Capítulo 44

Luke recibió la súbita soledad con un escalofrío, al que siguió una lucha interna para evitar un ataque de histeria provocado por el pánico. Cuando había tenido a alguno de sus compañeros cerca, poco más había podido hacer aparte de mantener la serenidad, pero ahora todos habían desaparecido…

Su mente le hablaba. Inmediatamente había intentado crear compañeros imaginarios dentro de aquel desastre envuelto por el vendaje que era su cabeza. Sin embargo, esas voces patéticas se apagaban en cuanto aparecían, como un grupo de niños alterados que se sumieran en un silencio nervioso por la irrupción de un adulto con el semblante severo.

Luke permaneció inmóvil en el claro encharcado donde ambos habían estado juntos por última vez. Los árboles le arrojaban miradas fulminantes, pacientes pero implacables, mientras esperaban que tomara una decisión. La lluvia caía con su indiferencia habitual. Luke estaba muriéndose de sed, incapaz de averiguar adónde iba a parar el agua una vez que alcanzaba el suelo.

Nadie respondía a sus graznidos. Se preguntó hasta cuándo debía esperar. ¿Es que había alguien a quien esperar?

Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Apretó el puño alrededor de la navaja. Deseaba que el depredador lo atacara. En ese preciso momento. Que irrumpiera de la maleza raudo y con el cuerpo pegado al suelo; que saliera al trote de las sombras. Luke estaba preparado para mirar directamente a los ojos refulgentes de una cabeza diabólica. Se sentía capaz de aguantarle la mirada y soportar su hedor cuando se acercara; de abrirle una boca nueva a aquel asesino escurridizo con una navaja suiza.

En su cabeza se formó la imagen de una barba negra impregnada de sangre caliente, de un morro teñido de rojo a la luz tenue por los despojos de sus amigos, por los trozos de carne y vísceras arrancados y diseminados antes de llevarse a aquellas figuras pálidas para componer sus grotescas escenas en los árboles.

¿Con qué fin? ¿Por qué destruir unas creaciones tan complejas y sofisticadas como sus amigos? ¿Por qué aniquilar todos esos recuerdos, sentimientos y pensamientos que los formaban? Sus compañeros.

Le escocían los ojos de las lágrimas. Se estremeció.

Se habían conocido de jóvenes. Habían creado un grupo, reunidos por esos curiosos intereses que crean vínculos permanentes entre los universitarios, en un momento y de una manera irrepetibles. Escuchaban música juntos y hablaban sin parar durante días. Se despertaban por la mañana con la ilusión de verse. Ocupaban el espacio físico y mental de los demás; buscaban la aprobación mutua y necesitaban sus sonrisas. Habían estado bien juntos hasta que la vida, las mujeres y las ganas de vivir otras experiencias los separó. Sin embargo, el vínculo que los unía era lo suficientemente fuerte para volver a juntarlos. Aquí. Quince años después. Para reunirse una vez más.

Sus amigos habían sido asesinados por un motivo que escapaba a su entendimiento. Habían sido aniquilados como la mayoría de la gente que resulta aniquilada. Por estar en el lugar equivocado. Después de todos esos momentos de evolución, de maduración, de esfuerzo, de precaución, de salir airosos, de fracasos y recuperaciones, de lucha y aceptación, simplemente se habían adentrado en el maldito puñado de árboles equivocado. Y eso era todo.

«Vamos, cabrón».

Gruñó hacia el cielo y suplicó a la locura que lo arrancara de la conciencia paralizante de lo que había perdido para siempre. Porque, ¿qué sentido tenía la razón? La vida era breve; luego uno se moría y caía en el olvido. Un destello de esa simple idea bastaba para hundirte en la locura o acabar consumido. En aquel bosque, la gente era exterminada y arrojada a una cripta encharcada, y sus cadáveres, amontonados sobre los huesos sucios de personas extrañas y animales.

«Eran mis amigos».

La lluvia tamborileaba a su alrededor y el viento producía ruidos oceánicos en las lejanas copas de los árboles. Sin embargo, nadie le respondía ni comparecía ante él ahora que estaba preparado, que no sentía miedo y que estaba listo para dejar morir su conciencia atormentada y cansada, muy cansada, y confusa.

Se llevó las manos a la cabeza. El dolor lo mortificaba por los últimos esfuerzos. Cerró los ojos y recordó a quienes habían desaparecido de su lado, a los amigos que había perdido. Sus mejores amigos hasta el final; un final que había llegado demasiado pronto y sin avisar.

«Pronto me uniré a vosotros, chicos».

Dio media vuelta y se adentró renqueando en el bosque.