—Extraño. Muy extraño, colega —dijo Hutch dirigiéndose a Luke, que caminaba tan pegado a él por los matorrales que se sentía como si tuviera detrás un crío siguiendo a un muchacho mayor a quien veía como un ejemplo.
—¿Qué?
Hutch se detuvo junto a unas piedras amontonadas sobre una pequeña elevación del terreno ocupado por el cementerio; las piedras estaban rodeadas por una maleza que le llegaba a Hutch por la cintura, justo hasta la piedra plana e inclinada colocada en lo alto del montón.
—Es un crómlech. Data de la Edad del Bronce.
Luke miró a Hutch con gesto de sorpresa, con el filtro del cigarrillo fuertemente apretado entre unos labios que apenas si sentía.
—Esta es la piedra que corona la composición —explicó Hutch, dando unos golpecitos en la roca plana e inclinada que ocupaba la posición superior del montón de piedras—. Todas estas piedras forman un túmulo. Un túmulo funerario. Por eso están colocadas así. Las que están debajo de esta grande y plana eran los lados, pero se han derrumbado. Y lo de ahí detrás —dijo Hutch, apuntando con su palo otro pequeño terraplén que había detrás del túmulo— es otro. Crómlechs. O dólmenes. Tumbas muy, muy viejas, amigo.
Hutch se volvió de repente y apuntó con su palo la maraña de abedules de troncos plateados y de zarzas que envolvía, en el otro extremo del claro, un montículo formado por unas grandes rocas redondeadas forradas de musgo grisáceo. Habían pasado junto a ellas anteriormente, mientras buscaban más piedras rúnicas.
—Y eso es una tumba de corredor semiderruida. Y de las grandes. No me cabe duda. Debía de medir unos seis metros de largo. Esas dos piedras que ves erguidas debían de ser la entrada. Es evidente que es una tumba de corredor. Están por toda Suecia. Y también los dólmenes. Pero normalmente no comparten espacio. Las tumbas de corredor son de la Edad del Hierro.
Paseó la mirada en derredor con una expresión de emoción en el rostro.
—Y si miras a tu alrededor, las piedras planas con las que nos tropezamos son fragmentos de tumbas levantadas con rocas colocadas en vertical y que fueron construidas mucho tiempo después. Creo que solo vemos una mínima parte de las piedras rúnicas que debe de haber aquí. El resto estarán ocultas entre los árboles. Pero apuesto a que están colocadas formando un círculo, un perímetro alrededor de un sitio mucho más antiguo en el que se alzan los crómlechs y la tumba de corredor.
»Mira los árboles. Hay un castaño. Y robles y serbales, además de los abedules. Forman un recinto; como un cerco alrededor de lo que pretende ser un remanso de paz. Los cementerios cristianos son así. De modo que estos árboles fueron plantados bastante después; probablemente cuando se construyó la iglesia hace un par de siglos. Es increíble. ¡Menudo descubrimiento!
Luke permanecía en silencio, observando el rostro tenso y entusiasmado de Hutch.
—Calculo que las tumbas de la Edad de Piedra debieron de construirse unos tres mil años antes de Cristo. Son tan antiguas que ahora parecen simples montones de rocas. Habría pasado de largo si no hubiéramos visto las piedras rúnicas ni la iglesia. A estas alturas, los crómlechs y la tumba de corredor deberían haber sido engullidos por la vegetación, o se tendrían que haber derrumbado. Lo normal sería atisbar solo un par de fragmentos, ¿sabes? Sin embargo, alguien ha debido preocuparse de su conservación. No recientemente, sino en siglos anteriores. No se mantendrían en tan buen estado si alguien no se hubiera ocupado de ellos. Alguien ha cuidado de este lugar a lo largo de unos cuatro milenios, probablemente hasta que se abandonó la iglesia y las piedras de las tumbas se derrumbaron.
Luke miró atentamente a Hutch, a la espera de una recapitulación final que arrojara algo de luz a la cuestión de cómo les ayudaría el descubrimiento a escapar del bosque, ya que esperaba que el entusiasmo de Hutch no concluyera con la cantinela de que estaban perdidos en el interior de un bosque que albergaba un cementerio desconocido que databa de cuatro milenios atrás. Tampoco que habían invertido seis horas en seguir un viejo sendero que desembocaba en él; un camino marcado con los surcos que habían dejado las ruedas de los carros que lo habían recorrido desde las casas abandonadas entre los árboles.
—¡Vamos! —exclamó Hutch con los ojos como platos—. ¡Entremos en la iglesia!
