Capítulo 58

De nuevo volvían por él. Todos.

Al otro lado de la puerta de su habitación, Fenris parloteaba, los pies descalzos de Surtr dejaban marcas en el polvoriento suelo, las pesadas botas de Loki retumbaban en todos los espacios huecos, y los pies diminutos y ruidosos de la anciana encabezaban la extraña procesión de los Frenesí Sangriento por la penumbrosa casa.

Salvo por la proclama que había hecho en el exterior de la casa aquella mañana, Luke no había oído hablar a la mujer. Sin embargo, ahora parecía molesta por algo. Dado que era una criatura tan callada, no cabía duda de que había querido que su voz se oyera en el enfrentamiento que había tenido lugar en la planta baja y que había precedido aquella bulliciosa peregrinación de sus anfitriones con destino a su habitación.

Había regañado a los chicos, y su voz avejentada con su peculiar modulación cantarina se había elevado hasta las vigas que se mantenían en la penumbra en el techo. Luke supuso, y no podía evitar alimentar la esperanza de ello, que la mujer estaba suplicándoles que no hicieran algo que los chicos se proponían; como, quizá, matarlo en la que debía de ser —había llegado a la conclusión— su casa. Pero entonces se le apareció el minúsculo rostro implacable de la anciana y dudó que su propia vida le importara lo más mínimo a la diminuta criatura. Así que podría ser que su diputa con Loki fuera por un motivo que no tenía nada que ver con eso. Fuera cual fuera la causa de la discusión, Luke estaba aterrorizado.

La relación de la anciana con los jóvenes le tenía intrigado. No eran parientes ni amigos; también podría no estar aliada con ellos. Durante la discusión que había oído desarrollándose en la planta baja, Luke había empezado a intuir, o incluso a imaginar esperanzado —aunque la esperanza era algo peligroso de lo que desconfiaba enormemente— que su papel era el de una anfitriona que había aceptado serlo a regañadientes, una cómplice condescendiente en el mejor de los casos. Y tal vez Loki se había encontrado con la oposición terca de la anciana anfitriona a su intención de mostrar a Luke lo que había amenazado con compartir con él inmediatamente.

A raíz de su intento de fuga de aquella mañana, le habían atado las muñecas y los tobillos con bridas de plástico, de modo que esta vez no habría posibilidad de pelea. Cuando había intentado huir hacia el bosque, le habían privado del último privilegio de libertad que le quedaba.

Se abrió la puerta de la habitación.

Luke mantuvo una expresión impertérrita en el rostro y simplemente miró a los ojos a la anciana. Esta le sostuvo la mirada, con la boca minúscula cerrada en un gesto adusto.

Tanto Loki como Fenris llevaban un cuchillo ceñido a la cintura, pero no habían traído consigo el rifle. Fenris le cortó la tira de plástico que le ataba los tobillos para que pudiera caminar.

Lo arrancaron de la cama tirándole de las muñecas atadas y lo sacaron a empellones de la habitación. Una vez fuera, lo arrojaron por el pasillo que había a la derecha de su habitación para hacerlo subir hacia las entrañas penumbrosas de la casa, en vez de llevarlo abajo y sacarlo al aire libre.

Al final del angosto pasillo estaba la anciana, bloqueando el acceso a una escalera, tan pequeña y estrecha que Luke imaginó que se había construido expresamente para el uso de niños. A la luz ámbar de la lámpara que llevaba Loki, los ojos hundidos de la anciana despedían un brillo negro de ira no carente de aprensión, como la de una madre temerosa por la suerte de sus niños.

Entonces la anciana y sus ruidosos pies dieron media vuelta y avanzaron pisando fuerte delante de Loki, como si de repente estuviera ansiosa por ser la primera en subir por aquella escalera. Ahora que había comprendido que no podría doblegar la impaciencia traviesa ni la voluntad insolente de los jóvenes, parecía moverse demasiado rápido sobre sus piececitos ruidosos para la edad que tenía. Para Luke, el apremio de sus piernas ocultas bajo el vestido ajado, cuyo dobladillo iba barriendo la escalera, y la visión de su cuerpo menudo coronado por aquella cabeza cana con el pelo corto y desarreglado zambulléndose en la penumbra componían una imagen tan desagradable y desconcertante como lo habría sido ver una muñeca cobrando vida de repente.

