también habían realizado un esfuerzo especial esa noche dada lo excepcional de la ocasión; no era frecuente que conocieran a una deidad ancestral del bosque. Loki y Fenris se habían engalanado con una plétora de cadenas alrededor de la cintura y se habían cubierto los brazos hasta los hombros con brazaletes con tachuelas; de hecho, en sus bíceps brillaban auténticos clavos. Ambos llevaban camisetas de su banda, con la fotografía del lago penumbroso y las letras rojas y puntiagudas estampadas. Se habían puesto maquillaje blanco nuevo en las caras. Se habían pintado unas cuencas oculares negras y habían conseguido dotar a sus rostros de una alargada expresión tiránica torciendo artificialmente hacia abajo sus bocas. Solo Surtr estaba desnuda. No llevaba tatuajes en su cuerpo bajo y rechoncho, aunque se había colocado unos pendientes plateados en los labios de sus genitales.

Fenris giró a Luke con la suela de la bota para tumbarlo de espaldas. Loki lo agarró de los tobillos y tiró de él, arrastrándolo por la hierba húmeda hasta la base del crucifijo.

Tal vez tenía aspecto de enclenque, pero los dos muchachos tuvieron que emplear todas sus fuerzas para extraer la cruz del hoyo y luego bajarla al suelo; por lo menos sabían algo sobre cimientos.

Fenris pilló a Luke observándolos mientras bajaban lentamente el crucifijo para tenderlo en el suelo.

—Bonito, ¿eh? ¡Black metal de la vieja escuela!

Cuando el crucifijo estaba a no más de un metro del suelo, lo dejaron caer con un porrazo sobre la hierba al lado de Luke, listo para atarlo a él. Luego hicieron rodar su cuerpo empujándolo con las manos, hasta que Fenris lo cogió por los tobillos y lo arrastró hasta el pie del largo tablón vertical.

Loki llamó a Surtr, que enfiló hacia ellos por la hierba en completo silencio. Cuando Luke la vio de cerca, reparó en que la pintura blanca, roja y negra de su rostro habían compuesto a la perfección una sonrisa que expresaba toda la maldad y la crueldad que la chica había tenido la habilidad de trasladar a sus facciones. Aun sin maquillaje, Surtr no necesitaba demasiado para parecer odiosa. «¿Se sentirá así por dentro?», se preguntó Luke totalmente desesperanzado, y recordó lo que había visto en sus ojos cuando lo había atacado; su cercanía le ponía los nervios de punta.

¿Qué les pasaba a aquellos chicos? ¿Qué les había hecho él?

Su estómago se revolvió al pensar en el profundo desconocimiento que tenían de él. Absoluto.

Los odiaba.

Le ataron los tobillos a la cruz de madera y notó el contacto horroroso de las pantorrillas y los talones con la superficie dura, astillada y sin tratar. Surtr se sentó sobre su torso, de cara a él y con sus nalgas apretadas contra las manos de Luke. Loki le oprimió la garganta con una bota. Eran rápidos. Y metódicos. Eran unos asesinos. «Asesinos», Luke repitió mentalmente la palabra y se quedó helado.

Y entonces un cúmulo de imágenes de todo lo que estaban arrebatándole se sucedieron atropelladamente en su cabeza: vio la cara sonriente de su madre, a su perrito Monty —con su cabeza blanca ladeada justo antes de ir de paseo—, a su hermana, a su padre, a la guapa Charlotte en la terraza del bar —con sus botas hasta las rodillas y sus incisivos ligeramente salidos, demasiados sexys como para no insinuarse—, su colección de CD, la estantería Billy de Ikea con todos sus libros de tapa blanda, la cerveza auténtica de la Fitzroy Tavern… La película de su vida concluyó con un sollozo. Apretó los ojos cerrados y lanzó un gruñido desafiante.

Cuando tuvo los tobillos fuertemente atados a la tosca madera del tablón con la cuerda para tender la ropa, no podía mover un ápice los pies ni las piernas de rodilla para abajo.

