Al principio, Luke oyó los gritos como si fueran un ruido lejano dentro de su sueño. Pero entonces abrió los ojos y clavó la mirada en el techo oscuro de la tienda de campaña que compartía con Phil. Alguien estaba dando rienda suelta a su pánico alrededor de su cuerpo tendido en el suelo.
Lo primero que le pasó por la cabeza —todavía no recuperado del todo del sueño del que lo habían arrancado bruscamente— fue quedarse inmóvil en la oscuridad y esperar a que cesaran los gritos. Sin embargo, los alaridos histéricos y salvajes no decaían. El espantoso ruido de un hombre arrastrado hasta el borde de la muerte por el pánico y el terror convertía el aire en una corriente turbulenta que impedía pensar con claridad.
En la oscuridad fría en la que había despertado, Luke, conmocionado y de pronto aliviado a partes iguales, descubrió que el alboroto procedía de la tienda de al lado. Se trataba de Dom.
La tela flácida del techo de su tienda se sacudía con el ajetreo de la tienda vecina, donde tenían su origen los gritos. En la escena que Luke se formó mentalmente a partir del barullo, alguien estaba siendo arrancado violentamente de su catre acompañado por el ruido de ropa desgarrada y el pisoteo de arbustos.
Luke se incorporó como un resorte y buscó a tientas la cremallera de su saco de dormir. Luego tanteó en la oscuridad buscando la linterna, pero no la encontró. Cuando finalmente renunció a la linterna y hurgó con los dedos temblorosos en sus pantalones empapados buscando la navaja suiza que guardaba en el bolsillo delantero, Phil se incorporó a su lado.
—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —repitió Phil aturdido, aunque en el tono de su voz latía una nota de aceptación, como si Phil hubiera estado esperando aquel alboroto y una vez que por fin se había producido solo quisiera conocer los detalles específicos.
Y entonces ambos se quedaron quietos y mudos. También los aullidos de Dom cesaron. Un silencio sepulcral se instaló tras el repentino alarido de dolor de Hutch: un breve estallido gutural que revelaba un dolor tan terrible que daba náuseas. A continuación se oyó lo que pareció el gimoteo de un niño. Y después, el silencio.
Entonces se oyó el ruido de un cuerpo pesado que se deslizaba a toda velocidad por el suelo y se internaba en el bosque, alejándose del campamento, apartando y aplastando todos los obstáculos que encontraba en su apresurada retirada. De nuevo volvió el silencio anterior, solo roto por el débil golpeteo de la lluvia en las hojas de los árboles y en la tela combada de las tiendas de campaña medio caídas. Pero entonces los gritos de diversas aves y animales resquebrajaron la quietud, como si esas criaturas de allí fuera, envueltas por su propio velo de oscuridad, compartieran el terror que había provocado el alboroto en el campamento y ahora estuvieran llamando a gritos a los supervivientes sepultados bajo los escombros.
Phil encendió su linterna y una maraña multicolor de ropa salió escupida de su mochila. Dos chaquetas impermeables empapadas aterrizaron junto a la puerta medio derrumbada de la tienda. No había ni un centímetro cuadrado de suelo dentro de la tienda de campaña sin ocupar por las cosas que Phil había desparramado. Entre el montón de objetos, Luke vio su linterna y la agarró.
Al otro lado de la fina tela de la pared de la tienda, apretada contra el cuerpo de Luke mientras este gateaba, oyeron el jadeo rítmico de Dom procedente de la tienda de al lado. Parecía estar asfixiándose o sufriendo algún tipo de ataque.
Luke pataleó hasta salir del saco de dormir. Se enfundó los pantalones impermeables, todavía mojados de la lluvia del día anterior, y se estremeció cuando las zonas desnudas de su cuerpo entraron en contacto con la tela húmeda del suelo y de la pared de la tienda de campaña. Avanzó con el cuerpo doblado hasta la entrada de la tienda y buscó sus botas, que seguían mojadas por dentro. Renunció a ponérselas. A su espalda, Phil tenía las manos aferradas a su propia ropa.
Luke atravesó agachado la puerta con la cremallera abierta blandiendo la navaja. Perdió el equilibrio y maldijo entre dientes; luego se puso derecho y se irguió cortando el aire nocturno, que le castigó las mejillas. Alrededor de sus sentidos sobresaltados, miles de cosas se precipitaban en la oscuridad. Entre las minúsculas rendijas que atravesaban las copas de los árboles, el cielo aparecía como un pozo negro que rápidamente engulló el débil rayo de luz de su linterna. Luke se sentía incapaz de apartar su cuerpo de la entrada de la tienda.
Cuando la luz blanca de su linterna descendió hasta el suelo, se encontró con la segunda tienda de campaña.
Había varias cosas en ella que tenían una pinta terrible.
