Capítulo 36

Sentado junto a la tienda de campaña a medio montar, Luke se miró las manos enrojecidas por el frío y esperó a que las náuseas remitieran. Sentía un dolor abrasador en el estómago. Intentar pasar los palos de la tienda por las paredes de lona en el orden correcto se reveló una misión casi imposible. Todo daba vueltas a su alrededor, y sus brazos carecían de la fuerza necesaria para doblar los palos lo justo para ensartar los extremos en los cuatro orificios que había en las esquinas de la cubierta del suelo. Phil tendría que ayudarlo.

—¡Phil, ayúdame con estos malditos palos! Por Dios, si no voy a acabar partiéndolos.

Phil estaba sentado en cuclillas con la mirada fija colina abajo, y en ningún momento se volvió a Luke.

—No, por favor.

Luke dio un trago a su cantimplora.

—¿Cómo lo lleva?

—Va por la mitad.

Dom ascendía de espaldas a ellos por la ladera rocosa de la colina, sentado en el suelo y arrastrando el culo un poco cada vez mientras Phil vigilaba desde la cima. Habría sido el momento perfecto para lanzar un ataque. Luke había dicho a Phil que se quedara con Dom, pero este había preferido no separarse de Luke.

¿Por qué lo que fuera que había matado a Hache no actuaba ahora? Estaban demasiado cansados para defenderse y el miembro más débil del grupo había quedado aislado de él y de Phil. ¿Acaso los depredadores no actuaban así? ¿No esperaban a que el miembro más débil se separara de la manada y entonces atacaba? Porque esa cosa estaba allí abajo, observándolos. Luke lo sabía.

Luke se puso de rodillas con un gruñido y con las fuerzas que le quedaban se preparó para intentar doblar los palos otra vez. Había hecho aquello miles de veces durante años; era capaz de montar una tienda en veinte minutos. Pero ahora le resultaba imposible. Llevaba veinte minutos entretenido con la tienda y solo había conseguido colocar en su sitio uno de los soportes principales. Sin embargo, sería la última vez; no iba a pasar más por ese trance. La tienda se quedaba allí arriba. Mañana se movería sin lastres. Incluso dejaría su mochila con Phil y Dom; solo cogería la brújula, la navaja, unas onzas de chocolate, el saco de dormir y listo.

Las motitas de llovizna regaban el revoltijo de la tienda y sus hombros encorvados. Luke levantó la mirada al cielo plomizo, bajo y oscuro, y a pesar de su aspecto agradeció el hecho de poder verlo. En la cima de la colina disfrutaban de un poco de luz natural. Tal vez las nubes estaban dispersándose. ¿Quién sabía? Dentro del bosque la oscuridad podía llegar a ser impenetrable como la noche. Era un lugar perdido de la mano de Dios que no estaba hecho para el ser humano.

Empleando todas sus fuerzas hasta el punto de correr el peligro de herniarse, Luke dobló por cuarta vez el palo de la tienda y apretó los dientes, con la mirada fija en el diminuto orificio cromado y la punta metálica de la varilla que debía recuperar toda su longitud justo encima del orificio, pero aquella se negaba a ceder el par de milímetros que le faltaban para insertarse en la anilla de la esquina. Luke sacó fuerzas de donde no las tenía. Forzó al máximo los hombros y los bíceps. Sus dedos habían adquirido un color blanco azulado. Lanzó un grito y la punta de la varilla se deslizó dentro de la anilla. Luke la soltó y se dejó caer de espaldas sobre el suelo, con los dedos flexionados como garras doloridas. La sangre volvió poco a poco a circular por sus manos.

—Hecho. ¡De puta madre! —exclamó para sí.

—Se ha parado. Tendremos que subirlo a rastras entre los dos el trecho que le queda —dijo Phil—. Tiene la rodilla destrozada. Totalmente destrozada.

Dom yacía tendido bajo el techo de la tienda, sobre el saco de dormir, en ropa interior y únicamente con un forro polar encima. Permanecía inmóvil, en silencio. Tenía la pierna mala estirada y al aire, y su pie asomaba por la puerta de la tienda. Luke le había colocado una mochila debajo del talón.

Dom no había abierto la boca desde que habían alcanzado la cima del peñasco. Una vez arriba, se había ayudado de la muleta para ponerse de pie y enfilar renqueando terriblemente hasta la tienda montada. Después de la dolorosa ascensión arrastrando el trasero, Luke evitó mirar a Dom a los ojos y se limitó a farfullar: «Bien hecho, colega». Ambos sabían que Dom había alcanzado su límite y que habría de esperar allí arriba hasta que llegara la ayuda. El mero hecho de pensar que debería convencer a Phil para que se quedara con él fatigaba aún más a Luke, si es que eso era posible. Lo pospondría hasta la mañana siguiente. No sobreviviría a otra discusión.

