Capítulo 27

Phil y Dom roncaban en el interior de las tiendas de campaña. La respiración de Phil no sonaba humana, más bien parecía el ruido de un motor. Luke no se acostumbraba a ella. Él y Hutch los oían sentados el uno frente al otro en silencio mientras preparaban más café en la cacerola. Mientras tuvieran agua a mano disfrutarían de café en abundancia. Ambos fumaban y contemplaban fijamente la pequeña corona azul del fuego del hornillo. Era lo único que les proporcionaba una sensación de consuelo en el bosque, cuya negrura impenetrable le daba la apariencia del lecho marino de un océano. Si se miraba detenidamente la oscuridad y se trataba de explicar cabalmente todo lo que ella sugería, uno podía llegar a perder la noción del espacio y del tiempo. La lluvia tamborileaba a su alrededor.

Luke se había refugiado en su mente y navegaba por pensamientos que le resultaban familiares. ¿Por qué había personas que lo tenían todo (carrera, dinero, amor, hijos) y otras no tenían nada? Él ni siquiera había estado cerca de conseguir cualquiera de esas cosas.

¿O sí? Repasó una vez más las cuestiones sin resolver de su existencia. Si se hubiera casado con alguna de las chicas que había plantado al año de conocerlas cuando era un veinteañero, como Helen, Lorraine o Mel, ¿sería ahora como Dom, Phil o Hutch?

De nuevo, todo el peso de los últimos años caía sobre él, incluso allí, en aquel lugar y en aquellas circunstancias; después de todo por lo que había pasado seguía sin haberse liberado de sí mismo. Cada vez que se detenía a descansar y las distracciones externas desaparecían, se sentía agotado, harto de su vida, y se veía obligado a reconocer que no había obtenido nada a cambio de todo su dolor, de su fugacidad, de todos sus cambios de rumbo, o de la ausencia de objetivos, de sus fracasos y errores. Y admitía para sus adentros que siempre había codiciado las familias, los hogares y las vidas de sus amigos, sus vidas aparentemente satisfechas. Sin esas cosas, había comprendido hacía un par de años, no podía esperar siquiera ser aceptado. Y menos cuando uno estaba más cerca de los cuarenta que de los treinta años. Sin embargo, siempre se había odiado por ansiar lo que tenían Hutch, Phil y Dom; esos mundos herméticos que la mayoría de la gente daba por descontados. Se despreciaba por desear la aceptación de los demás cuando a su vez era consciente de lo frustrado que le hacían sentir cada nuevo trabajo o relación. Aun así, ansiaba todo eso. Ese era el germen de su infelicidad, de su desesperación. Probablemente moriría incompleto, indeciso y decepcionado.

—Colega, hay algo que nunca te he dicho —dijo Hutch en voz baja, aunque se notaba que estaba tenso, como si estuviera a punto de hacerle una confidencia que no le resultaba fácil.

Luke lo miró a la cara. Las llamas del hornillo le iluminaban los ojos, el mentón y poco más, y Luke incluso tenía dificultades para reconocer a su amigo Hutch a partir de lo que podía ver de su rostro sepultado bajo la capucha y la gorra de lana ceñida a la cabeza. Supuso que iba a contarle algo sobre lo que había descubierto en la iglesia o en la casucha y que quería ocultar a los demás. Eso o que había cometido un error en los cálculos de su posición sobre el mapa.

Luke se apretó los brazos alrededor del cuerpo.

—No te andes con rodeos. Esta noche no toca. No es el momento de andarse con críticas y soltando mierda. Estoy harto de eso.

—Ya me he dado cuenta.

—¿Crees que me he pasado?

—Varios pueblos. Eres una caja llena de sorpresas, jefe. Creo que les ha pillado por sorpresa que estés tan cabreado.

Luke sintió cómo prendían en su interior las llamas del arrepentimiento, pero rápidamente recuperó el control de sus emociones.

—Mi reacción no fue exagerada. No. Tenía que soltarlo.

—Eso es evidente.

—Tú te has mantenido al margen. También has tenido tus malos momentos, y nunca he visto que nadie te pisoteara los huevos cuando estabas pasando por una crisis. ¿Por qué tendría que ser distinto conmigo? No lo consentiré.

Hutch guardó unos segundos de silencio.

—Luke, creo que no me equivoco si te digo que en Londres se te han fundido unas cuantas bombillas que ya nunca podrás reemplazar. A mí también me pasó. Cuando trabajaba de asesor de prestaciones sociales. ¿Te acuerdas?

