—Nunca podré cruzarlo.
La tez rubicunda de Dom brillaba bajo los pegotes de tierra que le cubrían la cara. Dom apoyó un hombro contra un árbol y afirmó la muleta en el suelo esponjoso con el ángulo adecuado para mantenerse erguido. La muleta no era otra cosa que una rama suelta con la longitud idónea y el grosor suficiente para aguantar el peso de Dom: incluso tenía una horquilla en un extremo en la que posar la axila. Había sido la tercera opción, tras desechar las dos primeras por ineficaces. Luke las había encontrado todas entre la maleza, después de abandonar el lúgubre lugar donde Hutch seguía colgado de los árboles.
Luke se sentó en una piedra amplia, tiró a un lado la bolsa de la tienda de campaña y dejó caer las dos mochilas que cargaba, que aterrizaron en el suelo con un chasquido. Phil se detuvo detrás de él y se inclinó para llevarse las manos a las rodillas, vencido por el agotamiento y la desilusión y resollando por la boca abierta.
—¿Pararemos para descansar en algún momento? —preguntó Dom para sí.
—Dale una chupada al inhalador, colega —dijo Luke, dirigiéndose a Phil sin mirarlo—. Tu respiración suena fatal.
Phil hurgó en el bolsillo de su impermeable.
Un temor familiar asaltó de nuevo a Luke cuando emergieron de la línea de árboles y aparecieron en un valle con las paredes escarpadas después de haberse arrastrado en grupo durante tres kilómetros por un terreno cada vez más rocoso, plagado de marañas de maleza y cuesta arriba. El presentimiento, que se había convertido en una idea y que ahora sentía como la simple aceptación del hecho de que morirían allí, amenazaba con abatirlo otra vez.
Debajo de sus pies, la pared del barranco estaba sembrada de piedras enormes, con la superficie expuesta amarilla y del verde pálido del liquen. En la cuenca del cañón, un bosque de plantas de tallos altos y de hojas gomosas con forma de paraguas se extendía a lo largo de treinta metros, hasta el lado opuesto, donde les esperaba una pendiente abrupta para conducirlos de regreso hasta un suelo cenagoso densamente poblado de abetos y pinos. Una franja pantanosa. Luke miró el reloj. Era la una de la tarde.
Una luz suave y sobria caía sobre el cañón; no habían visto tanta luz procedente del cielo gris y apagado desde su visita al cementerio el día anterior. La lluvia constante caía contenida en la luz, enfriando el aire puro; había ganado fuerza, y cada vez era más audible el golpeteo de las gotas de agua contra las rocas que tenían a su alrededor. No tardaría en arreciar; Luke lo presentía. Lo sabía.
Motivados por un temor que se habría convertido en un ataque de histeria colectiva si hubieran permitido que sus mentes exhaustas le dieran demasiadas vueltas, habían abandonado el cadáver del pobre Hutch a las once y habían emprendido una caminata lenta pero constante hasta llegar a donde ahora se encontraban: un cañón, insalvable en su estado. El barranco se extendía a ambos lados hasta más allá de donde les llegaba la vista, hasta que la inesperada grieta torcía y se perdía entre los árboles envueltos por la niebla.
Ninguno de los tres había asimilado aún por completo el hecho de que Hutch no estuviera vivo, ¡vivo! No podía ser de otra manera; la fatiga se lo impedía. Luke se alegraba de padecer ese aturdimiento; la imposibilidad de llegar a comprender lo sucedido había acabado por entumecer sus emociones. Sin embargo, una y otra vez, la verdad, en toda su crudeza, emponzoñaba sus pensamientos y los de sus compañeros, y uno de ellos lloraba, o decía «Oh, Dios, mío. No puede ser» para sí, mientras atravesaban juntos el bosque renqueando y arrastrando los pies. Era inconcebible. Estaban sumidos en lo inconcebible.
—Agua. Y una inyección de calorías —dijo Luke con la esperanza de recuperar algo de claridad. La deshidratación difuminaba sus pensamientos. Las ideas iban y venían en una leve deriva. No conseguía llenar los pulmones y hablaba arrastrando las palabras. Estaba demasiado cansado para hacer algo más que dirigir un par de palabras jadeando a sus compañeros—. Tomaos un respiro. Nos lo hemos ganado. ¡Qué carajo! Hemos avanzado un buen trecho esta mañana. Buen trabajo, chicos.
