La oscuridad se iba abriendo paso y no podrían encender un fuego. Solo contaban con las linternas y las insignificantes llamas azules del hornillo, unos recursos que deberían emplear con moderación hasta que amaneciera. Se sentaron espalda con espalda delante de la tienda de campaña después de comerse las últimas barritas energéticas y el azúcar que les quedaba. Disfrutaron de un momento de tranquilidad. La exigua llegada de nutrientes a la sangre empobrecida les concedió un período de calma mientras eran absorbidos.
Desde el suroeste soplaba una brisa constante que, como si fuera un gigantesco resoplido de impaciencia, agitaba los árboles a los pies de la loma. La lluvia había cesado, pero hacía un frío glacial. El manto de nubes que se extendía sobre sus cabezas moteaba de sombras negras como la noche el terreno a su alrededor. La oscuridad no tardaría en engullirlos.
Se habían sentado sobre el saco de dormir de Phil para evitar que se les congelaran los traseros al contacto con la roca implacable, y cada uno se encargaba de vigilar dos cuadrantes de la colina mientras trataba de desterrar de la cabeza cualquier pensamiento relacionado con Phil.
Dom se echó a reír, aunque en su risa no había ni un atisbo de calidez, y rompió así el largo silencio que se había prolongado desde que habían apretado una espalda contra la otra.
—Me muero por volver a ver todo aquello de lo que quería huir durante una semana. Esto es una jodida locura.
Luke notó que se aligeraba en su espalda el peso de los hombros anchos de Dom. Nunca se había imaginado que un cuerpo podía pesar tanto ni se había parado a pensar en su masa compacta.
—Estoy contigo —dijo Luke tras aclararse la garganta, con la mirada fija en la distancia—. Yo estaba desesperado. Con mi vida. Desde hacía mucho tiempo. —Esbozó una sonrisa con los labios apretados y trémulos—. Estoy acostumbrado a las decepciones. Pero ¿por qué solo ahora me parece que no estaba tan mal? Nada de todo eso. Dios mío, ojalá pudiera volver a mi vida anterior, a mi viejo cuchitril y tomarme una taza de té.
Dom volvió a reír y en seguida se le unió Luke, hasta que Dom cortó de cuajo la risa y tomó una repentina bocanada de aire.
—Dios, amo a mis hijos. No veré…
Y entonces se puso a llorar en silencio, sacudiendo los hombros contra Luke, en cuya garganta empezó a formarse un nudo. Meneó la cabeza. Todavía no podía creer ni por un momento que estuviera allí, sentado de aquella guisa. Phil había desaparecido; también Hutch. Continuó sentado en un silencio sepulcral, con la mirada fija mientras la luz menguaba como su visión. El frío le humedecía la tez y le entumecía las articulaciones.
Algún tipo de función interna le había impedido valorar la auténtica magnitud de la pérdida de sus amigos. Sin embargo, un raudal de pensamientos le insistía en la indescriptible gravedad de sus defunciones, y su fuerza inefable podía llegar a paralizarlo. Entonces ese terror y esa pena inclementes se volvían hacia la imagen de las tres niñas rubias del salvapantallas del teléfono móvil de Phil, y la postergación de sus sentimientos se tornaba insostenible.
¿Cómo comunicarían la noticia? ¿Cómo se explicaba algo así? ¡Pero si ni siquiera sabían qué había pasado! Hutch tenía esposa. Luke tragó saliva. Le temblaban los labios y le escocían los ojos, que mantenía completamente abiertos. Intentó pensar en otra cosa, pero fue incapaz. Los temblores se le habían extendido a las piernas y las manos.
Por su cabeza cruzó fugazmente la idea de lo que supondría su propia ausencia en Inglaterra, y en sus elucubraciones aparecieron su madre y su padre, su hermana, su tía. Serían ellos quienes llorarían su pérdida y lo recordarían. Esa herida se curaría con el paso del tiempo, aunque tardaría. ¡Dios mío! Tendrían que viajar a Suecia y hablar con funcionarios educados, esperar el regreso con las manos vacías y los rostros decepcionados de las cuadrillas de rescate. Luke podía imaginarse la cara de su madre transida por la inquietud y a su padre pasándole un brazo por los hombros caídos. Tal vez salieran en las noticias: los cuatro ingleses perdidos en el círculo polar. Una mención en los periódicos. Quizá. ¡Oh, Dios mío! Dom tenía una familia. Hijos. Y Hutch, una esposa. ¡Una esposa, Señor! Phil tenía hijos.
