El golpetazo metálico de una llave grande en la vieja cerradura de la puerta sobresaltó a Luke, que estaba sentado en un costado del cajón de la cama sumido en el aturdimiento.
Se levantó con tanta precipitación que se desplomó sobre la mesita de noche. La taza de madera repicó contra el suelo y la jarra se tambaleó y derramó su contenido por la superficie de la mesita. La puerta se abrió a toda prisa.
Antes de que se hubiera puesto derecho del todo, Luke vio de refilón a una anciana de escasa estatura ataviada con un vestido largo que avanzaba con presteza desde la puerta en dirección a él. Ocultos debajo de la camisola negra que le cubría el cuerpo hasta la barbilla arrugada, sus piececitos golpeteaban el entarimado del suelo con un ruido ensordecedor que a Luke le taladraba la cabeza.
Y con el mínimo roce de sus diminutas manos, la anciana guió más que empujó a Luke de regreso a la cama. Luke se sentó, entrecerrando los ojos cada vez que una ola de dolor nacida en el centro de su cerebro rompía contra la parte posterior de sus ojos. Pensó que iba a vomitar. Su visión se desintegró en centenares de puntitos plateados y se le heló la nuca. Entonces vomitó. Una contracción descomunal en el interior de su estómago le hizo expulsar un hilito de fluido turbio por la boca. La anciana masculló algo en sueco.
En el filo de la percepción de sus sentidos descompuestos, Luke detectó la presencia de otra figura en la habitación. Y cuando esta habló, en lo que a Luke le pareció más noruego que sueco, reconoció la voz del joven que había llevado la máscara de cordero.
Las náuseas remitieron y las paredes de la habitación dejaron de dar vueltas alrededor de Luke. Volvió a mirar a la anciana. A pesar de la inexpresividad de su rostro, sus diminutos ojos negros refulgían encajados en unas cuencas oculares envueltas por una piel tan arrugada que a Luke le recordó la cáscara de una nuez. Lo que vio en ellos le resultó extraño e intenso, y no pudo sostener su mirada durante demasiado tiempo.
Los labios de la anciana estaban hundidos en su boca, y tenía la barbilla surcada de profundas arrugas y de vello. El cabello blanco y brillante sobre su minúscula cabeza era denso pero corto; parecía que se lo hubiera cortado ella misma con un cuchillo y un tenedor.
Luke sintió unas ganas repentinas de echarse a reír desaforadamente de aquella aparición, pero también era consciente de que aquel ser extraño lo llenaba de un silencioso desasosiego. Tenía la piel gris y amarilla en algunas zonas, como la de un fumador envejecido. No debía de medir más de un metro y veinte centímetros. De lejos podría haberse confundido con una niña ataviada con un vestido de cuello alto de andar por casa: otra idea que contribuyó a aumentar su zozobra. Sobre la camisola negra llevaba un delantal que le caía hasta el suelo y que en otro tiempo debía de haber sido blanco, pero que ahora estaba marrón y lleno de lamparones antiguos.
—No me acercaré si vas a vomitar —dijo el joven con una sonrisita en los labios detrás de la anciana. Su camisola de encaje de niño había desaparecido de su cuerpo escuálido, y en su lugar llevaba puesta una camiseta negra con el nombre de «Gorgoroth» estampado y la fotografía de un grupo de hombres con las caras terriblemente desfiguradas por el maquillaje blanco, negro y rojo sangre. La capa de pintura blanca agrietada que le cubría el rostro terminaba en la barbilla, de modo que lucía el cuello limpio, aunque su tono de piel era aun así muy pálido; además, era delgado y tenía una nuez protuberante. Entre sus manos femeninas sostenía una bandeja.
—Ninguno de nosotros sabe cocinar una mierda. ¡Se nos quema hasta el agua! Pero a ella no se le da mal. Si no te importa comer estofado todos los días…
Luke no sabía si debía sonreír o darle las gracias. No sabía qué hacía allí ni quién era aquella gente. Al final no dijo nada.
En el plato de madera, una salsa marrón y llena de grumos bañaba unos trozos de verdura enharinada.
—Tenemos bebida. La hacemos nosotros, así que es un poco fuerte. Eh… es lo que vosotros llamáis… destilación ilegal. ¡Destilación ilegal! Pero quizá la vomites inmediatamente si te la bebes hoy. Así que toma agua.
Dejó la bandeja en la cama.