Era la primera vez que Luke hablaba desde hacía más de una hora. El cansancio le había impedido incluso balbucear un monosílabo de ánimo o un consejo a sus compañeros. El hecho de cargar con la tienda de campaña, con su mochila colgada de la espalda y la de Dom, del pecho había provocado que la caminata matinal por el terreno rocoso lo llevara hasta el límite de su resistencia; y solo era poco más del mediodía. Las parejas de correas de las mochilas le estrujaban los hombros y le provocaban un dolor terrible que no era capaz de aliviar repartiendo de distinta manera el peso. Había ignorado las molestias y había continuado adelante hasta que se le nubló la vista. Y aun así había tenido que detenerse cada pocos minutos cuando uno de sus compañeros le gritaba que esperara o que aminorara el paso, por temor a adelantarse en exceso al resto del grupo. Ahora le dolía el cuello porque había tenido que estirarlo para asomarse por ambos lados de la mochila de Dom para ver dónde apoyaba el pie. Si se torcía un tobillo, ya podían arrancarse la ropa y ponerse a esperar que llegara su final.
Luke odiaba esa falta de movilidad, sobre todo de los brazos. Si hubieran sufrido un ataque, habría perdido unos segundos cruciales mientras se peleaba con las correas y las presillas. Y su adversario era ágil, ágil y silencioso, a menos que optara por hostigarlos guardando cierta distancia.
Podría haberse llevado a cualquiera de ellos durante las últimas dos horas, y Luke lo sabía. El cansancio acumulado les había hecho bajar la guardia y ya no escudriñaban con miradas furtivas los alrededores del terreno que atravesaban arrastrando sus cuerpos pesados. Tal vez el ser humano o animal que los acechaba solo mataba cuando tenía hambre. Esa idea le hizo sentir náuseas a Luke.
Sin embargo, que él cargara con las mochilas y la tienda de campaña era la única solución para que Dom pudiera incrementar la velocidad con su pierna sana. Su rodilla maltrecha estaba hinchada y pálida, y alrededor de la rótula no se advertía rasgo definido alguno. Debajo del vendaje tenía la piel tirante y caliente. A Luke se le saltaban las lágrimas solo de mirarla. Incluso para ascender la más leve pendiente, Dom tenía que deslizar los pies de lado y utilizar la muleta como si fuera un piolet mientras arrastraba la pierna herida para no apoyar el peso en ella en ningún momento. Esa pierna necesitaba pasar tres o cuatro días reposando en alto hasta que pudiera volver a moverla. Cuanto más esfuerzo le exigía, más daño estaba ocasionándole. Dom llevaba toda la mañana con un permanente rictus de dolor y de pavor a que se incrementara ese dolor si resbalaba o se golpeaba la rodilla.
Dom y Phil se sentaron en sendas rocas al lado de Luke en la cima del barranco y hundieron las botas en el musgo húmedo que se extendía entre las piedras. Clavaron la mirada en los pies, sin verlos, jadeando. Ambos llevaban los impermeables desabrochados, la capucha caída sobre la espalda y los gorros hechos una bola dentro de los bolsillos de los pantalones. Sus rostros rubicundos estaban cubiertos por una película de grasa y de tierra seca que brillaba con el sudor.
Luke notaba la presión de la fuerza de la gravedad incrementada a su alrededor. La responsabilidad, como un peso tangible, endurecía la roca sobre la que había posado su trasero. Nunca antes había asumido el papel de líder de nada, y el desarrollo de la excursión había dependido hasta entonces de las decisiones de Hutch. La ira se propagaba por todo su cuerpo desde el fondo de sus entrañas y lo reactivaba. ¿En qué estaría pensando Hache cuando decidió sacar de la pista a ese par? Aquella excursión había sido excesiva para las capacidades de Dom y Phil, y lo habría sido aunque Hutch no los hubiera llevado por un terreno desconocido con la esperanza de encontrar un atajo. Luke dio tres sorbos a su cantimplora. El agua sabía a goma y al bosque que los envolvía: a putrefacción de madera mojada, a descomposición de hojas y a aire gélido. Luke aborrecía ese sabor. También el olor. Sus cuerpos habían empezado a formar parte del bosque. Solo un par de colores brillantes de las fibras artificiales de su ropa los diferenciaba de la desconsiderada e implacable descomposición de la estación y de la naturaleza. Habría sido tan fácil dejarse caer al suelo e incorporarse al ciclo de la vida, convertirse en alimento para otros seres o pudrirse hasta desaparecer. Luke se sintió apabullado por esa idea, por las dimensiones inabarcables de aquella tierra y la absoluta insignificancia de su vida y de la de sus dos compañeros.