Apenas si podía respirar tampoco con el peso del cuerpo Surtr sobre el diafragma; en el estómago notaba el frío metálico de sus genitales desnudos.

—¡Pandilla de apestosos! —espetó Luke cuando se dio cuenta de que no sería capaz de sacudir y golpear con sus manos.

Surtr le apretaba los sobacos con los talones de sus piececitos regordetes, de modo que cuando Loki se colocó detrás de la chica y por fin cortó la tira de nailon que le ataba las muñecas, Loki y Fenris lo tuvieron fácil para cogerle cada uno una muñeca y separarle los brazos para pasarle la camisola pestilente por la cabeza. Surtr retiró su peso aplastante del pecho de Luke y ayudó a los chicos a enfundarle la camisola; y Luke quedó encapuchado con la sangre rancia de los pobres desgraciados que habían muerto envueltos en aquella horrible prenda antes que él.

Loki y Fenris tiraron de los brazos de Luke para introducirlos en los estrechos orificios del blusón; le estiraron los brazos, deslizaron su cuerpo por el crucifijo y le tiraron de las manos para llevarlas a los extremos del tablón horizontal. Y cuando llegó el momento de atarle las muñecas, la chica dejó que su considerable peso recayera sobre las rodillas que le inmovilizaban los hombros, lo que inmediatamente provocó la punzada de dolor que presagiaba la dislocación de sus extremidades. Sin fuerzas y mareado, Luke no tuvo más remedio que quedarse quieto y dejarles hacer.

Quería llorar y suplicar y rogar en ese mismo momento; sin embargo, gritó para dominar el dolor y la frustración que lo asolaban.

Loki le envolvió una muñeca con la cuerda mientras Fenris le ataba la otra. La cuerda fina y tensa le abrasaba y le rajaba la piel, y lo fijaba a aquella cruz sobre la hierba húmeda, bajo un cielo en el que se desvanecía rápidamente el último rayo de luz.

Cuando Surtr retiró con torpes movimientos sus rodillas rechonchas, Luke entendió que no habría un último forcejeo; una última lucha enconada para darles algo por lo que recordarle.

Fenris sonrió y Loki frunció el ceño, y a continuación ambos estaban partiéndose la espalda para levantar el largo crucifijo con Luke fuertemente atado a él. Luke se sacudió y se revolvió contra la tosca madera mientras lo alzaban del suelo. La parte delantera de la diminuta camisola blanca y pestilente se deslizó hacia su cara, y su pene y sus huevos quedaron terriblemente expuestos al aire nocturno. Se sentía como un bebé; infantilizado. No había dignidad en su final. Odió a aquellos chicos con todas sus fuerzas; solo le quedaba la esperanza de desmayarse para privarles de sus gritos postreros, de su terror abyecto en el final de su vida.

Por fin lo colocaron bocabajo. Luke miró hacia donde acababa la prenda estropeada por la sangre y vio el cielo negro encima de los dedos mugrientos de los pies. Dejó caer de nuevo la cabeza sobre la madera y miró la hierba que casi le rozaba el rostro. Unas botas con tachuelas se congregaron cerca de sus ojos. La presión de la sangre circulando por su cuerpo del revés rápidamente le alcanzó la cabeza. Y precisamente en la cabeza le colocaron la rasposa corona de flores, encajándosela de abajo arriba. Ahora lo martirizaban con aquel halo de pétalos secos.

Y entonces se pusieron a chillar, berreando sus canciones estridentes e ininteligibles. Bebieron de cuernos y sacudieron sus brazos escuálidos hacia el cielo que Luke veía por encima de las plantas de los pies.

—¡Vas a morir en la cruz del falso mesías, Luke! ¡Esto es emocionante, maldito nazareno! —le espetó Fenris en la cara.