Luke observó los tatuajes en los brazos del joven: la tinta trazaba enredaderas negras alrededor de runas circulares. En la parte interior de un antebrazo tenía tatuado el martillo de Tor. Un crucifijo invertido algo zafio adornaba el dorso de una de sus manos escuálidas. En el cinturón llevaba ceñido un cuchillo largo con la empuñadura oscura hecha de hueso. El brillo de la hoja contrastaba con el cuero mate de sus pantalones. A Luke se le secó la boca con el descubrimiento.
—Por favor. Me llamo Luke. Estoy herido. Necesito… Por favor, necesito que busquéis ayuda.
El joven se puso derecho.
—Luke, ¿eh? Yo soy Fenris. —Sonrió orgulloso—. ¿Sabes lo que significa?
Luke se lo quedó mirando perplejo.
—Significa «lobo». —Aunque pronunció algo más parecido a «lubo»—. Porque me parezco mucho a los lobos, ¿sabes? Como muchos ya saben. Y el otro tío se llama Loki. ¿Sabes lo que significa?
Cuando no obtuvo respuesta alguna del rostro atónito de Luke, añadió:
—«Demonio». Porque, te diré una cosa, eso es él exactamente, amigo. Y la tía de las tetas grandes, aunque no debes decirle que te lo he dicho, se llama Surtr. Es un nombre bonito para un demonio, ¿no te parece? Significa «fuego». Y también su nombre refleja lo que es ella. ¿Entiendes a qué me refiero?
—Sí.
Luke no quería oír una palabra más de aquel personaje que le resultaba desconcertante y le parecía completamente idiota.
La anciana seguía mirándolo fijamente, lo que le hacía sentir incómodo a pesar de que evitaba mirarla directamente a los ojos, apenas distinguibles en su pequeño rostro plagado de arrugas. La mujer no sonreía, y Luke imaginó que no lo había hecho en la vida.
—Dime, ¿de dónde eres, Luke?
—De Londres, Inglaterra —respondió automáticamente.
—¡Ah, Londres! —repitió Fenris, enfatizando la segunda sílaba de «Londres» y pronunciándola «dros» en vez de «dres»—. Algún día, espero, tocaremos allí. Quién sabe si en el Underworld de Camden. Yo nunca he estado en Londres, pero Loki sí.
Luke empezó a sentir molestias y casi dolor en la cara por la falta de expresión que le causaba el desconcierto generado por la irrelevancia del parloteo del chaval. No se le ocurría nada que decir, y una parte de él se resistía a suplicar ayuda, pues instintivamente presentía que eso no serviría de nada.
—¿Y cómo has ido a parar desde Londres aquí, Luke?
Luke bajó la mirada al suelo y cerró los ojos abrumado por el dolor de los recuerdos más que por la molestia de la débil luz.
—Vine de vacaciones.
El joven guardó silencio mientras reflexionaba sobre lo que Luke acababa de decir. Entonces, de repente rompió a reír, y pareció que ya no podía parar. Finalmente, se enjugó los ojos y se le corrió el maquillaje negro por la cara pintada de blanco.
—Unas jodidas vacaciones, ¿eh? —dijo, y soltó un par de risotadas más.
Si dos amigos suyos no hubieran sido descuartizados de un modo tan terrible y el tercero no hubiera desaparecido, tal vez habría visto el lado divertido del asunto. La risita del muchacho, sin embargo, lo enfureció. No obstante, Luke recibió de buen grado la violencia que acompañaba la sensación de ira en comparación con la angustia que era incapaz de digerir. Y la irritación se reveló como una tregua en la agitación nerviosa que le revolvía el estómago, le provocaba náuseas y parecía haberle consumido toda la energía.
—Mis amigos murieron. En el bosque. Nos perdimos. Fuimos atacados por un…
—Os equivocasteis de camino, amigo. Perdona que te lo diga.
—¿Qué quieres decir?
Por primera vez desde que se conocían, el joven borró la sonrisita del rostro y se ahorró cualquier broma y expresión facial estúpida. De repente se había puesto serio. Echó un vistazo por encima del hombro hacia la puerta abierta y luego se volvió a Luke.
—¿Qué viste?
—¿Qué quieres decir?
Fenris sonrió y se encogió de hombros.
—¿Cómo murieron tus amigos?
—Los mató… algo. En el bosque… —Luke estaba confundido; se había quedado sin palabras. ¿Acaso existían las palabras correctas para explicar lo que le había pasado al pobre Hutch? ¿Y a Phil? ¿Y a Dom? Luke dejó caer la cabeza sobre el pecho y luego miró a Fenris. ¿Por qué sonreía?