Extendió el mapa sobre sus piernas antes de que Dom y Phil advirtieran los temblores de pánico que debían de ser evidentes en su rostro y en sus dedos. Examinó las masas verdes y marrones en el mapa, pero la fatiga y el agotamiento le impedían comprender lo que miraba. El mapa indicaba que se encontraban en un parque nacional lleno de bosques y terrenos pantanosos, pero no señalaba ninguna característica identificable ni peculiaridad en el terreno que pudieran utilizar para orientarse. Luke sintió que a su azoramiento se sumaban ahora la apatía y la indiferencia, y eso no lo ayudaba a concentrarse. ¿Qué significaría? ¿Hipotermia? No podía ser. Estaban mojados y notaban el frío cuando se detenían, pero no estaban calados hasta los huesos ni tiritaban. Al menos todavía.
—¿Dónde estamos? —preguntó Dom, caminando de lado y arrastrando los pies hasta la roca que había junto a la que utilizaba Luke para sentarse.
¿Qué demonios sabía él? Ni siquiera podía creer que hubieran recorrido tanto terreno durante la mañana. Tenía la impresión de que habían avanzado varios kilómetros; sin embargo, un terreno escabroso en un paraje salvaje podría resultar engañoso. Hutch y él se habían perdido en una ocasión, hacía seis años, mientras regresaban de una playa en una isla del archipiélago sueco vestidos únicamente con una camiseta y unas bermudas. La isla donde estaban apenas medía siete kilómetros de largo y tres de ancho, pero, sin saber cómo, habían acabado caminando en círculo y apareciendo con los cuerpos llenos de arañazos en el lugar exacto del que habían partido dos horas antes. Un hecho insólito, ya que habían estado convencidos de que caminaban en línea recta en dirección este. Al menos ahora contaban con una brújula, aunque eso no respondía la pregunta de dónde estaban ni de cuánta distancia habían recorrido, que en ningún caso —y en eso acataba la voz de su experiencia— sería tanta como les parecía.
—El problema es que no podemos precisar la distancia que hemos recorrido desde que nos adentramos en el bosque hace ya tres días —dijo Luke evitando mirar a Dom a los ojos.
Dom suspiró y movió la cabeza con abatimiento. Luke se tomó el gesto como una acusación y rápidamente se puso a la defensiva.
—Pero estamos avanzando en la dirección correcta.
—Pero ¿cuánto nos queda? Se suponía que teníamos que haber salido del bosque hace dos días. En el mapa, este trozo de bosque no parece tan extenso. —Dom desplegó los dedos mugrientos por el trozo de papel y examinó con ojos frenéticos los colores, los contornos y las líneas de puntos con la esperanza de descubrir de repente una pista que indicara dónde se hallaban sentados.
Pero a duras penas se encontraban en un «trozo» de bosque o en una parcela arbolada. En algunas zonas, el bosque alcanzaba una anchura de cincuenta kilómetros y, por lo que habían visto, en buena medida estaba formado por una masa impenetrable de árboles o se trataba de bosque virgen e indómito. La intención de Hutch había sido atravesar la franja más delgada, de no más de diez kilómetros de ancho según el mapa, que se extendía en el extremo occidental. Luke se preguntó, sin embargo, si la decisión de seguir por el sendero que partía de la vieja iglesia no los habría apartado de la trayectoria que Hutch había previsto llevar inicialmente. Además, las características del terreno y la espesura de la vegetación los había obligado a variar el rumbo en repetidas ocasiones, de modo que se habían movido hacia el oeste, el este, el noroeste y el suroeste en algún momento a lo largo de la marcha. Habían pasado buena parte del día anterior caminando hacia el oeste, e incluso hacia el noroeste según la brújula, en vez de ir hacia el suroeste y luego enfilar directamente hacia el sur en dirección a la zona del bosque que Hutch afirmaba que era la franja estrecha que aparecía en el mapa, con el río debajo. Ese había sido el plan. Pero Hache ya no estaba con ellos, y Luke los había hecho dirigirse hacia el sur aquella mañana para asegurarse de que no abandonaban la parte angosta del bosque. Una decisión que era plausible siempre y cuando su posición fuera la que había supuesto. Sin embargo, en el caso de que se hubieran desviado en exceso el día anterior y adentrado en la porción más extensa del bosque, tenían por delante treinta kilómetros de terreno escabroso y bosques milenarios y tan oscuros que ni siquiera durante las horas de día la luz apenas si tocaba el suelo. Si se hubieran dirigido hacia el oeste, habrían acabado apareciendo en Noruega. El mismo final habrían tenido si no hubieran realizado las pertinentes correcciones en dirección suroeste el día anterior, y la ruta que había establecido esa mañana directamente hacia el sur los habría conducido hasta una zona más vasta de terreno virgen. Tardarían cerca de tres días en atravesar las zonas más extensas y densamente arboladas que flanqueaban la franja estrecha en la que esperaban encontrarse; y eso si estuvieran en condiciones óptimas. En su caso concreto, de haber estado solo significaría otras dos jornadas, posiblemente tres noches, sin comida. Pero para sus compañeros, heridos… Luke sintió náuseas y un ligero mareo.