En vez de estallar con un alegato de defensa, Luke asintió.

—Ahora mismo no estoy pasando por un momento de equilibrio en mi vida. Para serte sincero, estoy harto, colega. Harto de todo.

—Pero intenta encauzar tu ira hacia un objetivo correcto, ¿entiendes?

—Cuando me enfado, me pongo como loco. Es probable que sea una especie de psicópata o algo por el estilo —dijo Luke, con la misma severidad en el rostro con la que había expresado su afirmación.

Hutch se echó a reír.

—Te hablo en serio. Lo de esta mañana, con Dom, no ha sido la primera vez que me ocurre. Ya me había pasado en el metro de camino al trabajo.

—¿De qué hablas?

—Hace un par de meses. Un gilipollas se metió a empujones en el vagón antes de que yo pudiera salir. Están esos mensajes, ya sabes, que te recuerdan que debes dejar salir a los pasajeros antes de entrar. Y luego está ese otro de irse al fondo una vez dentro de los vagones. No sirven para nada. Nadie hace caso de ellos. Aun así yo me abalancé sobre ese capullo, lo saqué del vagón agarrado por el cuello y lo tiré al suelo del andén, delante de trescientas personas o más. Me daba igual. En la cabeza solo tenía la idea de que ese mamón tenía que aprender que no se puede entrar a empujones en un vagón mientras hay pasajeros que intentan bajarse de él.

—¿Te detuvieron?

—Me lo tuve merecido.

—Me tomas el pelo.

Luke negó con la cabeza.

—Tengo que largarme de la ciudad. Estoy volviéndome loco. Ya no me quedan bombillas en la caja. Todas se han fundido y solo quedan fragmentos de plástico y cables derretidos, colega. Ese soy yo. En lo que llevamos de año me he peleado una docena de veces. En público. Y eso no es todo. —Hizo una pausa y escupió a la oscuridad—. Estoy furioso a todas horas. ¿Te has sentido alguna vez así?

—La verdad es que no.

—Se trata de mí, de mí, de mí todo el maldito tiempo. ¿Sabes? Y de todo lo que tengo a mi alrededor. Esperaba que durante este viaje me diera una tregua. Aunque fuera breve.

—Por eso vivo en el campo. Las ciudades no son sanas.

—Ahí te doy la razón.

—Lo sé. Devon nos llama. Hora de volver a casa, jefe.

Luke asintió y dejó que su mirada se perdiera en la distancia.

Hutch lo despertó de su ensimismamiento.

—De todos modos iba a contarte algo, pero no quiero que lo malinterpretes.

—¿Qué?

—El motivo por el que intenté detenerte cuando empezaste a cebarte con las mujeres de los gordinflones. Y espero que sirva como elemento disuasorio para futuras hostilidades.

—Continúa.

Hutch dio una calada profunda a su cigarrillo y luego tiró la colilla. Una estela de chispas de color naranja trazó su descenso hacia la oscuridad.

—Michelle ha echado a Phil de casa.

—No jodas.

Hutch asintió.

—Se ha tenido que mudar a un apartamento. Ella se ha quedado con las niñas y va por la casa. La estafa del año.

—¿Por qué estafa?

Hutch echó un vistazo por encima del hombro hacia la tienda que alojaba a Phil. Cuando la sección silenciosa del ronquido de Phil finalizó, se volvió a Luke.

—Ella nunca quiso a Phil, eso ya lo sabes. Pero él estaba forrado. Tenía el banco de papá y mamá, y luego estaba el negocio inmobiliario. Esa fue la única razón por la que ella se interesó en él. Pero no todo lo que relucía era oro. Su empresa está sufriendo las consecuencias de la recesión. Inmuebles… Nadie va a comprar los apartamentos de lujo que construye su empresa. Tiene unas deudas enormes, enormes de verdad. Todo su negocio se sostenía a base de créditos y préstamos. Y ahora no tiene nada con que pagar a los bancos. Y en cuanto todo empezó a tambalearse, Michelle lo dejó. También ha perdido la propiedad que tenía en Chipre. Está en bancarrota.

—Mierda.

—Es una buena palabra para definirlo. Y Domja está en la misma situación, un par de millones arriba o abajo.

—No.

—¡Silencio! —Hutch se volvió de nuevo a las tiendas de campaña—. Y también se ha separado.

—¿En serio?

Hutch asintió con la cabeza y acercó las manos a la cacerola.

