Capítulo 54

Si la liebre se hubiera hecho con el cuchillo de Fenris, Luke ya estaría muerto. Su sangre brillante se habría desparramado sin esperanza sobre el asqueroso suelo de la habitación. Una imagen brotó en su imaginación: unas bocas alargadas y rojas engullendo fragmentos de su cuerpo mugriento. Cerró los ojos y eliminó los pensamientos desordenados que producían esa visión.

En el piso de abajo la discusión continuaba a voz en grito. El vozarrón de Loki tronaba de vez en cuando por la necesidad de obligar a la chica a atemperar sus gritos. Por primera vez en mucho tiempo, Luke no oía a Fenris.

Sonó el chirrido ensordecedor de una silla arrastrada por el suelo y luego el golpe seco que produjo al estrellarse de lado contra el entarimado. Se oyeron cristales rotos. Luke se estremeció en su diminuta habitación del piso superior.

Se limpió la sangre que le corría por la frente con el antebrazo. Le ardía la cabeza y todo le daba vueltas, y notaba una hinchazón en la parte posterior de los ojos. El tajo ya no le dolía tanto, pero volvería a hacerlo. Pronto. Las endorfinas habían acudido rápidamente al rescate, pero su impagable trabajo solo era temporal. Como siempre.

Aunque la pelea le había hecho sentir mejor, había sido una estupidez, puesto que lo único que había conseguido es que la situación empeorase aún más. Se reforzaría la seguridad; habían surgido rencillas personales; había que guardarse las espaldas; la venganza estaba servida. Inevitable, predecible, infantil; las consecuencias de ser humano. Así funcionaban las cosas. Se acababan de establecer las reglas entre él y ellos. En cada grupo nuevo de personas se instauraba una jerarquía, y él estaba en el último escalafón: el testigo sin voz ni voto del sadismo imbécil del grupo. Ese era su papel.

—¿Cómo? ¿Cómo?

Abajo, la chica lanzó un gruñido expectorado, como si hubiera gritado y sollozado al mismo tiempo. La voz de Loki retumbó. Sin embargo, seguía sin haber ni rastro de Fenris.

Luke se sentó dentro del cajón de la cama y se lamentó de no tener agua para beber. Curiosamente, también brotó en su interior el deseo esperanzado de no haber hecho demasiado daño a Fenris. No hallaba placer en la contemplación del dolor brutal que había causado.

Por fin su mente empezaba a despertarse de verdad, y recibió de buen grado su nueva prioridad. La curación completa debería posponerse, si es que era posible. Debía dominar el dolor y largarse echando leches de allí.

Lo habían salvado del peligro, de un peligro inminente y mortal, pero luego lo habían confinado en una pestilente cama de una habitación sin ventilación de una vieja casa, y no le habían informado de la ubicación de esta. Un persona necesita por lo menos conocer ese dato para sentirse cómodo; necesita saber en qué lugar exacto del mundo se encuentra. Y Luke no sabía con precisión dónde estaba desde el mismo momento en que Hutch había decidido coger el atajo. «¡Joder, Hache!».

«Pero cuando te ocupas de alguien y le das de comer, lo cobijas y, sin embargo, no cuidas como es necesario lo que podría ser una herida grave en la cabeza… y Suecia es un país moderno con servicio de urgencias, hospitales, incluso helicópteros en el caso de necesitarlos, entonces…».

Luke se frotó la cara húmeda con los dedos sucios, completamente confundido por la absurdidad y el disparate de su situación.

Nunca le contarían nada. Fenris evitaba sus preguntas. No recibiría ningún tipo de información útil de sus anfitriones; de eso estaba casi seguro. Estaba siendo retenido en contra de su voluntad. Por lo tanto, debía concentrarse exclusivamente en la manera de fugarse. Porque las máscaras, la música, los gritos, el fuego que ardía en el penumbroso claro de hierba… Todo eso apuntaba a una conclusión terrible.

Había intentado no pensar en la bestia del bosque, en el verdugo de sus amigos. Hasta ese momento se había sentido demasiado enfermo y cansado para hacerlo. Sin embargo, no se había librado de ella. De eso no tenía duda.

También ellos, los Frenesí Sangriento, estaban aquí por ella. Y habían revelado sus identidades por medio de sus estúpidos nombres demoníacos que podrían ser rastreados fácilmente a través del apartado postal de Oslo y del nombre de la discográfica. Y si las fanfarronerías de Fenris contenían alguna verdad sobre lo que se llevaban entre manos, su liberación no tenía visos de ser inmediata. Estaban huyendo.

Luke pensó entonces en la anciana. Le intrigaba.

Unos pies lentos y pesados resonaron en la escalera. El ruido borró de un plumazo el discurrir de sus pensamientos.