—¿Cómo se llamaban? —preguntó Fenris; más por cambiar de tema, sospechó Luke, que por un interés sincero en sus amigos.
—¿Por qué?
—Por nada. —El muchacho tensó los músculos de la cara y torció el gesto para poner lo que debía de pensar que era una feroz expresión de maldad. En seguida pareció aburrirse de esa pose y la sonrisa regresó a su rostro—. ¿Y a qué te dedicas en Londres, Luke?
El recelo de Luke aumentó. No llevaba el carné de identidad cuando lo habían encontrado; además, su pasaporte y su cartera se habían perdido en el interior de una de las mochilas que habían abandonado. Se preguntó qué debería decir; cómo debería responder las preguntas con las que probablemente habían enviado al muchacho para que lo interrogara.
—Vendo discos —dijo después de decidir que daría la mínima información posible.
—¿Te gusta la música? —El chaval parecía entusiasmado.
Luke miró la camiseta del muchacho sin responder.
—¿Has oído a los Gorgoroth? —preguntó Fenris.
—De ellos.
—¿Eh?
—He oído hablar de ellos.
—¿Conoces el auténtico black metal?
Luke se encogió de hombros.
—¿Qué bandas conoces?
Luke se enfadó consigo mismo por intentar recordar el nombre de las bandas cuyos CD tenían a la venta en la minúscula sección de black metal de la tienda.
—¿Qué importa eso?
—No importa. Pero ¿qué bandas conoces?
Luke suspiró.
—Dimmu Borgir.
—¡Poseurs! —espetó el chaval.
—Cradle of Filth.
El muchacho se encogió de hombros con indiferencia y bostezó.
—¿Venom?
El chaval sonrió.
—¡Son los reyes! Ahora nos empezamos a entender, Luke de Londres. —Entonces frunció el ceño y añadió en un tono grave y socarrón—: Pero es evidente que necesitas algunas clases, amigo. Tienes que escuchar Emperor, Dark Trone, Burzum, Satyricon, Bathory… Y lo harás durante el tiempo que pases como nuestro invitado en este bosque de pena perpetua. Y quizá, quizá, si eres buen chico, también te pondremos Frenesí Sangriento. —El muchacho fingió decepción cuando vio que Luke no demostraba conocerlos y continuaba absorto en su perplejidad—. ¡Frenesí Sangriento! Mi banda. ¿Trabajas en una tienda de discos y no has oído a los Frenesí Sangriento, Luke? Eso no está bien.
—Fenris.
Al oír su nombre, el muchacho borró la sonrisita de los labios.
—Así me llamo.
—Tengo que mear.
Fenris bramó una orden a la anciana, quien desde su llegada no había hecho más que mirar fijamente a Luke. La mujer cruzó lentamente la habitación y desapareció por la puerta con sus pies aporreando estrepitosamente el entarimado desnivelado del suelo.
Luke apartó la mirada de la puerta abierta en un intento por disimular el profundo interés que había revelado en ella.
—Y después me gustaría recuperar mi ropa, Fenris de Suecia.
—¡De Noruega! ¡Soy noruego! ¡Un vikingo!
—Está bien, Fenris de Noruega. Quiero marcharme. Gracias por sacarme del bosque. De lo contrario habría muerto. Pero mis amigos fueron asesinados y yo debo informar de ello. Y ahora tú y tus amigos estáis poniéndome nervioso.
Fenris volvió a sonreír.
—En ese caso eres un hombre sabio, Luke de Londres, porque hay que temer a los lobos, a los demonios y al fuego cuando están de cacería.
—No entiendo.
Fenris mostró sus dientes amarillos al sonreír.
La anciana regresó a la habitación con un gran balde de madera que apenas si podía cargar. Era muy antiguo, una pieza de museo, y tenía los listones de los lados sujetos con unos aros de hierro. Fenris se la quedó mirando mientras ella sufría con el cubo, pero no hizo ademán alguno de ayudarla.
La voz del segundo chaval retumbó procedente del piso de abajo. Hablaba en lo que Luke había sospechado acertadamente que era noruego. Fenris puso los ojos en blanco.
—Tengo que irme, Luke. Pero volveremos a charlar. —Y añadió sacudiendo la cabeza hacia el orinal que la mujer había dejado a los pies de Luke—: No tengas reparo en mear ahí.
Fenris dio media vuelta y enfiló hacia la puerta. La anciana salió chacoloteando detrás de él.
Luke oyó cómo giraba la llave dentro de la cerradura.
—¿Por qué? ¿Por qué me cerráis la puerta con llave? —gritó.
Pero no obtuvo respuesta.