Su cabeza no podía soportar la gravedad de esos pensamientos. De repente se quedó sin respiración mientras en su mente aparecían fugazmente, desaparecían y reaparecían los rostros que había visto en la boda de Hutch, esta vez con una expresión afligida de incredulidad, desconcierto y dolor.
—Dios mío, Dom. Oh, Dios mío —masculló en un hilo de voz.
Dom se volvió levemente y se sorbió la nariz.
—¿Todo bien?
Pero Luke no conseguía tranquilizarse. Se sentía como cuando en los tiempos de la universidad inhalaba el humo de aquella inmensa pipa. Nunca había tenido tanto miedo como en ese preciso momento; le aterrorizaba perder el control y no volver a encontrar su antiguo «yo». Era como si la cinta de su memoria estuviera rebobinándose rápidamente y borrando sus recuerdos mientras él vomitaba tirado sobre un retrete, medio asfixiado y jadeando. Y ahora se apoderaban de él ese mismo pánico y miedo gélidos, y un terror que ya nunca lo abandonaría lo consumía por dentro. Notaba en la garganta las pulsaciones del corazón; el sudor brotaba en su cuero cabelludo y empapaba el gorro de lana.
«Es natural —se dijo—. Acéptalo. Deja que se vaya consumiendo, que se extinga por sí mismo».
—¿Estás bien? —insistió Dom.
Luke respiró hondo tres veces y cerró fuerte los ojos hasta que el ataque de pánico remitió, y volvió a abrirlos cuando su ritmo cardíaco se suavizó. Entonces rebuscó en el bolsillo superior de la chaqueta de Hutch el tabaco, el papel y el mechero.
—Dadas las circunstancias… —dijo asintiendo con la cabeza.
—Lo sé —repuso Dom—. Lo sé.
Luke tenía dificultades para mantener firmes las manos mientras intentaba enrollar el papel alrededor de las briznas de tabaco. Fracasó. Volvió a intentarlo. Fracasó de nuevo. Insistió. Nunca había tenido las manos tan llenas de porquería; tenía los dedos negros debajo de las uñas. ¿Alguna vez volvería a tener las manos limpias?
—¿Me das uno? —preguntó Dom con la voz trabada por la flema.
—¿Estás seguro? —inquirió Luke automáticamente.
—Dada nuestra situación actual, considero que hay riesgos más importantes a los que hacer frente que fumar. Pero ¿puedes liármelo tú? Yo ya he perdido la práctica.
—Claro. Ningún problema.
Luke le pasó un cigarrillo sucio y el mechero por encima del hombro. Era el último lujo que les quedaba del otro mundo. Luke se estremeció al contacto fugaz de sus dedos y se sintió avergonzado al recordar los puñetazos que le había propinado en la cara, en aquella cara viva y llena de expresión. Recordó la sorpresa, la estupefacción, el temor, el dolor. Le había parecido la cara de un crío. «Cuando hemos sentido terror y nos han herido, ¿podemos volver a ser los mismos?».
—Tío, lo siento —balbuceó.
—¿Eh?
—Siento lo que te hice. Aún no puedo creer que lo hiciera. Es que estoy… furioso. A todas horas. No es justo. No soy capaz de resolver mis problemas de un modo… apropiado.
—Puedo llegar a ser un gilipollas.
Continuaron sentados en silencio, hasta que Dom lo rompió:
—¿Crees que realmente existe alguien que sea feliz?
—Quién sabe.
—Tenías razón, hoy en día todo se basa en las relaciones públicas, en la gestión de marca, en las redes sociales, en la transformación de nuestras experiencias personales en una empresa comercial. Todos somos nuestros propios directores de comunicación. Pero todo eso parece un montón de gilipolleces cuando te toca enfrentarte a algo como esto.
—Es como si nos dejara a todos en igualdad de condiciones.
—Arrasa con toda esa mierda. Lo único que importa es ser capaz de sobrevivir. A algunos se les da mejor que a otros.
—Supongo.
—A ti sí. Tú puedes conseguirlo.
Luke se quedó sin palabras.
—Tú sabes desenvolverte aquí fuera. En eso eres mejor que Phil y que yo. Tal vez Hutch también lo era, con todas esas mariconadas de hornillos y de tiendas de campaña. Tú conservas ese instinto.
¿Se trataba de un cumplido?
—Cuando Hutch desapareció, Phil y yo estábamos jodidos. No habríamos llegado tan lejos sin ti. Aunque para lo que ha servido… Pero al menos tú nos acercaste a la salida de este maldito bosque.
Luke reprimió una carcajada.
—Lo que se me da fatal es el otro mundo. Soy un desastre irremediable.
—No seas tan duro contigo mismo.