La base de piedra de los cimientos se había derrumbado sobre el suelo negro, y la estructura siguiente se había hundido en la tierra, arrastrando paulatinamente toda la construcción. Las líneas y los ángulos rectos de las paredes se habían combado hacia dentro y el tejado había desaparecido. Algunas vigas conservaban unas cuantas tejas de pizarra, como los huesos de una caja torácica ennegrecida. En las tres ventanas que había a cada lado faltaban los cristales, y en una de ellas colgaba de un accesorio de hierro el vestigio de una contraventana de madera podrida. El resto de los elementos metálicos que se veían habían adquirido el tono oscuro de la herrumbre o se habían corroído hasta convertirse en una mancha en la pared mugrienta.
Dom y Phil aguardaban sentados sobre sus mochilas a cinco metros del porche derrumbado de la iglesia, en un silencio desmoralizado y exhausto. Dom se había arremangado una vez más la pernera del pantalón y estaba palpándose el vendaje improvisado que Hutch le había puesto alrededor de la rodilla amoratada para que se mantuviera firme. Tenía la boca hinchada y el labio inferior partido y todavía sangrando y tiñéndole de carmesí la barbilla sucia. También tenía la parte superior de la nariz magullada e hinchada y el labio superior manchado de sangre; de cada uno de sus orificios nasales sobresalía un trozo de papel higiénico blanco.
De pie frente al porche de la iglesia, Luke se percató con cierta incomodidad de que era la primera vez desde la pelea que él y Dom estaban tan cerca y a la vista el uno del otro. Había ocurrido algo que le costaba creer; un suceso que lo mantenía en un estado permanente de aflicción y agitación sobre su salud mental. Estaba agotado, su concentración de azúcar en sangre estaba por los suelos, apenas si había pegado ojo en tres días… pero aun así había pasado. Había atacado a Dom. A Dom, su amigo.
Luke había mantenido las distancias durante la caminata hasta el cementerio, asegurándose de que se giraba y reanudaba la marcha cuando el resto del grupo aparecía entre la vegetación y lo veía lo imprescindible para confirmar que estaba yendo en la dirección correcta. De vez en cuando Hutch gritaba: «¡Jefe! ¿Dónde estás?» o «¡Jefe, asoma la cabeza para que te veamos!».
Pero ahora se habían reunido todos en el mismo lugar y él y Hutch habían completado su exploración del terreno ocupado por el cementerio y volcado toda su atención en la iglesia semiderruida, de modo que a Luke le resultaba más difícil mantener la distancia con Dom.
La visión de lo que le había hecho a Dom en el rostro le producía náuseas. El sentimiento de culpa le hacía visualizar una y otra vez la expresión de perplejidad y pavor en la cara de Dom durante el segundo ataque, y era incapaz de pensar en otra cosa. La imagen lo atormentaba. Tendría que ver a alguien, buscar ayuda, cuando volviera a casa. Porque sabía que no era la primera vez que sufría esa pérdida de control, y no hacía demasiado tiempo de la última.
Lo que más deseaba hacer en ese momento era disculparse, pero no se sentía capaz de soportar otra confrontación que sabía inevitable. Dom tendría que desahogarse en algún momento. De modo que lo mejor que podía hacer, se decía, era reparar el daño que había causado sacándolos de aquel lío. Tenía que encontrar una vía de escape. Primero agua, y luego un camino que los sacara del bosque. Y lo haría por aquellos hombres a los que en otro tiempo había querido como hermanos, por mucho que ya hubiera perdido su amistad.
Hutch escudriñaba el arco de piedra desgastada que rodeaba la puerta principal. Se inclinó hacia él y raspó suavemente la superficie con su navaja. Luke permaneció detrás de él. Si Dom no se hubiera sumido en un silencio que bullía de ira, ya estaría gritando a Hutch y exigiéndole explicaciones de por qué estaba examinando un puñado de piedras viejas mientras él se moría de hambre y de frío perdido en medio del bosque. Por lo menos agradecía no tener que oír otra vez su voz retumbante rompiendo el silencio del espacio cercado que habían encontrado en mitad de la espesura interminable del bosque.
Hutch soltó un manotazo contra el arco, como dando a entender que cuando el resto de la construcción se desplomara, el arco se mantendría en pie.
Las dos columnas de piedra que sostenían el arco exhibían unas marcas que parecían representar figuras animales o humanas, pero el musgo que las cubría era tan espeso que ni siquiera después de que Hutch lo rascara con su navaja pudieron determinar sin miedo a equivocarse lo que representaban. Las figuras que ocupaban el centro de las columnas estaban rodeadas por inscripciones rúnicas y otros símbolos indescifrables grabados en la piedra. En la superficie lisa de caliza del arco asentado sobre los pilares de granito había grabadas unas ruedas con marcas angulosas. Encima del arco debía de haber habido un ápice de madera que completaba la puerta principal, pero se había podrido y de él solo quedaban ahora unos fragmentos húmedos y ennegrecidos.
