—¿Y por ahí?
Dom se inclinó hacia delante y agitó los brazos con frenesí, tirando de la maleza e intentando apartar los árboles jóvenes y las ortigas con la esperanza de encontrar un claro en el truculento y silencioso bosque por el que avanzar.
El sendero que los había llevado hasta la casa continuaba hacia el norte, en la dirección opuesta a la que debían seguir. La tensión que se respiraba entre sus amigos y la desesperación por abandonar la casa sin perder un segundo parecían bullir en el interior de Hutch y penetrar en su mente. Hutch evitaba mirarlos a los ojos mientras escarbaba en silencio en su cabeza intentando dar con una solución.
Una vez más, la frustración los había vencido. Tenían que ir en dirección suroeste para compensar el desvío hacia el este de la noche anterior. De acuerdo con el mapa, los límites del bosque en su tramo más estrecho no podían estar a más de seis o siete kilómetros, pero eso únicamente en el caso de que siguieran una ruta hacia el suroeste y luego, en cierto momento, enfilaran directamente hacia el sur. De ningún modo estaba dispuesto a empezar el día llevándolos hacia el norte; calculó que Dom solo disponía de media jornada de movilidad limitada en su pierna maltrecha.
—Pásame el machete y empecemos de una vez —dijo Hutch desde el lado sur del claro, a cierta distancia de Dom siguiendo la línea de árboles.
—¿Por dónde tiramos entonces? —A Dom se le quebró la voz y añadió en un gritito—: ¿Cómo demonios salimos de aquí?
Luke se acercó a Hutch desde el lado occidental del claro y se detuvo junto a él.
—¿Has encontrado algo?
Hutch se puso derecho después de explorar los restos de una pícea seca.
—Nada. Solo hay ramas y troncos caídos por todas partes. Incluso los árboles que se mantienen en pie están secos. No veo qué hay más allá de cinco metros. Es peor que lo que nos encontramos ayer. —«Como si todo esto hubiera crecido durante la noche», estuvo tentado de decir en voz alta, contagiándose del espíritu de frustración paranoica que sus amigos vertían en él—. Nunca conseguiremos abrirnos paso por aquí. Podríamos intentarlo, pero avanzaríamos a una velocidad de tres metros por hora.
Dom agarró unas hojas de sauce enano y tiró de ellas con una mueca de rabia.
—¿Por qué? ¿Por qué está pasando esto?
La savia aguada de la rama que agarraba le tiñó la mano de verde. Dom la soltó y le propinó una patada al aire con su pierna sana que lo hizo retorcerse del dolor.
—¡Joder! ¿Qué ha pasado con ese puto derecho a deambular en libertad que nos vendiste en Londres? ¿Quién puede caminar libremente por esta mierda?
—Es un bosque virgen.
—¿Cómo? ¡Esto está más muerto que mi abuela, Hache! ¡No tiene nada de virgen!
Hutch se volvió hacia el rostro fatigado de Luke.
—Lukers, dame un pitillo, anda.
Luke le tendió el paquete de Camel. Hutch se inclinó sobre la llama del Zippo, dio una calada profunda y se limpió el sudor de la frente. A continuación se examinó el dorso de la mano y torció el gesto.
—Me acaba de picar un maldito bicho. Mosquitos.
—Si no estuviera todo mojado, lo quemaría —dijo Dom con el cuerpo doblado y las manos apoyadas en las rodillas. Su cara era el vivo retrato de la desesperación—. Abriría un camino con fuego. Reduciría a cenizas este maldito lugar.
Hutch suspiró, expulsando una nube del humo aromatizado del tabaco. Se miró las manos; todavía le temblaban las yemas de los dedos. Tragó saliva.
—Se mantiene intacto a la acción del hombre. Nunca se ha abierto un camino. Ese es el problema.
El rostro de Dom se arrugó por la ira debajo de la capa de tierra seca surcada por las lágrimas que había derramado la noche anterior. Los cuatro amigos llevaban dos días sin lavarse las manos ni la cara.
—Entonces, ¿por qué demonios nos has traído aquí si no podemos atravesarlo a pie?
—No entraba en mis planes que nos quedáramos atrapados en el bosque. Solo quería alejarnos un poco al norte para echar un vistazo. Aprovechar el atajo para ver algo original.
—¡Ya lo creo que es original! Tan original que nadie en su sano juicio vendría aquí de vacaciones.
—Supongo que nadie llega aquí. Solo los investigadores y los ecologistas se adentrarían tanto en esta zona. Que nosotros estemos aquí es solo un accidente causado por la decisión de tomar un atajo. En teoría solo íbamos a atravesarlo para acortar el camino.