Luke asintió con la cabeza y suspiró, aunque nunca había sido capaz de seguir ese tipo de consejos.
—Creo que nadie sabe cómo se consigue la felicidad —aseveró Dom con un tono de voz más grave de lo que era habitual en él, casi nostálgico—. Tal vez Hutch había elegido el camino correcto. Optó por la sencillez. Siempre se mantuvo con los pies en el suelo. Nunca vivió por encima de sus posibilidades. Escogió una mujer que no ansiaba lujos. Se cuidaba. Pero si estudiamos con un poco de atención los libros de contabilidad, se ve que los demás no fuimos tan listos, colega. Phil y yo hemos perdido todo lo que teníamos. Absolutamente todo. Acabamos como un par de gordinflones, a punto de divorciarse y ante la perspectiva de tener un contacto restringido con nuestros hijos. Un par de cabrones sebosos que no pueden ni con un mísero paseo por el bosque.
Luke rompió a reír. Y siguió riendo hasta que se puso rojo y le saltaron las lágrimas de los ojos.
—¿Eh? —continuó Dom, con las lágrimas deslizándose por sus labios sonrientes—. Phil también se casó con una pesadilla. Ese fue el problema. Pobre desgraciado. Esa zorra se quedará con todo ahora. Justo lo que siempre había querido. Recemos por que también le endosen las deudas. Pero Gayle… —Hizo una pausa y suspiró. Cuando volvió a hablar, lo hizo casi en un susurro—. No podrá lidiar con esto, y tampoco los niños. Por eso quiero salir de aquí. Tengo que hacerlo. Simplemente tengo que hacerlo. Sus padres ya están muy mayores. Los chiquillos no lo superarán… —Dom carraspeó y soltó una bocanada de aire con toda la potencia de sus pulmones.
—No es el momento, Domja. No te desmorones, maldito gordo llorón…
Volvió a instalarse el silencio. Luke notaba el cuerpo caliente de Dom contra su espalda.
—Lo conseguiremos, colega —dijo Luke, volviéndose a su amigo—. Lo conseguiremos. Mañana. Y aplícate el consejo que acabas de darme y no te machaques. Ni aquí ni ahora. Me quito el sombrero ante vosotros, tíos. En serio. Siempre lo he hecho. Todos os habéis portado bien. —Hizo una pausa—. Lo que dije… la otra noche… son gilipolleces. Solo estaba haciendo una transferencia de mis sentimientos. Una mala costumbre que tengo. —Exhaló un largo suspiro de cansancio—. Siempre os he envidiado. ¿Lo sabías?
—Ten cuidado con lo que deseas —apuntó Dom, y se aclaró la garganta congestionada por la emoción.
—Siempre me he sentido orgulloso de vosotros.
—Y a nosotros siempre nos fascinaron tus correrías. Tú al menos siempre estabas probando algo nuevo. Hacías las cosas de otra manera. Querías algo diferente.
—Total, para nada. Eso es todo lo que he aprendido.
Dom se encogió de hombros y suspiró.
—Todos éramos unos perfectos monógamos. Nos metimos en una relación y ahí nos quedamos. Luego llegaron los niños. Tú por lo menos te lo pasabas bien de vez en cuando.
Luke sonrió.
—Y después de la uni, todos volvimos a nuestras ciudades natales y allí nos quedamos. Así la vida era más fácil. Todo era más barato cuando acabamos la universidad. Compramos casas. Mantuvimos el mismo empleo, hasta hace nada. Lo único que he hecho durante toda mi vida es jugar sobre seguro. Y Phil igual. Al menos tú y Hutch intentasteis algo diferente. Eso hay que tenerlo en cuenta, ¿no crees? Y no hay nada seguro en la vida, ¿no? Ninguno sabíamos lo que nos tenía reservado el futuro. Todos estamos jodidos, Luke. Heridos. Si rascas un poco, comprobarás que todo es una mierda. Y da igual lo lujosa que sea la casa en la que vivas.
Volvieron a quedarse en silencio un rato. Luke se sentía incómodo y avergonzado. Después de lo que le había hecho a Dom, de lo que le había dicho, allí tenía a un amigo, herido, muerto de frío y asustado, pero que todavía se esforzaba por hacerle ver con otros ojos una vida, la suya, que consideraba un siniestro total. Si eso no era amistad, ya no sabía qué lo era.
—Nunca he sabido apreciar todo lo que he tenido. Y ahora sé que nunca he tenido que enfrentarme a una prueba de verdad. Hasta este momento. Mi reacción inmediata cuando me torcí la rodilla fue quejarme.
