Luke pensó en un principio que se trataba de un afloramiento rocoso natural. Durante el primer día de la excursión habían visto un montón de rocas e incluso de paredes de barrancos que emergían de repente del suelo verde. Pero una vez que la hubo examinado por todos los lados y arrancado algo de la hiedra húmeda de su superficie inclinada, vio las runas que cubrían por entero uno de los lados, rodeadas por un borde ovalado lleno de liquen petrificado.
Luke se paseó alrededor de la piedra, agachándose y poniéndose de puntillas para escudriñar la vegetación que invadía la roca. Entre la maraña de ramas secas y la maleza que las cubría y que le llegaba casi hasta la cintura vislumbró otra piedra colocada en posición vertical, a unos tres metros y medio de donde él se hallaba en cuclillas, y luego otra más allá.
Luke se agachó un poco más y redescubrió el sendero, que partía de la piedra y continuaba bordeando el resto de las rocas erguidas, aunque era imposible recorrerlo con el cuerpo derecho.
Luke intentó avanzar, pero su mochila se enganchó al momento en una rama y lo paró en seco. Luke maldijo entre dientes y se dio la vuelta; se descolgó la mochila de la espalda y soltó un gruñido cuando su descomunal peso tiró de él antes de aterrizar sobre el mantillo de hojas y tierra.
Luego se arrastró a gatas por el suelo a través de un túnel que se había formado de un modo natural sobre el sendero. ¿Sería su sendero? Sí, lo era. Estiró un brazo y tanteó con las yemas de los dedos el surco dejado por la rueda de un carro. Las alimañas debían de haber abierto el túnel al corretear de aquí para allá. Luke agachó la cabeza y se deslizó por el pasadizo, sintiendo el suelo húmedo y frío en el pecho y el vientre.
Avanzó todo lo rápido que pudo, animado por el ansia de comprobar si la vegetación que invadía el sendero clareaba más adelante. Sin embargo, serían las últimas fuerzas que gastaría en buscar una salida en esa dirección. Ya llevaban cuatro horas caminando desde el alba, y no se habían acercado más de lo que ya estaban entonces a una salida del bosque. Decidió que cuando determinara que había llegado al final del tramo del sendero que se extendía junto a las rocas erguidas regresaría junto a los demás y les diría que había llegado la hora de echar mano del último recurso: su plan. A esas alturas ya podían llevar invertidas cuatro horas en su idea. Y salir del bosque antes de que cayera la noche les exigiría hasta la última pizca de energía, siempre y cuando fueran capaces de dar con la ruta que habían seguido el día anterior.
Había recorrido unos cinco metros arrastrándose por el suelo cuando la luz plomiza brilló con más intensidad y se incrementó la visibilidad. Había llegado al final del túnel natural y era capaz de ver lo que había a ras de suelo.
Tomó impulso para levantar su cuerpo mojado y desaliñado y se abrió paso entre los árboles jóvenes más tiernos que crecían alrededor de la boca del pasadizo. Levantó las piernas para apartar las zarzas y las ortigas y apareció en una zona del bosque donde la población de árboles no era tan densa y presentaba un aspecto más aireado, cubierto por un manto de maleza que no le alcanzaba la cintura, de abedules enanos y con escasa vegetación de gran altura.
La lluvia caía en esquirlas plateadas. Los pedazos irregulares de firmamento que vislumbraba entre las copas de los árboles que rodeaban y envolvían el claro mostraban un tono oscuro y fúnebre a causa de la lluvia. El cielo solo ofrecía un aspecto lechoso a eso de las cinco de la mañana; luego adquiría ese otro color ceniciento. El sendero debía de continuar por algún lugar bajo la maleza. Al menos en teoría, pues en el pasado había conducido hasta una construcción.
Luke observó detenidamente lo que había al otro lado del claro: una iglesia. Y lo que había cruzado a gatas era un cementerio que juzgó muy antiguo, dado que se había señalado la ubicación de las tumbas con piedras.