Luke se puso tenso y miró a su alrededor buscando un arma. La jarra seguía en la habitación, tirada en un rincón, intacta, increíblemente intacta. También tenía a su alcance el balde. Sin embargo, fue a recoger la jarra y la agarró por el asa desgastada. En la cabeza se le aparecieron imágenes del cuchillo curvo de Fenris y se puso a temblar. Era incapaz de detener los temblores ni el castañeteo de los dientes.

—¿Luke? Soy Loki.

Loki no dio muestra alguna de tener la intención de entrar en la habitación. Ahora se comportaban de un modo precavido con él. «Esa es una buena noticia. La precaución es una buena noticia. Después de todo, solo son unos críos. Fenris es un bocazas, un fanfarrón. No han matado a nadie».

Luke se plantó a un metro de la puerta, dejando el espacio suficiente para poder armar bien el brazo con la jarra.

—¿Sí?

—Perfecto. Me escuchas.

—Soy todo oídos.

—Me alegro, Luke, de verdad, porque necesito que me escuches atentamente, ¿de acuerdo?

—Sí.

—Esta noche has cometido un gran error.

—¿Sí?

—Sí, amigo, sí.

—Me atacó con un cuchillo. ¿Qué se suponía que debía hacer?

—Si él hubiera querido matarte, Luke, ya estarías muerto. ¿Entiendes?

—La verdad es que no.

Loki suspiró.

—Fenris ya ha matado antes. Para él, matar no significa nada. ¿Lo comprendes ahora?

Luke sintió un escalofrío. Su calor corporal parecía estar filtrándose al suelo por sus pies.

Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para impedir que su mente elucubrara lo que implicaban las palabras que Loki acababa de pronunciar, exactamente del mismo modo que había censurado antes la imagen de su cuerpo descuartizado. Tenía que mantener la serenidad; de lo contrario, estaba condenado.

—Cuando es a mí a quien amenaza, Loki, sí que me importa. ¿Lo puedes entender?

—No iba a hacerte daño. Le caes bien. Está contento de que estés con nosotros. Se aburre conmigo y con Surtr. Verás, Surtr y yo estamos juntos, y Fenris es el tercero en discordia. ¿Entiendes?

—Sí.

—Pero ahora no te quedan amigos aquí, Luke. Lo has echado todo a perder.

—Fenris no era amigo mío, Loki. Y no soy idiota.

Loki soltó una risotada.

—Nunca he dicho que lo seas, Luke. Quieres sobrevivir. Luchas. No eres débil. Y yo respeto eso. Eres especial. Por eso tú sobreviviste y tus amigos murieron. ¿Me sigues? Fenris fue un idiota por bajar la guardia, eso es todo. Pero ha aprendido una lección valiosa. Aunque preferiría que él no tuviera que volver a aprender la misma lección, porque ahora me has asignado un trabajo. Tendré que hacer de conciliador, ¿eh?

Luke permaneció callado. Se dio cuenta de que estaba intentando con todas sus fuerzas no sentir simpatía por Loki.

—¿Estás ahí todavía, Luke?

—¡Sí!

—Bien. Pero, por favor, eres nuestro invitado, no grites, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Gracias.

—En cuanto a mis amigos, Loki. ¿Los matasteis vosotros?

—No, Luke. No puedo explicarte qué ocurrió exactamente, pero espero averiguarlo pronto…

—¿Qué quieres decir?

—¡Luke! ¡Estoy hablando yo! Así que escúchame. Ahora debes tener cuidado y… ¿Cómo se dice? Dormir con un ojo abierto. Porque hay alguien en esta casa, no lejos de tu cama, que ansía matarte.

—Dile a Fenris que lo siento. Le golpeé porque pensé que iba a hacerme daño. Y ya estoy harto de que me hagan daño, Loki. ¿Entiendes? Mis amigos fueron asesinados y quiero… solo quiero que esto acabe de una vez.

—Te entiendo, Luke. Y pronto acabará.

La afirmación de Loki lo llenó de esperanza, hasta que comprendió que él probablemente tenía en mente un final completamente distinto de la historia.

—Fenris, sin embargo, no es tu problema —dijo la voz grave del gigantón desde el otro lado de la puerta—. Está furioso contigo, sí. Él esperaba que fueras una buena compañía para él mientras esperas.

—¿Esperar qué?

—No he terminado, Luke…

—¿Qué estoy esperando, Loki? ¿Qué estoy esperando? ¿Eh? A la policía. Porque será la policía la que está punto de llegar.