Luke inspiró hondo y evitó ponerse a sollozar. La tienda se había derrumbado por completo y había quedado convertida en un amasijo de nailon y cuerdas tensoras con un lado hecho jirones. La malla blanca desgarrada del compartimento interior había quedado al descubierto, y su aparición tan fuera de su lugar natural resultaba impactante en contraste con el suelo negro y húmedo. Una sustancia líquida, que formaba largos regueros, coágulos e incluso charcos, resplandecía alrededor de los bordes deshilachados de las rasgaduras del revestimiento exterior de la tienda. El rayo de tenue luz blanca de la linterna que sostenía Luke en su mano temblorosa oscilaba sobre los manchurrones que había en los jirones de nailon. La sustancia era de un rojo brillante. No podía ser otra cosa que sangre oxigenada.
Luke era incapaz de pensar con claridad. Un torrente de ideas y pensamientos incompletos, algunos totalmente insignificantes, circulaba por el espacio que precisaba su mente para discurrir y centrarse. No podía moverse, de modo que permanecía inmóvil en ropa interior, tiritando de frío y de la cascada de emociones que lo atenazaba, del repentino flujo de adrenalina que le recorría el cuerpo.
Dom jadeaba sepultado en algún lugar del harapo agujereado que había sido una tienda de campaña para dos personas. Luke se resistía a mirar debajo de la tela mojada de nailon verde y amarilla. Las cuerdas tensoras caían flácidas, como si la tienda fuera una vela que se había desplomado sobre la cubierta de un velero durante la noche, en medio de un impío mar negro, y la tripulación hubiera quedado atrapada debajo de ella.
Varios de los palos articulados de fibra de vidrio de la estructura del techo se habían caído y asomaban entre la maraña de tela desplegada en el suelo. Ahora la tienda le recordaba una enorme cometa que se hubiera estrellado contra el suelo. Dentro del montón de escombros solo había dolor y sangre, y Luke sintió el impulso de echar a correr para no tener que verlo.
Sin embargo, se volvió sin moverse de donde estaba y recorrió el terreno desnivelado y amenazador del claro con la luz de la linterna. Vio la corteza de los árboles cubierta de musgo, ramas ennegrecidas, oscuras hojas empapadas y, en los espacios intermedios, sombras. Entonces se estremeció al recordar lo que Phil había creído ver en el cementerio. Luke esperaba que las ramas de los árboles cobraran vida de repente y desvió la mirada hacia una figura espeluznante que adquiría forma. Pero no advirtió movimiento alguno.
Tragó saliva ruidosamente y pestañeó para aliviar la sequedad de sus ojos completamente abiertos.
—¡Dom! ¡Dom! —gritó de pronto hacia los restos informes que yacían junto a su tienda medio derrumbada y dirigió de nuevo la linterna hacia ellos—. ¿Estás bien, tío? —Su voz pareció apagarse antes de pronunciar las dos primeras palabras. Su pecho vibró como si hubiera reprimido un gran sollozo o inspirado una bocanada de aire gélido.
«Tengo que mantener la calma».
—¿Dónde está Hutch? —preguntó Phil desde el suelo, junto a las piernas desnudas de Luke.
Phil había emergido de la tienda y aparecido en los aledaños gateando desmañadamente. El haz de luz de su linterna chocó con el de Luke y trató de apartarlo mientras oscilaba y exploraba el amasijo que tenían al lado.
Luke se alejó en ropa interior de la entrada de su tienda. La impresión que le provocó el contacto de las plantas de los pies descalzos con el suelo frío le hizo contener la respiración. Desorientado, tropezó con la punta de una estaca de la tienda de campaña, se trastabilló con una de las escasas cuerdas tensoras que se mantenía tirante de su propia tienda y cayó de costado contra los árboles. La bofetada inesperada de la maleza húmeda contra su tez suave y el latigazo de una ramita debajo del cuerpo lo obligaron a mantener el equilibrio y a ponerse derecho para recuperar la compostura. Justo en ese momento se despabiló por completo y sintió en toda su crudeza el frío y los temblores.
—¡Domja! —gritó Luke, recurriendo al apodo que utilizaba en momentos más felices.
Su llamada surtió efecto, y del interior de la tienda de campaña verde y amarilla desinflada emergió un puño y unos dedos arañaron el aire.
—Tranquilo, tranquilo —dijo Luke, pero entonces retrocedió cuando Dom apareció gateando de entre el amasijo de su tienda.
Dom llevaba puestos unos calzoncillos cortos de lana de color morado y unos gruesos calcetines verdes. Su saco de dormir salió detrás de él enganchado a uno de sus pies, pero se desembarazó de él de una patada y se puso de pie como buenamente pudo. Tenía totalmente doblada la pierna envuelta con el vendaje mugriento y su rostro estriado por la suciedad le hacía parecer recién salido de una mina de carbón. Cuando lo alcanzaron los rayos de luz de las linternas, arrugó la cara. Tenía los ojos rojos y desorbitados.
Phil también se había levantado del suelo. Llevaba las piernas al aire y las botas con los cordones sin atar, y en un costado de la cabeza, el pelo erizado formando una especie de abanico desplegado.
—¿Dónde demonios está Hache? —les preguntó sin aliento Dom. Su mirada saltó de Luke a Phil y regresó a Luke—. ¿Dónde demonios está?