Luke fue obligado a subir y sumergirse en el aroma a viejo. Fenris lo empujó desde detrás y él se incorporó a trompicones a la estela desgarbada de Loki por la estrecha y oscura escalera, en cuyos confines el calor recordaba el hálito de una boca sin lavar. El desván poseía su propio aliento, que descendía lleno de polvo y con el tufo penetrante de los huecos del techo donde el aire viejo se acumulaba bajo maderas combadas y se cargaba con las emanaciones de la carne petrificada. Luke reconoció el olor impregnado del tufo de pequeños cuerpos (pájaros y roedores) disecados hacía mucho tiempo y cuyo mal estado los había convertido en un residuo perenne. Era el mismo hedor que lo había asaltado en el altillo lleno de ratas muertas de un apartamento que había alquilado una vez en West Hamsptead.

Sintió que se le iba a salir el corazón del pecho cuando advirtió el olor, y le empezaron a escocer los ojos porque era incapaz de pestañear a medida que los empujones lo acercaban al final de la escalera. Había algo viviendo arriba; lo había oído por las noches. Y el hecho de que estuviera viviendo allí, en medio de aquel horrible hedor a putrefacción, lo convencía de que no quería verlo.

Loki las pasó canutas delante de él, ya que su avance se veía dificultado por las contorsiones y los roces de su cuerpo contra el entarimado avejentado y las tablas de madera y el yeso seco que se hinchaban y combaban a los lados de la escalera. La luz ámbar de la lámpara de aceite que sujetaba Loki arrojaba entre las piernas del joven un cálido resplandor escalera abajo, y durante unos instantes, Luke pudo ver sus propios pies en los diminutos escalones, desgastados y descascarillados en su parte central.

La chica se había quedado abajo; su cara rechoncha tenía un gesto adusto, como de recelo, o incluso de miedo. Sus descoloridos ojos azules expresaban el sobrecogimiento que le provocaba aquello a lo que sus colaboradores estaban empujando a Luke. Allí arriba había algo que sin duda ella había visto y no quería volver a ver.

Pero Luke continuó ascendiendo, a regañadientes, a trompicones, empujado por Fenris y tirado por Loki hasta la entrada del espacio oscuro.

Dentro, la única luz que había era el halo de la lámpara de Loki, quien de repente la tapó con una de sus enormes manos, antes de rebajar la intensidad de la llama que ardía dentro de la pantalla de cristal, como para proteger unos ojos excesivamente sensibles a la luz.

No más que un hilo de luz turbia se filtraba por una teja suelta del techo bajo. Estaban en la parte más alta de la casa; en la cumbre de todo su misterio y su horror. Las paredes, las escaleras y las vigas torcidas de la vieja estructura que tenían debajo la sostenían, pero también ocultaban lo que había allí arriba; lo protegían; preservaban tanto a lo que fuera que hubiera como a su determinación de perpetuidad. Y Luke podía saborear ahora, literalmente, la inminente revelación que habría preferido ahorrarse. Estaba tan aterrorizado que ni siquiera podía tragar saliva. Intentó sin éxito arrancar de su mente los recuerdos de lo que todavía podía encontrarse en aquellos lugares ancestrales, entre los árboles más viejos de Europa.

Loki y Fenris se sumieron en un silencio cumplido cuando entraron en el desván.

Una mano apestosa que apareció por detrás de Luke se enroscó alrededor de su cara y le tapó la boca para asegurarse de que también él guardaba un silencio respetuoso. Pertenecía a Fenris. La mano escuálida y sucia permaneció allí, apretada contra sus labios. Un codo huesudo y un pecho se pegaron a su espalda y lo obligaron a adentrarse en la oscuridad. Luke bajó la mirada para verse los pies descalzos y hacerse una idea de por dónde pisaban.

En algún lugar a su izquierda brillaba la luz ámbar. Loki había dejado en el suelo su vieja lámpara de aceite y se había acuclillado a su lado con la espalda encorvada rozándole el techo inclinado. El gigantón miró fugazmente a Luke a los ojos aterrorizados y luego apartó la mirada y levantó la lámpara para dirigir su débil rayo de luz hacia el espacio del desván para que Luke pudiera verlo. Para que pudiera verlo todo.