—Pásame tu taza.

Luke le dio la taza vacía.

Hutch, sumamente concentrado, vertió en ella café de la cacerola.

—Desde antes de mi boda. Ese día ya no estaban técnicamente juntos. Gayle lleva años sumida en una profunda depresión. Problemas de autoestima. Cosillas del posparto que empezaron después de dar a luz a Molly, su último crío. ¿Quién sabe? Y llegó un momento el año pasado en el que simplemente se colapsó. Y ya sabes los problemas que tienen con el pequeño: el asma, el TDA… Ahora creen que es autista. En cuanto al trabajo, a Dom le han dado una patada en el culo. El departamento de marketing de una compañía de servicios financieros. El primero en irse a la calle. Todo su talento tirado al retrete.

—Entonces, ¿a qué se dedica ahora?

—Cuida a los niños, se emborracha y busca rolletes con mujeres con escaso éxito. Gayle se ha ido a casa de su madre, atiborrada de medicamentos.

Luke encajó la cara entre las manos.

—Mierda —gruñó.

—Y solo ha venido a Suecia para emborracharse, olvidarse de todo y sacar punta a lo que dices no una, sino dos veces. De modo que por eso ambos están algo más irónicos y mordaces de lo habitual y probablemente no les resulte demasiado agradable que les recuerden cómo se da la gran vida un hombre sin responsabilidades.

—¿Por qué cojones no me lo habíais contado, Hache?

—No querían echar a perder las vacaciones. Solo querían una tregua a sus vidas, y si tú hubieras estado al tanto de sus problemas, habrían tenido que dar demasiadas explicaciones y eso habría dado pie a una buena dosis de introspección.

Un frío repentino se propagó por el cuerpo de Luke desde el cuero cabelludo hasta las plantas de los pies. Se sacudió con un escalofrío y sintió un odio genuino hacia sí mismo.

—Joder, soy un hijo de puta.

—No tenías por qué saberlo.

—Si no puedes contar con tus colegas en momentos así…

—Jefe, no tenías ni idea. Para ellos has estado desaparecido durante años.

—Sabía que ocurría algo. Lo sabía. Debería haberlo adivinado. Dios mío, soy un egoísta. Estoy tan centrado en mí que no me doy cuenta de mis propias gilipolleces…

Un crujido interrumpió a Luke. Allí fuera, en la extensión interminable de árboles y océanos de ruinas y enredaderas, un tronco grueso o una rama resistente se había partido en dos. El chasquido parecía proceder de todas las direcciones, de modo que resultaba imposible discernir su origen.

—¡Joder! ¡Vaya susto!

—¡Ya te digo! —resolló Hutch.

—Ya había oído un ruido igual, en el exterior de la casucha.

—Solo son ramas secas estrellándose contra el suelo.

—¿Tú crees?

—Las ramas que no están sanas se impregnan de agua y acaban partiéndose por el peso.

Sin embargo, la siguiente sucesión de ruidos que oyeron no fue causada por un árbol ni tampoco pudieron encontrarle una similitud con ninguno de los sonidos que habían oído antes en aquel bosque ni en ninguno otro. Sonaba como una mezcla entre una tos bovina y el bramido de un chacal, pero tan grave y potente que hacía pensar en un pecho más amplio y en una boca más grande que los de las especies empleadas para la comparación. Era algo salvaje. Feroz. Que convenía evitar. Y entonces sonó de nuevo. En la dirección del viento; desde unos veinte metros en las profundidades del bosque. Sin embargo, no iba precedido ni seguido de ningún ruido de movimiento.

No había duda de que se trataba de un ruido animal, de una bestia grande, si bien Luke era consciente de que la oscuridad atenuaba o amplificaba los ruidos nocturnos. Incluso un pequeño sapo podía sonar como un animal gigantesco y ser oído a kilómetros de distancia; el reclamo de un pájaro podía ser confundido con un alarido humano, e incluso podían distinguirse palabras en la repentina llamada de apareamiento de un mamífero. Luke se recordó que en aquel bosque no habitaban depredadores a los que hubieran de temer. Por supuesto, la fauna autóctona era abundante, pero, a menos que se topasen con una víbora o se cruzaran con un glotón con crías, no corrían peligro. Lo habían comprobado. No era más que un caso de oído urbano no acostumbrado a los gritos de la noche en la naturaleza salvaje. O eso se dijo al punto Luke.