—No lo creo, Luke. No alimentes falsas esperanzas, amigo. Eres demasiado importante para nosotros como para que te entreguemos a la policía. Son las últimas personas que queremos ver. Aunque estoy seguro de que les gustaría conocernos. —Loki rió para sus adentros con una sonrisa falsa, pero grave—. Muy pronto te lo explicaré, amigo. Todo a su debido tiempo. La fiesta de esta noche tenía un buen motivo, como tú pronto entenderás. Pero debes esperar un poco más, Luke. Hasta entonces, tienes que entender lo que estoy diciéndote sobre tu comportamiento como invitado en esta casa.

—Ya lo intento, Loki. Intento con todas mis fuerzas comprender por qué me retenéis en contra de mi voluntad.

—Tu voluntad es fuerte, Luke. Pero, por favor, permíteme que te explique cuál es tu problema ahora mismo, ¿de acuerdo?

—Sí, sí, sí. Explícamelo, Loki.

—Cuando te digo que tienes un problema muy grande en esta casa, no miento, Luke. Pero no es Fenris. Él está enfurecido, pero no te matará. Tu problema es Surtr, Luke.

—Mantén a tu fulana chiflada lejos de mí, ¿de acuerdo, Loki? ¿Qué opinas tú, colega?

—Lo intentaré, Luke. Pero yo también tengo que dormir. Y ella es muy extrema en sus acciones.

—No te sigo…

—A ella le gusta utilizar el cuchillo, Luke. Rajar. Tiene unas ideas un poco locas. Una vez cogimos a un tipo y ella… bueno, imagina a un hombre intentando correr sin dedos en los pies. Fue una escena divertida, te lo aseguro. Y no se detuvo en los dedos de los pies. Su cuerpo entero cupo en su… en su… equipaje. En su equipaje del avión.

Luke pensó que iba a vomitar otra vez. Necesitaba sentarse. Intentó recuperar la fuerza en los brazos.

—Creo que me entiendes, Luke. Así que te pido un favor: haz lo que te decimos. Eso significa que se acabaron las peleas, amigo. Te dejaré para que reflexiones sobre el tema.

El ruido de sus pasos se fue alejando por el pasillo.

Luke se arrimó a la puerta.

—Necesito agua, Loki. Agua.

Se oyó el retumbo de pasos regresando a la puerta.

—Te la traeré.

—Agua caliente y vendas también.

—Imposible.

—Algunos analgésicos. Pastillas para el dolor de cabeza.

—Imposible.

—Cigarrillos, por favor.

—Imposible.

—Te diré lo que haremos: llama a una ambulancia. Ahora mismo.

—Imposible —respondió Loki sin el menor rastro de que le hubiera hecho gracia la ocurrencia.

Estremeciéndose de dolor, pues hasta el más leve movimiento parecía hacer que su cerebro inflamado chocara dolorosamente contra las paredes de su cráneo, Luke arrastró su cuerpo por la cama hasta llevarlo al borde; sacó las piernas muy lentamente y se puso de pie. A pesar de que se sujetaba la cabeza con ambas manos, sintió vértigo y náuseas.

Tomó otro trago del agua rancia y turbia directamente de la jarra y el líquido corrió por las comisuras de sus labios y se precipitó sobre su pecho desnudo. Le habían quitado toda la ropa, salvo los calzoncillos mojados. Se sentía demasiado enfermo y angustiado como para dedicarse a cavilar el motivo. En la casa no había medicamentos, y no iban a permitirle que se marchara. Esa era la novedad. Eran las nuevas reglas que regían su vida. O lo que quedaba de ella.

Una terrible bola compuesta por un batiburrillo de emociones que había permanecido almacenada en su corazón desgarrado emergió repentinamente de detrás de su esternón y se propagó por su cuerpo con una velocidad endiablada, arrasando todo lo que encontraba a su paso. Luke cayó de rodillas sobre el suelo, se encorvó y rompió a llorar.

Su garganta estaba atorada por un sentimiento que podría haber sido de soledad, o de tristeza, o de autocompasión, o de desesperación, o de todo eso a la vez… imposible saberlo. Pero pensó que cualquier otra cosa, incluso la muerte, era mejor que sentirse así.

Lo consumía un dolor inmenso. Terrible. En la cabeza. Tenía que detenerlo. Habría dado cualquier cosa por un analgésico. Por toda la espalda y en las pantorrillas, los rasguños producidos por los espinos que se le habían enrollado y clavado chillaban con sus propias voces diminutas. Incluso entre los dedos de las manos tenía cortes que no recordaba cómo se había hecho.

Se miró la piel hinchada de las manos y los antebrazos. ¡Y pensar que se había creído a salvo! Sintió una opresión en el pecho y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, una sensación que se había convertido en algo terriblemente familiar.

Se tumbó en el suelo de madera y se encogió en posición fetal, con las manos alrededor de la cabeza, y lloró en silencio hasta que acabó extenuado por el esfuerzo que le exigía verter lágrimas.