Cada cosa a su debido momento. Primero había que encender el hornillo. Preparar una bebida caliente. Debía poner a Phil a recoger leña, toda la madera seca que pudiera reunir. Él treparía al árbol y echaría un vistazo. Había que ceñirse al plan. Ser metódico. Mantener la mente ocupada. No había que dejar un resquicio por el que la ansiedad pudiera colarse y causar estragos.

Montar el campamento, buscar el hornillo, la olla, llenarla de agua, encender el fuego… Luke deambulaba realizando las tareas como si estuviera drogado, demasiado cansado para fumar siquiera. Un cigarrillo en ese momento lo habría matado; tenía los pulmones extenuados, magullados, destrozados. Había perdido buena parte de la coordinación de los movimientos de las piernas y caminaba a trompicones. Mantener el equilibrio se había convertido en una odisea a causa de la deshidratación, la desnutrición, o lo que fuera. Se sentía como si hubiera pasado todo el día haciendo ejercicios de levantamiento de peso muerto en el gimnasio. Se preguntó si alguna de las plantas que crecían a su alrededor sería comestible. En la cabeza se le formó una imagen de unas bayas silvestres y se le hizo la boca agua.

Por fin se hallaron los tres sentados juntos en silencio, envolviendo con las manos mugrientas sus tazas de café caliente cargado de azúcar. Casi se les saltaban las lágrimas con el aroma que despedía el café, y los tres mantenían la mirada fija en la superficie negra mientras se enfriaba. Ninguno fue capaz de esperar a encontrar la leche en polvo. La necesidad de meterse algo caliente entre pecho y espalda era acuciante, y en cuanto el café alcanzó la temperatura máxima para engullirlo sin peligro, eso fue lo que hicieron.

Dom se tumbó después de acabarse su café, con la taza fuertemente apresada entre las manos sucias para no desperdiciar nada del calor que desprendía. Phil apoyó los codos en las rodillas y dejó caer la cabeza, y Luke pensó al cabo de un rato viéndolo así que se había quedado dormido.

Pero a Phil lo había asaltado el recuerdo de Hutch, y lloraba quedamente para sus adentros. Sus reflexiones eran contagiosas. La inmensidad de todo lo que habían perdido volvió a manifestarse en los tres con una opresión en el pecho y un nudo en la garganta. El agotamiento les había ahorrado pensar en el espectáculo horrendo de su mejor amigo colgando fláccido de un árbol. Ahora, sin embargo, estaban descansando, y la imagen de Hutch apareció en sus cabezas de un modo fulgurante e implacable. Dom estaba tumbado dentro de la tienda de campaña con el rostro cubierto; sus hombros empezaron a sufrir espasmos al ritmo del llanto. Luke desvió la mirada y la fijó en la porción de bosque que habían atravesado aquella tarde. Sintió un escozor creciente en los párpados y que se le empezaba a nublar la vista.

—Phil, colega —dijo Luke cuando las gotas frías de la llovizna se habían sumado a las lágrimas de su dolor.

—¿Qué? —dijo al cabo Phil sin mover la cabeza.

—Voy a trepar al árbol para echar un vistazo alrededor. Tal vez divise los límites del bosque. Quién sabe.

Phil alzó de repente la mirada hacia los árboles con los ojos vidriosos. Dom se incorporó rápidamente, con un temblor en el cuerpo; tenía los ojos rojos.

Luke señaló el árbol.

—Creo que podré construir una especie de escalón con piedras planas. Luego pegaré un brinco para agarrarme a la rama más baja. Si lo consigo, luego será como subir por una escalera. Con que trepe hasta la mitad del árbol podré echar un vistazo entre las ramas más finas.

—Podría funcionar —repuso Dom, asintiendo con la cabeza.

—Es la razón por la que quería subir aquí. La ascensión ha estado a punto de matarnos, pero este es un buen lugar. Un poco descubierto, pero tenemos la tienda para protegernos de la lluvia. Y por una vez no hemos tenido que montarla debajo de un árbol, así que no corremos el riesgo de que se rasgue la capa impermeable. A lo mejor incluso podemos encender una hoguera. Phil, necesitaré que busques leña seca. Mira entre la maleza, que esté en contacto con el suelo. Recoge corteza de árbol, ramitas, astillas para prender el fuego. Intentaremos mantenerlo encendido toda la noche. Pero no te alejes demasiado de la tienda.

Dom miró a Luke con una expresión cercana a la aprobación y asintió.

—¿Y yo?

—Tú tendrás que quedarte aquí, colega. Nosotros nos encargaremos de todo. De todos modos mantente alerta. Si oyes algo, ponte a gritar de inmediato.

—Comprendido.