Capítulo 13

Estás de rodillas llorando. Los sollozos te provocan convulsiones en el pecho; ya has agotado todas tus lágrimas. Tu garganta se contorsiona en unas arcadas resecas, emitiendo un extraño sonido. Lloras porque es el final. Así concluye tu vida, en este lugar penumbroso, pestilente y carente de sentido. Es totalmente injusto, pero no hay manera de huir. Sin embargo, él no entiende nada de tu angustia. Está ahí sentado sobre sus ancas, en ese ruinoso trono de madera, con sus largos cuernos elevándose majestuosamente hacia el techo como si fueran una especie de corona. Y te observa inclemente, henchido del poder que le confiere la desdicha que despliegas sobre el entarimado sucio. Mantiene sus brazos levantados en señal de espantoso triunfo.

Tienes la ropa interior mojada, y los muslos, pegajosos.

Alguien grita tu nombre. A tu espalda.

—¡Hutch! ¡Hutch, tío! ¿Qué pasa? ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde están los demás?

La voz le resulta familiar, pero Hutch es incapaz de responder porque es demasiado tarde y debe aguardar su final, para el que ya no falta mucho.

Una mano se posa sobre su hombro y lo zarandea.

—¡Despierta, Hutch! Despierta. Estás soñando, tío. Solo es un sueño. No sabes dónde estás. Despierta de una vez. Ya pasó. ¡Vamos, tío!

Hutch alza la cabeza, pero mantiene la mirada baja, evitando la terrible figura negra plantada frente a él. Levanta los ojos y se vuelve hacia la voz. Nota cómo se agrieta la sal seca en sus mejillas polvorientas. Es Luke.

Contrae su propio rostro al reconocer una cara familiar, y habría vertido lágrimas si todavía conservara alguna. El llanto le ha dejado un regusto salobre y abrasador en la boca. Pero ¿por qué? ¿Qué está haciendo allí, en calzoncillos, temblando y llorando envuelto por la oscuridad y con las partes bajas mojadas? Iba a morir. Justo después de ser sometido a una larga sesión que le haría experimentar el miedo. Hutch cierra los ojos y los aprieta, y se obliga a recomponer el sueño a partir de los fragmentos que pululan por su mente.

Una sensación de bochorno crece en su interior y le enciende las mejillas y la piel.

—¿Qué demonios está pasando?

Se vuelve hacia el causante de su pavor y apenas si distingue su contorno a la luz tenue que se cuela por un puñado de grietas en el techo. La figura, con sus largos cuernos y extremidades, aparece con el cuerpo tenso, a la expectativa.

Sin embargo, no está vivo. No. Es un animal. Disecado y roído por los ratones. El vestigio de un arranque de locura abandonado en el decrépito desván de una casa olvidada. Hutch se vuelve a Luke y menea la cabeza.

Luke lo mira fijamente. En sus ojos solo hay confusión y miedo.

—Tenemos que largarnos de aquí. Ahora mismo.

Hutch asiente y alarga las manos para apoyarse en su amigo, que lo sujeta del brazo y tira de él para ayudarlo a levantarse.

—¿Dónde están los demás? —dice Luke—. Tenemos que encontrarlos.