—¿Y si cuando salgamos de este puto agujero resulta que hay otro exactamente igual en el otro lado?
Luke no había pensado en ello, pero ahora que Dom había expresado en voz alta su preocupación, Luke juzgó que era perfectamente posible. Las pautas en el terreno a menudo se repetían; a veces, sin embargo, se revelaban como simples anomalías. Había ciénagas por todo el mapa a ambos lados de la franja estrecha de bosque. La arboleda actuaba como un embudo; como una trampa si se era lo suficientemente estúpido como para atajar a través de él con la esperanza de evitar tener que bordear las ciénagas. Esa idea pareció robarle las últimas fuerzas que le quedaban. Imaginó a vista de pájaro una sucesión de cañones largos y profundos paralelos al que tenían enfrente, como una caja torácica extendiéndose durante kilómetros. Eso representaría su final.
Luke hizo desaparecer una barrita energética en dos bocados y acto seguido se le pasó por la cabeza engullir una segunda. Los otros dos ya estaban masticando el último trozo de sus segundas barritas, lo que significaba que les quedaban tres por cabeza. Se habían repartido equitativamente las últimas cuatro barritas de Hutch y habían reservado una que guardaban junto con la tableta de chocolate.
—Calculo que tendremos que comer otras dos barritas esta noche y beber café bien cargado de azúcar —dijo Luke para recordar a sus compañeros la gravedad de su situación—. Nos queda gas para otra noche y la mañana siguiente. Eso nos dejará con una reserva de una barrita para cada uno y con el chocolate en caso de necesitarlo. —Se abstuvo de decir «mañana», pero desde que se habían visto obligados a sentarse frente al barranco, la idea de otra noche juntos en el bosque, con guardias compuestas por dos miembros del grupo con las navajas empuñadas mientras el tercero dormía, había empezado a provocarle una opresión en el pecho tan terrible que incluso tenía dificultades para tragar saliva o respirar con normalidad. Sin embargo, la conclusión del mensaje, la amenaza de que tendrían que pasar otra noche al aire libre, estaba implícita en su voz.
Cada barrita contenía 183 calorías. Con las dos que acababan de consumir y las dos que comerían después a duras penas alcanzarían las mil calorías, y todavía tenían por delante un buen puñado de horas de máxima exigencia caminando en el frío y bajo la lluvia.
—Estas eran mis últimas dos barritas —dijo Phil impasible, mirándose las palmas mugrientas de las manos.
Luke clavó la mirada en el cogote despeinado de Phil y tragó saliva.
—Dime que estás de broma.
—Colega, estamos quemando un montón de calorías —espetó Dom, que a pesar del cansancio todavía conservaba fuerzas para mostrar una actitud hostil.
—¿Y qué comeréis después?
—Tendremos que recurrir al chocolate —respondió Dom, con el gesto tenso y desafiante.
—¿Tendréis? ¿Tú también te las has comido todas?
Dom asintió con la cabeza sin un atisbo de vergüenza ni de arrepentimiento en el rostro.
—Y sigo hambriento.
Luke apartó la mirada y contempló el barranco en silencio. Tardaría veinte minutos en cruzarlo solo, tal vez menos. La idea le tentaba. Además, pensó que, después de todo, si resucitaba la estrategia original que había discutido con Hutch la noche anterior, era la única opción posible.
Si soltaba las dos mochilas y la tienda e invertía todas sus reservas de energía en la caminata, podría avanzar a un ritmo constante hasta las nueve, cuando ya habría oscurecido demasiado como para continuar sin asumir riesgos. Además, eso lo libraría de tener que aguantar a aquella pareja y cargar con ella durante ocho horas. Incluso podría salir del bosque esa misma noche si avanzaba en la dirección correcta. Dejaría a sus compañeros allí con la tienda, junto a una sima destacada que sería visible desde el aire. Tenían agua. Comida no, pero ¿de quién era la culpa? Solo tendrían que abrigarse, meterse en los sacos de dormir y turnarse para hacer las guardias. A lo mejor podían encender una hoguera y todo.