Y sin embargo, el día anterior, una bestia de dimensiones, fuerza y ferocidad considerables había arrojado a lo alto de un árbol el cuerpo de un animal enorme, probablemente un alce o un reno. Lo había destripado y colgado del árbol como para marcar el territorio o establecer una despensa al aire libre.

Hutch interrumpió la catarata de pensamientos de Luke, que parecía estar anegando sus intentos de tranquilizarse.

—Asegúrate de que los paquetes de sopa y la lata de salchichas estén bien enterrados. De lo contrario, esta noche tendremos rondando por aquí a algún capullo con el olfato fino.

Luke resopló, pero estaba demasiado tenso como para reír.

—¿Qué crees que…?

Y de nuevo se oyó el mismo ruido. Esta vez más cerca, aunque venía de detrás de Luke en vez de de Hutch, como si hubiera rodeado silenciosamente el campamento.

Hutch y Luke apuntaron a los árboles con sus linternas, cuya luz fue engullida por las densas masas de follaje que los envolvían.

—Un tejón o algo por el estilo —sugirió Hutch.

—¿Un glotón?

—No tengo ni idea de qué ruido hacen.

—¿Un oso?

—Puede ser. Pero en esta zona no alcanzan un tamaño como para considerarlos peligrosos. Solo tienes que dar una palmada para ahuyentarlo si ves que se acerca alguno.

Por mucho que lo intentaba, Luke era incapaz de imaginarse un oso pequeño.

Después de diez minutos de silencio, Hutch se levantó con un gruñido. Parecía satisfecho por el hecho de que no existiera un peligro real, lo que alarmó aún más a Luke, quien estaba demasiado alterado como para sentirse un idiota a pesar de que las confidencias que le había hecho Hutch lo habían dejado mudo.

—Voy a acostarme, jefe, a ver si puedo dormir un poco. Despiértame antes de irte mañana. Tenemos que estudiar el mapa y discutir la estrategia.

—Claro. No te preocupes. Lo mejor será que parta en cuanto amanezca —respondió Luke por encima del hombro, sin dejar de pasear la luz de la linterna por la línea de árboles, tan próximos a su destartalado campamento que podían tocarlos simplemente alargando la mano desde las puertas de las tiendas.

Hutch asintió con la cabeza.

—No creo que podamos avanzar demasiado. Empiezo a creer que será mejor que nos quedemos aquí todo el día y esperemos a que a Dom se le baje un poco la hinchazón de la rodilla. Tenemos agua suficiente y tú por lo menos tienes una idea aproximada de dónde encontrarnos.

Tras discutir casi con despreocupación esa cuestión relativa a su supervivencia, Hutch bajó la cremallera de la puerta de la tienda de campaña que compartía con Dom y se puso a desatarse con dedos torpes los cordones de las botas, como si esa situación hubiera recuperado su estatus de asunto banal, de una especie de formalismo de acampada del que quedara excluido el factor terror. Sin embargo, el terror formaba parte de esa situación, al menos para Luke. A esas horas, Hutch ya estaba demasiado exhausto en aquel paraje frío, desconocido y de una oscuridad impenetrable como para elucubrar teorías sobre aquellos ruidos.

—Buenas noches —le deseó Luke.

—Buenas noches —respondió Hutch, cuya voz se confundió con el ruido de la cremallera de la tienda cerrándose de nuevo.

Luke se quedó mirando cómo se agitaban las paredes de la tienda mientras Hutch preparaba el saco de dormir. Contempló el brillante círculo amarillo de la linterna, que bailaba en el interior de la tienda como el ojo de buey luminoso de una embarcación sumergible en el fondo del mar azabache que era el bosque que se extendía a su alrededor.

Luke se sentó bajo el toldo de su tienda y aguzó el oído para oír más allá de la respiración ruidosa de Phil y los ronquidos de Dom. Pocos minutos después de que apagara la linterna, la respiración de Hutch empezó a sonar de un modo sibilante, como si también él se hubiera sumido en un sueño profundo.

Luke sacó el paquete de tabaco. Le ardían las mejillas y la piel a causa del agotamiento y sentía una pesadez fuera de lo normal en la cabeza. Sin embargo, su mente se mantenía activa y le impedía descansar como habría querido. Al menos fuera de la tienda podía fumar.

Encendió el cigarrillo y fumó parsimoniosamente. Se preguntó de nuevo cómo podía ser que la gente se fuera distanciando con el paso del tiempo.

Al acabarse el pitillo, se frotó los ojos y se metió en la tienda que compartía con Phil.