Luke arrugó el rostro involuntariamente. Pensó que iba a perder el control y se reprimió. Luego intentó bajarse. Como un tonto, intentó bajarse del gigantesco crucifijo invertido. Entonces sollozó. Y luego gritó. Y entonces perdió la cabeza; vio cómo lo abandonaba, como un líquido evaporándose, antes de que todo se volviera negro y de tonos rojizos y brotaran más gritos en su interior. Perfecto. No quería la cabeza. No quería la razón, ni la lucidez, ni nada que le permitiera comprender cabalmente lo que pronto aparecería para llevárselo a aquel bosque oscuro mientras él colgaba bocabajo de una cruz negra.

—¡Vuestra banda es una mierda! —les gritó. Y rompió a reír como un loco—. ¡Sois unos retrasados sin talento! —Algo del alcohol que había tragado se deslizó por su garganta y se precipitó hasta su boca, donde Luke sufrió su sabor a ácido de pilas. Escupió el contenido de la boca hacia los chicos.

El mundo del revés giraba a su alrededor; el fuego caía sobre el cielo; el bosque interminable colgaba del suelo y las raíces impedían que los árboles se precipitaran sobre el manto infinito de oscuridad nublada. Luke se sentía como si estuviera suspendido sobre un vasto océano, a punto de ser soltado al agua, y no divisara tierra en ninguna dirección. Si ahora lo dejaban caer, sabía que se zambulliría directamente en el cielo.

Fenris intentó contraatacar. Luke estaba empezando a tocarle la moral otra vez, y lo sabía. El escuálido Fenris con cara de comadreja tenía cuentas pendientes con él y no era de los que permitían que sus víctimas lo desafiaran.

—¡Eh, Surtr! —gritó a la figura inquieta que se golpeaba a sí misma alrededor del fuego con la cara pintada—. ¡Yo moriré, pero tú seguirás gorda y fea! ¡Pareces una rana, foca asquerosa! ¡Nunca he olido nada peor que tu chumino! —gritó con la garganta irritada.

Loki sujetaba a Fenris, que parecía un mono bonobo con la cara blanca que hubiera enloquecido durante un experimento.

Luke gritó al cielo, a la tierra, al bosque infinito. Quería estar loco y gritando cuando él apareciera con el cuerpo pegado al suelo, raudo, ansioso.

—¡Ven de una vez, apestoso cabrón! ¡Vamos! —Le mordería la cara con el último hálito de vida.

En seguida se quedó sin fuerzas; empezaba a sentirse mareado. Tenía la cabeza hinchada, y caliente, y asolada por los picores.

Loki estaba llamando a la anciana. Estaba furioso con ella, aunque a la mujer no parecía importarle y seguía sentada en silencio en su sillita. Loki soltó a Fenris, que salió disparado hacia el porche directo hacia la diminuta anciana. También se puso a gritarle; apretó los puños blancos y los agitó dirigidos a la mujer. Loki suplicó a la anciana y luego gritó a Fenris, que se volvió hacia él. Algo pasaba entre ellos. Entonces Surtr enfiló lenta y pesadamente hacia donde estaba teniendo lugar la discusión y gritó también a Fenris.

La anciana se levantó y regresó al interior de la casa, cerró la puerta y dejó a los chicos discutiendo fuera y a Luke colgado bocabajo en la cruz.

Finalmente, la violencia de sus voces empezó a decaer. Loki murmuró algo a Surtr, que enfiló con paso solemne hacia el reproductor de CD y apagó súbitamente la música. Ni siquiera el fuego parecía arder ya con fuerza. Los chicos permanecieron quietos, simplemente cogiendo frío, envueltos por el aire húmedo y gélido de la noche. También el bosque guardaba silencio. Igual que la anciana: silencioso, viejo e indiferente.

Sin embargo, el bosque no estaba completamente vacío. A Luke se le abultaron y se le amorataron los ojos por la horrible presión sanguínea en la cabeza, y su visión se oscureció a la misma velocidad a la que desaparecía la última imagen que captaba. Pero vio sus rostros; los rostros pálidos y con los ojos rosados que reflejaban los destellos de la hoguera mientras las diminutas personas blancas lo observaban.

Lo observaron y luego desaparecieron.