—¿Por qué no acortas por mi culo? ¡Estamos atrapados, Hache! ¡Atrapados como ratas!
Hutch suspiró y miró a Luke en busca de apoyo, algo que había evitado hacer durante la excursión para no dar pie a la camarilla que presentía que Luke buscaba.
—Estas reservas nacionales existen para proteger los últimos rincones de auténtica biodiversidad, Dom —explicó Hutch con una voz débil, quebradiza, cuando finalmente consiguió hablar de nuevo—. Con vistas al futuro. En el resto del mundo ya han desaparecido.
Luke paseó la mirada en derredor como si viera por primera vez el entorno que lo rodeaba. Hutch dio otra calada al cigarrillo y farfulló para sí, cediendo la voz a su instinto, que le insistía en la necesidad apremiante de empezar a abrirse paso en dirección sur. Una silueta penumbrosa reapareció desde su sueño para recordarle algo que con todas sus fuerzas trataba de mantener sepultado en el olvido. Respiró hondo.
—Esta es una de las últimas zonas de la franja de coníferas boreales que van desde Noruega hasta Rusia y que brotaron justo después de la última glaciación. Todo esto lleva aquí desde entonces. Un abeto falso noruego puede vivir más de quinientos años. Un pino silvestre más de seiscientos. ¿Os lo podéis creer? Su población se ha reducido casi un noventa por ciento durante el último siglo. Todo talado y deforestado. Pero han dejado zonas como esta en los parques nacionales para que los hongos y los líquenes crezcan en toda esta mierda que no podemos atravesar. Para preservar el hábitat. Para las aves y los insectos. Para la vida salvaje. Este lugar está plagado de especies rarísimas. Los bosques que vimos desde el tren de camino aquí están controlados por el hombre; tal vez no tengan más de dos siglos de vida. Ya no se permite a los bosques alcanzar edades tan avanzadas.
Luke lo miró brevemente con una expresión de agradecimiento. Apreciaba que Hutch siempre eligiera concienzudamente los lugares a los que los llevaba. Hutch siempre se empapaba de información relacionada con cualquier actividad que organizaba y ponía todo su empeño en que sus compañeros visitaran lugares extraordinarios. Indudablemente, era culpa suya que se hubieran extraviado. Pero, a pesar de estar perdidos, dijo Luke para sus adentros, al menos estaban atrapados en un lugar que muy poca gente —ni siquiera la mayor parte de los suecos— vería jamás. Estaban en medio de un paraje antiquísimo y virgen. Luke pensó entonces en recordar ese dato a Dom, pero rápidamente desechó la idea, pues si era sincero consigo mismo, esa información ya no le bastaba para compensar la situación que estaban viviendo.
—Hay en todos los árboles.
La voz de Phil les llegó desde el otro lado del pequeño claro en el que estaba ubicada la casucha negra de la que seguían intentando escapar. Hacía veinte minutos que se habían vestido con la ropa mugrienta y con olor a humo y que habían recogido las cosas.
—Se extienden en círculo alrededor de la casa —agregó Phil.
Luke, Hutch y Dom se volvieron hacia él, que seguía en el lado norte del claro. Estaba plantado cerca del estrecho sendero que desaparecía en la oscuridad. Los tres amigos intercambiaron miradas con los labios apretados.
—¿A qué te refieres, colega? —gritó Hutch.
—A los árboles más viejos… Los que tienen las ramas secas.
—¿De qué está hablando? —inquirió Dom.
Hutch se encogió de hombros.
—El amigo está muy débil.
—¿Creéis que ha perdido la cabeza?
—Creo que todos la perdimos un poco anoche. Si Luke no me hubiera despertado, yo todavía estaría de rodillas en el desván enfrente de la cabra.
Luke rompió a reír, y sus carcajadas sonaron estridentes en la quietud del aire y del muro de árboles que rodeaba la casucha. Parecían fuera de lugar, como las risas en el interior de una iglesia.
—Joder, chicos —dijo Hutch con una sonrisa en los labios—. Me pregunto cómo vamos a explicar esto cuando volvamos a casa.
Dom le propinó una colleja, forzando una sonrisa severa.
—Antes tenemos que llegar a casa, maldito cabrón de Yorkshire. Me importan una mierda los bosques vírgenes y los hongos posglaciación. Lo que yo quiero es pisar asfalto de una vez.
Hutch esquivó un segundo manotazo en la nuca.
—Vamos. Veamos qué quiere ese gordinflón.