La repugnante luz reveló el espacio a los ojos de Luke, que solo deseó cerrarlos y mantenerlos así. La lámpara iluminó un desván largo y de forma rectangular con unas paredes inclinadas en toda su extensión. El techo era bajo y con dos vertientes que partían de una viga central bajo la que Luke apenas si podía mantenerse erguido. La zona más lejana de la estancia se mantenía en penumbra, pero Luke veía en su totalidad lo que tenía a ambos lados.

El horripilante monumento que habían encontrado en el bosque, la iglesia, no era lo suficientemente bueno para ellos. Por algún motivo que escapaba a su entendimiento, habían tenido que traer de vuelta a casa a esos muertos y exhibirlos allí arriba.

Unos cuerpos pequeños, escuálidos, se mantenían erguidos apoyados contra las paredes o permanecían sentados con las piernas cruzadas y con sus rótulas relucientes. Había cabezas sin pelo inclinadas a modo de reverencia; bocas que colgaban abiertas y que dotaban a sus rostros apergaminados del aire de ausencia de quien está dormido.

Eran personas pequeñas cuya ropa se había oscurecido o adherido al esqueleto; en algunas, la vestimenta se había descolorido y ahora caía holgada y polvorienta sobre sus figuras magras.

Varios cuerpos estaban atados juntos con andrajos para que sus brazos se mantuvieran sujetos a los costados. Más allá, sin embargo, había burdas cajas de madera llenas de huesos, con los cráneos esféricos amontonados sobre los huesos polvorientos de extremidades desprendidas. Otros ocupantes del relicario se hallaban reducidos a meros montones de huesos, polvo y basura sobre el entarimado del suelo. Había otras figuras comprimidas en pequeños baúles, en su mayoría con el cuerpo completo, la piel oscura y con aspecto de cuero curtido, y con la cabeza sin pelo asomando de las paredes grabadas de los viejos cofres. Otra figura se había colocado de un modo grotesco sobre lo que parecía la corteza plateada de un abedul, en cuyo borde permanecía sentada con una sonrisa eterna en la boca.

Adentrándose un poco más, empujado con insistencia por Fenris, Luke descubrió otra media docena de figuras erguidas con las cabezas amarillentas. Sus bocas sin labios parecían a punto de ponerse a hablar, y sus ojos apergaminados, a pesar de que habían sido privados de la visión, parecían alzarse en la oscuridad como anticipándose al regreso de la luz. Sus vestimentas estaban negras y su carne permanecía tirante, adherida a los huesos debajo de la ropa petrificada, aunque todavía no se había endurecido; aún no estaba fosilizada. El brillo de su piel sugería una suavidad que Luke preferiría no haber notado.

Vio a la anciana en el fondo del desván, si bien su rostro era inescrutable. Su cuerpo aparecía oculto parcialmente por las sombras junto a dos figuras acurrucadas, envueltas en un tipo de atuendo o toga negro. Ambas estaban sentadas en unas pequeñas sillas de madera. Sillas antiguas. Sillas para niños. Una al lado de la otra, como un rey y una reina diminutos sepultados en una especie de panteón sin ventilación para honrar su vida después de la muerte.

Luke recordó fragmentos de un sueño reciente. Le vinieron a la cabeza los sonidos que había oído al otro lado del techo de su habitación durante la noche. Notó el empeoramiento de su ya maltrecha salud mental, que se escabullía junto con su raciocinio en un ataque de pánico silencioso.

Y entonces empezaron los susurros. A su espalda. A su alrededor. Con una cadencia melodiosa. No más fuertes que el ruido de una rata arañando el suelo; aun así, el más débil de los coros de bocas de lo más secas estaba decido a ser escuchado. Imposible.

Det som en gang givits ar forsvunnet, det kommer att atertas —dijo Loki desde un rincón.

Det som en gang givits ar forsvunnet, det kommer att atertas —repitió Fenris en el oído de Luke.

Luke pensó, o imaginó —porque nada puede vivir tantos años—, que había visto moverse algo en aquellas sillitas.

Forzó la vista, dificultada por la escasez de luz. Otra vez. Una de las cabezas secas tembló y una barbilla puntiaguda se alzó suavemente. Se oyó un roce de papel viejo, y luego un suspiro.