Las paredes del interior de la iglesia habían estado recubiertas de yeso en el pasado, y buena parte de él se había desprendido, dejando al descubierto los bastos bloques de granito que ocultaban. La roca expuesta estaba salpicada de liquen de un verde blancuzco. Dentro también se conservaban, podridos por la humedad y cubiertos de hongos negros, los vestigios de dos hileras de bancos de madera combados colocados frente a un púlpito que parecía un bloque de piedra extraído sin cuidado alguno de una cantera. La parte superior del altar estaba invadida por una maraña de vegetación mustia, y el suelo, cubierto por un mantillo que llegaba a la altura de las rodillas de hojas y ramas secas que se habían colado por los huecos del tejado derrumbado.
—Una congregación pequeña —señaló Hutch—. No debía de superar la veintena de feligreses.
Luke era incapaz de hablar. La presencia de Dom en algún lugar indefinido detrás de él lo incomodaba demasiado; sentía su mirada clavada en la espalda, bullente de ira y sazonada con aflicción.
—Raro. Muy raro. —Hutch pasó bajo el arco y entró en la iglesia, seguido de Luke.
El suelo producía una sensación de esponjosidad, casi parecía moverse bajo sus pies, como si estuviera caminando por un colchón. Y entonces se derrumbó.
Hutch yacía de repente hundido a su lado, con las piernas sepultadas por encima de la rodilla en el mantillo de hojas, justo detrás de la primera hilera de bancos.
—¡Mierda! —exclamó sin moverse—. He atravesado el suelo.
—¿Estás bien? —preguntó Luke, bajando la mirada hacia sus propios pies.
Hutch no le respondió ni movió un músculo, salvo la cabeza para echar un vistazo por el hueco por el que habían desaparecido sus piernas. Luego apoyó todo su peso en un brazo, que tuvo que hundir hasta el codo en la alfombra de hojas secas hasta que dio con algo lo suficientemente sólido como para aguantar la parte superior de su cuerpo.
—Hutch, ¿estás bien?
—Creo que sí. Pero estoy demasiado asustado para comprobarlo.
—Vamos. Déjame echarte una mano.
—Con cuidado —dijo Hutch—. Está todo podrido.
Luke se quedó quieto un instante y luego avanzó lentamente hacia la pared que tenía a su izquierda, convencido por su instinto de que el suelo contiguo a la base de las paredes sería una opción más segura.
Hutch se mantenía erguido dentro del boquete que había abierto en el suelo.
—Menos mal que la madera está reblandecida. Imagina las astillas que se podrían haber desgajado.
—O los clavos oxidados.
Hutch inclinó la cabeza hacia atrás.
—¡Joder! —gritó hacia los restos ruinosos del techo. A continuación sacó un pie del agujero y tanteó el suelo junto al banco que tenía a su derecha, buscando un trozo de madera lo suficientemente resistente como para soportar su peso.
—Ya voy —dijo Luke.
—Déjalo. No vaya a ser que los dos acabemos en la cripta.
Luke dejó escapar una risotada contenida que sonó agresiva en sus oídos. La cortó de cuajo y borró la sonrisa de los labios.
El suelo se conservaba más firme en los lados, y Luke avanzó con cautela hasta la última hilera de bancos. Franqueó el primero de los minúsculos asientos negros y continuó por el espacio que mediaba entre los extremos de ambas hileras. Apenas si le cabía la pierna en el hueco que quedaba entre los bancos.
—La gente debía de ser enana. Como niños.
Su propio comentario lo turbó del mismo modo, sutil pero apreciable, en el que lo hacía el interior de los edificios históricos cuando se agachaba para cruzar puertas diminutas y veía las camas y las sillas minúsculas que se habían utilizado en los siglos anteriores. Tal vez el hecho de que esos lugares le recordaran su propia mortalidad de una manera tan repentina e inoportuna le provocaba una intensa sensación de pérdida aterradora comparable al vértigo. Tomaba conciencia de que todo estaba de paso por la vida; de que las personas que habían vivido allí y utilizado esos muebles antes de que se convirtieran en antigüedades ya eran polvo. La atmósfera opresiva, fría y húmeda de aquel espacio cerrado y putrefacto en el que se encontraba añadía la sensación de desolación. A pesar de la lluvia que caía, se alegró de que el techo se hubiera derrumbado. Incluso recibía de buen grado la luz pálida del cielo encapotado. Y de pronto se sintió agradecido por estar acompañado.
—Este lugar es cualquier cosa menos sagrado —no podía evitar repetir.
—Entiendo lo que quieres decir.
Hutch había salido del agujero y se encontraba en el estrecho pasillo entre los bancos, tanteando el suelo que se extendía delante de él antes de dar un nuevo paso con suma cautela, como si estuviera caminando por una superficie helada. Luke pasó por encima de la siguiente hilera de bancos, pero el tramo de suelo donde apoyó el pie estaba blando y cedió bajo su peso. Encogió la pierna y volvió a probar un poco más adelante hasta que encontró un apoyadero firme. Hutch, por su parte, llegó al altar.
