Una vez abierta la puerta, Dom, Phil y Hutch hurgaron en sus mochilas buscando las linternas. No se veía nada a través del agujero que había abierto Hutch con la suela de su bota alrededor del tirador de hierro de la puerta.
Luke se había estremecido cada vez que su amigo hacía vibrar la puerta de madera con una patada; la idea de que se abriera lo angustiaba. Su resistencia a reunirse con los demás en la puerta se había acentuado con su enfurruñamiento tras el enfrentamiento con Dom, que además ahora lo hacía sentirse como un idiota, por enésima vez. Sin embargo, también se sentía abochornado por aquel acto de vandalismo. De modo que permaneció en el claro bajo la lluvia mientras los demás se apiñaban alrededor de la puerta y se exhortaban unos a otros.
Como les ocurría a sus tres amigos, Luke no podía con su alma. Estaba empapado y hambriento, y se sentía un completo desgraciado. Solo quería que todo aquello —la tortuosa caminata, la lluvia, el bosque tenebroso e inquietante— acabara de una vez; pero no tenían por qué caer tan bajo y allanar una propiedad privada, un lugar que, por otra parte, le producía escalofríos. ¿Acaso se habían detenido a pensar en ello? La casa solo distaba unos pocos kilómetros del cadáver colgado del árbol. Un hecho para el que carecían de una explicación y del que debían alejarse todo lo que pudieran antes de que cayera la noche.
Todos tenían el juicio alterado, así que no podían tomarse en serio nada de lo que dijeran o hicieran. Pero, por algún motivo, tampoco serían capaces de olvidarlo ni de perdonarlo.
Luke enfiló lentamente hacia la casa negra, hacia el origen de las voces de sus amigos, que ya estaban dentro, hablando todos a la vez. Uno de ellos se reía. Era Phil. Luke tiró el cigarrillo a los hierbajos y se planteó unirse a ellos y obligarse a restablecer su relación de camaradería.
Pero entonces se produjo una explosión a su espalda. Un estruendo ensordecedor de madera astillándose procedente del bosque.
Luke se volvió y escudriñó el muro oscuro de árboles del que habían emergido, pero, aparte de la lluvia plateada, no divisó indicios de movimiento en los árboles ni en los helechos que crecían de una manera caótica entre los gruesos troncos. No obstante, el terrorífico restallido de árboles vivos y robustos partiéndose seguía resonando en sus oídos. Se oyó el residuo de un eco —como si fuera el ruido hueco de una piedra rebotando en los troncos— que pareció ir desvaneciéndose en las profundidades del bosque.
¿Qué podía haber partido un árbol de aquellas dimensiones? No demasiado lejos de allí, en el interior del bosque, Luke casi podía distinguir las espinas las fibras pálidas y nervudas emergiendo de la corteza de una rama, arrancada de un tronco ennegrecido como un brazo desmembrado de un torso.
Tragó saliva y de repente se sintió más débil e insignificante de lo que recordaba haberse sentido jamás. Se había quedado paralizado. El pulso le palpitaba en los oídos. Permaneció inmóvil, desorientado por el pánico, como si estuviera esperando que una bestia emergiera como una exhalación del bosque con la intención de embestirlo. Por un momento fugaz imaginó que allí fuera había una ira y una fuerza espantosas con intenciones diabólicas, y tan hondo caló esa idea en él que casi aceptó su existencia.
El cielo tronó sobre las copas de los árboles y la casa, y el suave tamborileo de la lluvia precipitándose sobre los árboles se transformó en el estruendo de un alud de piedras.
—¡Eh, colega! —gritó Hutch—. ¡Entra! Tienes que ver esto.
Luke despertó de su trance sorprendido por lo sucedido. Se dijo que el agotamiento había hecho mella en él y había estado jugando con su mente. Los árboles tenebrosos entre los que habían pasado la tarde lo habían marcado, y si, como había ocurrido, dejaba echar a volar su imaginación, impregnaban todos sus pensamientos y sensaciones.
Necesitaba mantenerse activo. Concentrado. Enfiló hacia la puerta y reparó en el rostro pálido de Hutch asomado fuera, encuadrado por el marco; se había quitado el gorro.
—¿Has oído eso?
Hutch levantó la mirada al cielo.
—¿Los truenos? Sí. No podríamos haber encontrado este lugar en un momento más oportuno. Creo que una tormenta habría acabado definitivamente con los gordinflones. Nos habríamos visto obligados a abandonarlos.
—¡Vete a la mierda, maldito cabrón de Yorkshire! —gritó Dom desde el interior de la casucha penumbrosa.
A pesar del desasosiego que lo consumía, Luke fue incapaz de reprimir una risita nerviosa que precedió a la sonrisa estúpida que se le instaló en los labios. Hutch se dio la vuelta para regresar dentro, donde los haces de luz de las linternas se cruzaban iluminando unas paredes poco definidas.
—No. No me refiero a los truenos. Hablo de los árboles. En el bosque. ¿No lo has oído?
Pero Hutch ya no lo escuchaba; había vuelto dentro junto con los otros dos.
—¿Qué has encontrado, Domja?
Luke oyó que Dom respondía:
—Más de esa basura cristiana.
Luke lanzó entonces una última mirada hacia el bosque antes de cruzar la puerta y entrar para reunirse con sus compañeros.