Hutch fue percatándose gradualmente del silencio que los rodeaba, si bien desechó la idea de compartir la observación con su par de compañeros, que caminaban renqueantes, uno a su lado y el otro detrás, por el sendero cada vez más estrecho. Se imaginó que el bosque a su alrededor contenía la respiración ante la inminencia de un suceso asombroso.
El canto esporádico de los pájaros había cesado desde que se habían alejado de las casas abandonadas y ruinosas; también la brisa había desaparecido. Aparte del ruido de sus pisadas, del rumor apenas perceptible de la llovizna y de los latigazos de las hojas contra la tela impermeable, el bosque se había sumido en un silencio absoluto.
Se trataba de una quietud que exigía una reacción, una respuesta, y Hutch se sorprendió escudriñando con desasosiego la espesura que se extendía a ambos lados del sendero menguante. ¿Habrían vuelto a cambiar de dirección? No estaba seguro. En algunos tramos, el camino parecía haberse desintegrado y convertido en unos huecos penumbrosos de apariencia engañosa. Zonas que prometían un paso sencillo a través de una maraña opresiva de obstáculos los obligaban a tirarse hacia los flancos del incierto sendero; un camino apenas reconocible que Hutch a veces solo alcanzaba a distinguir tras unos segundos de atenta exploración entre el embrollo de zarzas y de helechos de un verde pálido.
La intensidad de la luz había menguado de un modo drástico debido a la densidad de las copas de los árboles. «Otra vez». Hutch temió que Luke se hubiera perdido. Se detuvo y se enjugó el sudor de los ojos, y de pronto se sintió furioso consigo mismo por haber permitido que Luke se aventurara por su cuenta por el bosque.
—¡Alto!
—¿Eh? —farfulló Dom entre jadeo y jadeo.
Phil se paró respirando con dificultad. Hutch oyó cómo aspiraba hondo una descarga de su inhalador.
—¿Qué ocurre? —preguntó Dom entre dientes.
Hutch sostuvo en alto su brújula y la orientó lejos del rostro enrojecido y empapado en sudor de Dom. «Noroeste». Le entraron ganas de ponerse a gritar. Una vez más estaban alejándose de su rumbo. No hacían más que deambular por el interior del bosque. En vez de dirigirse hacia sus límites, estaban adentrándose aún más en él. Se habían visto obligados a desviarse continuamente de un modo tan sutil que no se habían dado cuenta de que habían realizado un innegable cambio de dirección. Pero ¿cuándo? ¿Cómo había ocurrido? Hutch estaba seguro de que se habría dado cuenta. Si no hubiera tenido que cargar con la mole de Dom apoyada contra el costado izquierdo, entorpeciéndole la marcha con sus andares descoordinados, podría haber estado más atento.
—Esto no me gusta —dijo meneando la cabeza.
—¿Qué pasa?
—No vamos bien por aquí. —Soltó a Dom y descargó las manos contra las caderas—. Mierda.