—¿Crees que donde estás el suelo puede aguantar el peso de los dos? —preguntó Luke.
—Creo que sí.
Hutch se puso a retirar el espeso manto de vegetación mustia de la parte superior del altar hasta que su mano entró en contacto con la superficie de piedra.
Luke se acercó cautamente al altar por el flanco, arrastrando la espalda por la oscura pared de piedra vista en su mayor parte, dado que el yeso se había disuelto con la lluvia que había caído a través del hueco dejado por el tejado derrumbado durante… durante no sabía cuántos años, pero seguro que muchos.
—¿Ves algo? —preguntó Luke.
—¿Qué quieres que vea, el sacrificio de una virgen? —replicó Hutch sin sonreír.
—Runas y ese tipo de cosas.
—Ni rastro. Solo un agujero extraño. Mira, justo en el centro. Aquí han hecho un agujero.
—Es una pila bautismal.
Hutch asintió.
—Podría ser, jefe.
—¿Qué has querido decir antes?
—¿Eh?
—Antes. Cuando has dicho que te parecía raro.
Hutch miró a Luke con el ceño fruncido y entonces su frente mugrienta se alisó. Dio unos golpecitos con el dedo en la superficie de piedra junto a la que se había detenido.
—No hay crucifijos en el arco de la entrada. Y todas las imágenes grabadas en las piedras son paganas.
—¿En serio?
—Y también son antiguas. Además, están esas runas. ¿Conoces las marcas sinuosas en las tallas vikingas? ¿Las serpientes? ¿Con esos cuerpos alargados y ondulantes que se engullen unos a otros?
—Sí, sí.
—Pues bien, creo que en el pasado hubo un par de ellas aquí, junto con lo que parecen grabados de todo esto que las rodea. —Levantó una mano hacia la puerta y el bosque—. Enredaderas y hojas. La lluvia ha corroído los relieves en su mayor parte.
—¡Vaya! Déjame echar un vistazo.
—He limpiado un poco la superficie de las columnas con la navaja. Es un diseño intrincado, lo que resulta extraño, ya que el edificio es muy simple. Más bien parece una cabaña o una granja pequeña. Sin embargo, debió de ser una iglesia cristiana en el pasado. Probablemente, ese fue el último uso que le dieron. Pero es raro, porque no hay símbolos cristianos ni tampoco lápidas cristianas fuera. Por lo tanto, no se ha enterrado a nadie aquí en los últimos… mil años. ¿Cómo se entiende eso?
—¿Insinúas que la iglesia se ha erigido sobre una construcción anterior?
—¡Exacto! Una construcción sagrada anterior, supongo. Y la iglesia debió de ser el centro del… asentamiento que encontramos. El cual no puede tener más de un siglo de antigüedad, como este mismo edificio. Así que la gente todavía acudía aquí como buenos devotos, aunque había dejado de enterrar a sus muertos en el cementerio. Raro.
El comentario le provocó a Luke una sensación desagradable en su estómago vacío. En medio de la vorágine de su desconcierto y de la confusión de su mente sintió el impulso de acribillar a Hutch a preguntas. Pero se mordió la lengua. También estaba ansioso por reanudar la marcha, por huir de aquel lugar, y rápido.
—Y lo que tampoco tiene sentido es que siga aquí —dijo Hutch, levantando ambas manos en el aire.
Luke lo miró confundido.
—Nadie se ha llevado nada de todo esto a un museo —explicó Hutch, señalando el plinto de piedra—. No creo que queden demasiados ejemplos de tallas escandinavas sin descubrir en los bosques. Todas han sido arrancadas de sus emplazamientos por mor de su conservación y se exhiben en urnas que las protegen de la acidez de la lluvia en Lund y en Estocolmo. Allí es donde las había visto antes. —Y añadió bajando la voz—: De modo que, entre tú y yo, supongo que nadie sabe que esto existe.
Luke no pudo disimular el horror que le produjo oír tal afirmación en voz alta, a pesar de que él había llegado a esa misma conclusión desconcertante por sí mismo.
—Me jugaría la pasta a que nadie ha vuelto a pisar este lugar desde que fue abandonado, jefe.
Luke negó con la cabeza incrédulo y con un desasosiego que hubiera preferido no dejar patente.
Hutch bajó un poco más la voz para agregar:
—Y si no estuviéramos perdidos, empapados y hambrientos, sería divertido anunciar su descubrimiento. ¡Saldríamos en los periódicos!
—Sin embargo, ahora mismo este lugar me pone los pelos de punta.
—Exacto. Y quizá salgamos en los periódicos por otro motivo.
Se miraron, y una sonrisa demencial empezaba asomar a los labios de ambos cuando llegaron los gritos de Phil desde el exterior.