Fenris le empujó las piernas, que apenas sentía, para acercarlo a las figuras. Las asquerosas siluetas de los antepasados demacrados y destrozados lo observaban desde ambos lados. Luke detectó más indicios de movimiento a su alrededor, como las hojas de un árbol acariciadas por la más leve de las brisas. Para reprimir el grito se dijo que aquellos espeluznantes movimientos se debían únicamente a las oscilaciones de la luz ámbar que provocaba el vaivén de la lámpara. Sin embargo, se sentía incapaz de volverse para confirmar la esperanza nacida de la desesperación de que los sutiles temblores de las figuras apergaminadas y momificadas no eran más que una ilusión, creada por la luz de la lámpara o por una corriente de aire propiciada por la antigüedad de la estructura de madera de la casa. Pero esas conjeturas cesaron rápidamente, pues las figuras sentadas en sus tronos en miniatura acapararon de pronto toda su atención.

Una pequeña boca se abrió y dejó al descubierto sus encías desdentadas, delgadas como cartílagos. Precedido por un temblor, los párpados de un ojo se abrieron en el abismo de su cuenca ocular, y un ojo negro despidió un débil brillo alcanzado por la luz de la lámpara.

Una mano de la segunda figura enana abandonó el reposabrazos de la silla y se precipitó sobre su regazo. Sus dedos repiquetearon como si estuvieran agitando unos dados. La figura agachó la cabeza y a continuación la levantó como si estuviera despertando de un sueño profundo o intentando mantenerse despierto. Uno de sus pies escuálidos se movió calzado con un zapato puntiagudo y con la superficie de piel agrietada y ennegrecido por el paso de los siglos.

Estaban vivos.

—Son nuestros antepasados —musitó Loki.

La mente de Luke recuperó fugazmente la claridad. Sus muertos y sus agónicos moribundos eran un tesoro. Las vidas de los extraños no tenían ningún valor; había que cazarlos y matarlos como a ciervos en el bosque y luego arrojarlos a la cripta llena de basura de una iglesia abandonada, mientras que los restos frágiles de los suyos eran almacenados allí con devoción.

—Aquí el pasado y el presente son lo mismo —le susurró Loki.

Fenris retiró la mano de la boca de Luke y este se estremeció y soltó un gritito ahogado, como si estuviera entrando en un mar de aguas gélidas. Y de repente comprendió que la anciana del bosque se caracterizaba por esa cercanía con sus muertos, cuya existencia era eterna. Ella vivía con los muertos. Mantenía vivo un vínculo con los horripilantes seres del pasado. La iglesia y el cementerio eran el lugar donde se realizaban los sacrificios, mientras que los viejos siervos de una religión ancestral reposaban allí. Aquello era despreciable.

Luke volvió a gruñir con la constatación de que lo inverosímil se le aparecía como una realidad. Sentía más perplejidad que sobrecogimiento, y el aire que despedían sus pulmones parecía llevarse su vida.

Una reacción de desesperación así parecía una provocación en aquel desván. Atisbó el residuo de una boca seca en una cabeza también seca que había estado apoyada contra la pared de su izquierda y que ahora lo miraba boquiabierta, como con la intención de engullir su presencia. Y entonces el cuerpo que sostenía esa cabeza y el par de cuerpos que lo flanqueaban se movieron ligeramente en sus ligaduras, como si estuvieran ansiosos por acercarse a él en la oscuridad húmeda del desván.

Luke dejó caer la mirada al suelo para evitar observar las pruebas de su animación. Pero a la luz marrón de la lámpara vio que las piernas de las figuras erguidas apoyadas contra las paredes terminaban en huesos. En pezuñas. Y que sus oscuras extremidades inferiores se doblaban en sentido inverso a la altura de las rodillas. Parecía como si les hubieran cosido patas de animales a las ingles. Luke recordó entonces las delgadas patas de otra cosa que habían encontrado en otro desván impío y las diminutas manos negras momificadas cosidas a sus muñecas huesudas.

Luke gimoteó. Sollozó. Retrocedió y se apretó contra el hombro de Fenris. Se sentía como si estuviera haciendo equilibrios demasiado cerca del borde de un precipicio, o como si estuviera al alcance de un peligroso animal acorralado. Fenris clavó los pies en suelo y volvió a empujar a Luke hacia delante.

Nay —dijo la anciana.

Nay, nay —repitió Loki.

Pero Fenris no hizo caso y lo empujó con fuerza, hasta que Luke salió trastabillado y a punto estuvo de caer; sin embargo, alargó una pierna para mantener el equilibrio y su rostro pasó rozando a las figuras sentadas en las diminutas butacas.

