Capítulo 38

—Oí… oí sus gritos. Nunca lo perdí de vista. Lo juro. Lo tenía a media docena de metros. Fue culpa del hornillo. Eché un vistazo al agua. Me incliné para comprobar si había empezado a hervir. Y entonces oí los gritos… —Dom hablaba con una voz temblorosa que fue apagándose—. Va a matarlo.

Luke se había agachado a su lado, todavía empuñando la navaja. Desvió la mirada de Dom y de la tienda y examinó los alrededores rocosos y sembrados de piedras para asegurarse de que nada se les echaba encima.

—Dios mío. Dios mío.

Luke era incapaz de aceptar lo sucedido. Phil había desaparecido; estaba allí abajo, en algún rincón sombrío… Evitó que el pensamiento se transformara en algo más violento, rojo y viscoso de lo que ya era.

No podía ser. Nada de todo esto podía estar ocurriendo. Quizá si no estuviera tan cansado, con todos los músculos doloridos bajo la piel empapada, ni tuviera la cabeza embotada y aturdida por la fatiga, se volvería loco. Tres días en aquel lugar habían desbordado su capacidad de resistencia. Su personalidad se desvanecía, reducida al mero instinto y al miedo. ¿Cómo pensaba un conejo? La sensibilidad era irrelevante en aquel lugar donde solo contaban el miedo y tu velocidad de reacción cuando el mundo a tu alrededor se ponía en tu contra; si te quedabas quieto, si te confiabas, estabas muerto.

Tal vez había llegado el momento de partir. De marcharse solo. Era lo mejor que podía hacer. Se levantó y echó un vistazo al lado opuesto de la colina. Ese monstruo se llevaba uno y luego se esfumaba… Quizá el hecho de que se separaran lo confundiría. Tenía que aprovechar las últimas horas de luz y las fuerzas que le quedaban y echar a correr sin volver la vista atrás.

Sin embargo, eso podría hacerle cambiar la pauta de comportamiento, y a lo mejor decidía matarlos a ambos esa misma noche. Primero a Dom, aislado en la colina, solo dentro de la tienda, y luego a él, enredado en la maleza y delirando por la fatiga. Era una presa fácil.

«El sueño. Las ramas».

Dom levantó su cara temblorosa para mirarlo. Tenía los bordes de los párpados de un rojo brillante. Estaba sucio y lleno de moratones, calado hasta los huesos, y encima llevaba únicamente unos calzoncillos de estilo boxer mugrientos y un impermeable. Tenía un aspecto patético. Luke sintió una opresión en el pecho y un impulso. Se estremeció. Se dejó caer de rodillas y envolvió con los brazos los hombros de Dom. Apretó con fuerza los párpados cerrados. Dom estaba tiritando, pero abrazó a Luke por la cintura y se aferró a su chaqueta como un niño aterrorizado.

Y así permanecieron largo rato, abrazados en silencio bajo la llovizna, envueltos por la luz agonizante.