Ahora, sin embargo, era el turno de Luke de dejar su impronta. Tenía que dar un paso al frente. Sacarlos a ambos de allí. Si lo lograba, sería la única cosa útil que habría hecho en toda su vida. No había nada más importante que la vida y la muerte.
Ahora estaban juntos, apoyados el uno contra el otro. El mero contacto de sus hombros dejaba claro a Luke que por nada del mundo podía abandonar a Dom. Al menos esa noche. Ni por la mañana. Ni en aquel bosque. La sola idea de alejarse de la tienda de campaña con Dom todavía allí le resultaba insoportable. Se imaginó echando la vista atrás en dirección a la tienda abandonada sobre la colina. E imaginó lo que emergería de entre los árboles y ascendería hasta la cima para apoderarse de su amigo. Para acabar con él.
Ambos estaban pensando lo mismo, una vez más, ya que Dom de repente dijo:
—Será mejor que te largues.
—No seas idiota.
—Hablo en serio. Lo único que tenemos a nuestro favor estando tan al norte, y que todavía no hemos aprovechado porque yo he estado ralentizando la marcha, es la duración de las noches. Si te das prisa, podrías salir del bosque hoy mismo.
—No —respondió Luke, negando con la cabeza.
—No seas imbécil. Es tu única oportunidad. Tengo la pierna destrozada. Ni siquiera puedo doblarla. ¿Qué distancia podré recorrer mañana? ¿Arrastrándola? ¿Dando tumbos con ese palo por este maldito lugar? Ninguna; ahí tienes la respuesta. Así que lárgate de aquí y consigue ayuda. En serio, Luke. No lo digo por decir. La gente tiene que enterarse de lo que nos ha pasado.
—No puedo —confesó Luke. Su voz sonó lastimosa, diminuta en el aire frío y húmedo y frente a las masas de piedras y árboles, cuya poderosa e inasible indiferencia, cuya monstruosa cualidad de permanencia no admitían desafíos.
—¿Cómo voy a ayudarte yo? —preguntó Dom con suavidad, aunque su voz sonó, de algún modo, como la de alguien mayor. Luke nunca lo había oído hablar en ese tono; era la voz de un padre, de un hombre—. Cuando quedábamos tres, era otra cosa. Ahora todo ha cambiado. Tienes que aprovechar tus opciones. Yo lo haría. Te lo digo por si eso te facilita las cosas. Si la situación fuera a la inversa y tú estuvieras herido, yo ya me habría ido. Quedarte conmigo es una sentencia de muerte.
Luke hundió el rostro entre las manos y arrastró los dedos por sus mejillas. En toda su vida no se había sentido tan desgraciado. Se le cerraron los ojos y tuvo ganas de llorar.
Dom estiró una mano hacia atrás, agarró el brazo de Luke con sus dedos gruesos y se lo estrujó.
—Por favor, vete —dijo en un susurro—. De todos modos yo seré el siguiente. No puedes estar pendiente de mí y de dónde pones el pie. Simplemente es imposible. Has hecho todo lo que has podido, pero ahora ya no hay alternativa. Si no, acabará con los dos. Primero conmigo, aprovechando un momento en que me des la espalda. Y luego contigo. No podría salir de este bosque mañana ni aunque invirtiera todas mis energías en ello. Eso significaría que tendríamos que pasar otra noche aquí. Y lo sabes.
Luke intentó borrar todo rastro de emoción de su voz, pero fue incapaz.
—A la mierda, Dom. Joder. —Tragó saliva—. Me da igual el tiempo que tardemos. No me largaré solo. Saldremos de aquí juntos. Mañana. Por la mañana. A tu ritmo. Caminaremos y descansaremos. Caminaremos y descansaremos. Nos vigilaremos la espalda mutuamente. Dejaremos todas las cosas aquí junto con los sacos de dormir. O juntos o nada.
Dom apretó un poco más los dedos alrededor del brazo de Luke. Estaba llorando e intentando contener el llanto, pero no era capaz y se enfadaba consigo.
—Mierda.
—No pasa nada. No pasa nada.
Dom gruñó entre dientes y carraspeó.
—Lo tenía todo decidido y ahora tú lo has fastidiado.
Ambos se sorbieron la nariz; era lo más cercano a la risa que podían hacer.
Dom se aclaró la garganta.
—Ahora has vuelto a darme esperanzas.
Luke estiró el brazo hacia atrás para posar la mano sobre el hombro de Dom.
Entonces, a los pies de la loma, a no más de una veintena de metros, una boca que permanecía oculta emitió un rugido prolongado y horrible, como un nuevo grito desafiante, que hizo temblar la colina y cada centímetro cuadrado de suelo en varios kilómetros a la redonda.