—No puedo continuar —dijo Dom, con la mirada clavada en el trozo de suelo cercado por sus piernas sobre el que se había desplomado. Llevaba la cabeza sepultada bajo la capucha de su impermeable.
—Yo tampoco —masculló Phil en una muestra de solidaridad.
Luke desvió la mirada de sus compañeros y volvió a contemplar la colina que se proponían ascender y cuya sola visión los derrotaba. Constituía un obstáculo prácticamente insalvable.
Luke se descolgó las mochilas con un gruñido; primero la que llevaba sobre el pecho y, a continuación, la de la espalda. Un dolor abrasador le recorrió el torso. Estiró la espalda y le crujieron los huesos de la columna vertebral, provocándole una sucesión de punzadas dolorosas. Lo peor fueron las molestias en los hombros; sin el peso de las mochilas actuando como torniquetes, sus músculos se pinzaban en breves contracciones que le provocaban un dolor insoportable. ¿Y los muslos? Los notaba pesados, y sin embargo le temblaban de un modo incontrolable. Miró el reloj. Eran las cuatro y veinticinco de la tarde.
Se enjugó el sudor de los ojos y miró detenidamente la pendiente ascendente. La masa oscura de abetos y píceas clareaba a medida que cedían su lugar a los troncos blanquecinos de los abedules y los sauces enanos que rodeaban la cima de la loma; un abeto falso que parecía fuera de lugar se elevaba en lo alto de la cumbre, por otro lado sembrada de piedras y teñida de gris por el musgo de los renos. Podría resultarles útil como atalaya. Tal vez, pensó Luke, podría trepar al abeto falso y otear el océano de bosque que se extendía en todas direcciones para hacerse una idea de dónde estaban. También suponía un lugar más sencillo de defender. La brisa propagaría el humo de una hoguera, y la colina era visible desde el aire. Por fin habían llegado. La idea había sido suya.
La colina se había convertido en una fijación para Luke en cuanto había empezado a atisbar su mole desde los claros que de vez en cuando se abrían en el bosque, alrededor de los tramos de suelo cubiertos de rocas con la superficie lisa por los que habían desfilado renqueantes después de atravesar la franja cenagosa. Desde entonces había puesto toda su atención en la colina. Dudaba que hubieran recorrido más de cinco kilómetros desde que habían cruzado el barranco hacía ya tres horas. El tiempo se dilataba durante sus eternas paradas para descansar.
Por fin la violencia de la lluvia se había debilitado, y ahora caía una llovizna fina que agradecían después de haber tenido que soportar cerca de dos horas de diluvio. Se habían visto obligados a intentar encontrar cobijo bajo los árboles, aunque al final simplemente se habían sentado en silencio y habían terminado calados hasta los huesos, tiritando y con los dedos entumecidos. Puesto que carecían de medios para secar la ropa, Luke había convencido a sus compañeros de que les convenía seguir caminando mojados bajo la lluvia para mantener la temperatura corporal. Los otros dos habían aceptado la propuesta sin abrir la boca, simplemente levantándose medio groguis al unísono. Y desde entonces se habían limitado a poner un pie delante del otro sobre el terreno implacable hasta llegar al pie del peñasco.
Estaban avanzando a un ritmo de cuatro o cinco kilómetros por día. Así no llegarían a ninguna parte. Nunca.
Era inevitable pasar otra noche en el bosque. Si se mantenían en grupo y continuaban al paso lento que marcaba Dom, mientras Luke cargaba con buena parte del equipo, nunca saldrían del bosque. Sin embargo, si conseguían subir allí arriba y acampar en la cumbre, y tal vez encender una hoguera con leña seca sepultada entre la maleza de las laderas y descansar toda la noche, a lo mejor a la mañana siguiente él podría partir en solitario e invertir las fuerzas que le quedaban en salir del bosque y buscar ayuda. Sería un buen lugar para dejar a Phil y a Dom; seguro que verían con mejores ojos la idea una vez que estuvieran arriba.
¿Cómo les anunciaría su decisión? Podría explicársela por la mañana, en cuanto se despertaran, cuando pudieran pensar con mayor claridad después de un largo descanso. No había más que decir: tenía que marcharse solo.
Luke se encorvó plantado delante de los otros dos. Cerró los ojos y apretó los párpados.
—Bueno. Bueno. —Volvió a enderezar la espalda y tomó un trago del agua cenagosa de su cantimplora—. Cuando lleguemos arriba, acamparemos y encenderemos un fuego.
—Yo no puedo subir —respondió Dom, y se tumbó sobre la roca húmeda de la ladera de la colina. Cerró los ojos bajo la lluvia.
Luke suspiró.
—Yo subiré todo el equipo. Echaré un vistazo arriba. Vosotros, chicos, tomaos un respiro. Permaneced juntos.
Luke pasó como pudo los brazos por las correas de las mochilas. Pero cuando tuvo los bultos colocados sobre el pecho y la espalda y le regresó el escozor doloroso de las magulladuras que le habían causado durante la jornada, fue incapaz de inclinarse para coger la tienda de campaña. Phil se adelantó renqueante, alzó la tienda y le posó las correas sobre la palma abierta de la mano derecha. Luke le hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza y emprendió la ascensión a la colina.