Advirtió un jadeo delante de él; una repentina inspiración en un pecho marchito. Un crujido audible, como de una mandíbula abriéndose en un rostro minúsculo y manchado.

La cabeza de la segunda figura parecía temblar con una ligera parálisis, como si estuviera confundida. Entonces se abrió un ojo en lo que era en su mayor parte un cráneo forrado de piel marrón. El ojo tenía un tono azulado en el centro y lechoso en los bordes. Y estaba húmedo.

Luke tomó aire.

La boca de la figura se abrió y el vestigio de una lengua se agitó en su interior, de un modo muy parecido a la sacudida de la cola de un pececito.

Las dos figuras se revolvieron en sus sillas. Sus movimientos, ya más fluidos, habían pasado de un mero temblor a una animación desconcertada. Luke oyó el roce de ropa vieja y el chirrido de articulaciones. Parecían asustados, ¿o sería el entusiasmo lo que los hacía moverse de aquella manera en sus diminutas sillas de madera?

De repente, la anciana se plantó delante de las dos figuras enanas sentadas en actitud protectora y empujó a Luke y a Fenris hacia atrás con sus diminutas y duras manos pardas. Tenía los ojos negros clavados en la cara de Fenris, por encima del hombro de Luke, tan repletos de odio que resultaba difícil mirarlos durante mucho tiempo.

Entonces retiró uno de los bracitos con los que presionaba la barriga de Luke y su diminuta mano desapareció de pronto debajo del delantal mugriento y empezó a moverse agitadamente, para reaparecer blandiendo un objeto delgado, afilado y brillante, aferrado en el puño con la piel salpicada de manchitas marrones. Luke bajó la mirada y fijó los ojos en el acero deslucido de un viejo cuchillo sostenido a un par de centímetros de su cuello expuesto. La hoja era delgada como un lápiz, una pieza de museo, una reliquia extraída de una naturaleza muerta pintada por un maestro flamenco. La anciana repitió el ademán de clavárselo.

A su espalda se oyó el ruido trepidante de botas, y la voz de Loki retumbó de pronto por todo el desván. Fenris intercambió unas palabras en noruego con Loki y luego ambos se dirigieron en un tono furibundo y hablando atropelladamente a la anciana, que les respondió mostrándoles las encías negras y los dientes sucios, y gruñendo a Fenris como si fuera un oso en miniatura.

Luke recibió de pronto un empujón que lo arrojó hacia atrás, en dirección a la puerta, y sus pies patalearon y se deslizaron por el viejo y polvoriento suelo de madera para mantener el equilibrio. La luz de la lámpara oscilaba a su espalda; trepaba y caía en picado por el techo vetusto, de tal modo que su luminosidad ámbar creaba la impresión de que las figuras escuálidas apoyadas formando una hilera contra la pared derecha se inclinaban al unísono, como ansiosas por evitar que Luke se alejara de ellas.

Loki posó entonces una mano gigante en el cogote de Luke, le hizo girar en redondo y lo empujó hacia la trampilla de la escalera del desván. Luke, sin embargo, no necesitaba que lo convencieran para marcharse y bajó precipitadamente la escalera, se deslizó a trompicones por ella, trastabilló y aterrizó abajo con las rodillas por delante.

Parloteaba atropelladamente para sí sin darse cuenta.

Surtr estaba plantada delante de él, y su cara reflejaba el mismo terror que sentía él.

Luke intentó levantarse, pero los nervios del pavor lo empujaron contra el suelo y se golpeó la frente y la punta de la nariz hinchada. Una serie de huesos diminutos se desplazaron en el órgano abultado. Se le pusieron los ojos en blanco y una convulsión le hizo temer que le explotara el estómago. Perdió el conocimiento durante unos segundos y su boca se estrelló contra el entarimado del suelo. Entonces despertó y se agarró el rostro con los dedos implorantes de las manos ligadas e impedidas.

Hasta él llegaron los gritos lejanos procedentes de arriba: Loki y Fenris. Y otro ruido. Este mucho más desconcertante. Un rugido grave y gutural que evolucionó hasta convertirse en un balido. No parecía pertenecer a una persona; no sonaba como si hubiera sido proferido por una boca humana. Y entonces el berrido empezó a combinarse con un torrente de palabras escupidas con tal angustia que quien las oyera comprendía que la histeria estaba apoderándose del que hablaba. Tenía que ser la voz de la anciana.