No obstante, en el caso de que sobrevivieran esa noche, tendrían que pasar otra al raso. Porque aunque él consiguiera salir del bosque esa misma noche, necesitaría pasarse otro día caminando para encontrar una carretera secundaria o un asentamiento y organizar el rescate. Dos noches sin comida y con uno de ellos herido. ¿Lograrían siquiera encender un fuego? Tenían mecheros, pero a su alrededor todo estaba demasiado mojado para arder. Ya llevaban cuatro días de lluvia incesante, y tardarían horas en reunir leña en las condiciones necesarias para mantener encendida una hoguera. Además, se les acabaría el gas a la mañana siguiente.
Su mente saltaba de un escenario al otro y después se ralentizaba para considerar las repercusiones de cada una de las opciones. Pero daba igual lo que decidiera y a renglón seguido desechara, pues en todos los casos no podía dejar de decirse que sus mayores probabilidades de supervivencia recaían en emprender una marcha en solitario.
—¿Y ahora qué? ¿Cómo cojones cruzo este barranco? —En el tono de voz de Dom se apreciaba una nota de acusación.
—Quizá… —dijo Luke en un susurro.
—¿Quizá qué?
—Quizá lo mejor sea recuperar el plan original.
—¿El plan original? El plan original consistía en sacarnos de este condenado bosque cuanto antes, por la ruta más directa. ¿Acaso no estamos siguiendo el plan original?
Otra vez el sarcasmo. Siempre el sarcasmo. ¿Se acabaría alguna vez? Iba de un lado a otro cojeando con su rodilla inútil y criticando, siempre quejándose. Luke era su única esperanza de supervivencia y él insistía en su tono despectivo.
—No va a gustaros lo que voy a sugerir.
—Me juego lo que quieras, ¿y tú, Phillers?
Phil los miró desconcertado.
—¿Cómo?
—Está planteándose largarse solo. ¿No es cierto? ¡Abandonarnos en este condenado lugar!
—Escuchad…
—No puedo creer que lo hayas pensado siquiera.
Luke apretó los dientes.
—¿Acaso si tú pudieras andar bien todavía estarías aquí?
—¿Qué? —Dom meneó la cabeza asqueado—. Yo nunca os dejaría. Pero no sé por qué me sorprendo. Te has apropiado del mapa y llevas todo el día jugando a ser Hutch. Has conseguido que estemos más perdidos de lo que ya lo estábamos. Y ahora que nos has traído a este cráter te propones abandonarnos, ¡cuando esta mañana decidimos que nos mantendríamos juntos!
—Lo dijiste, Luke. Lo dijiste —espetó de repente Phil, con un atropello que dejó perplejo a Luke.
—No es lo que pensáis…
—Desde este lugar donde estoy sentado sí lo es. A partir de ahora cada uno que cuide de sí mismo. ¿No se trata de eso? Bueno, pues adelante. ¡Lárgate! ¡Jódenos!
—Escuchad…
—Yo ya estoy harto de escuchar. Primero las ideas brillantes de Hutch que han acabado matándolo, y ahora las tuyas. ¡Y seguimos en este maldito lugar! ¡Perdidos! ¡Perdidísimos!
La voz de Dom fue apagándose hasta convertirse en un hilito desesperado que provocó que hasta el último tendón y fibra muscular del cuerpo exhausto de Luke quisiera pedir a gritos que todo aquello acabara de una vez. «Por favor, Señor, haz que termine ya».
Luke se levantó. Dom se estremeció y Phil se puso tenso. Ambos pensaron que les iba a pegar. ¿Por qué? Él no era así. ¿O sí? ¿Iba a abandonarlos porque le entorpecían la marcha, o acaso se proponía realmente salvarlos a todos? Tal vez Dom tenía razón y solo estaba racionalizando su propio deseo egoísta de sobrevivir. En situaciones extremas prevalecía el instinto de supervivencia. ¿Había llegado el momento de que cortara la cuerda? ¿O debía hundirse con ellos? Ya no sabía nada.
De repente se sintió avergonzado; se imaginó alejándose de aquellas figuras desamparadas sentadas junto a una tienda de campaña medio caída. Ninguno de los dos sabía montar siquiera una tienda. Él y Hutch las habían montado todas las noches desde el primer día de la excursión.
Luke apuntó con el dedo el fondo del barranco con un deseo desesperado de evitar otra confrontación y miró de refilón a Dom.
—¿Puedes atravesarlo?
—Sí.
—¿De verdad?
—¡Sí, joder!
—De acuerdo. Pues atravesémoslo.
Phil lanzó una mirada fugaz a uno y luego al otro.
—En grupo estaremos más seguros —dijo, variando la entonación sobre la marcha para transformar la afirmación en una pregunta.