Nunca encontraron el río, y el delicioso sueño de las suecas y del plato caliente de alubias con salchichas fue desvaneciéndose como la luz de septiembre, hasta desaparecer por completo junto con la esperanza de encontrar la salida del bosque esa noche.
Hutch volvió a estudiar el mapa por la que debía de ser la quinta vez en una hora mientras los otros tres aguardaban en silencio, sentados en cuclillas; Luke estaba apartado de Dom y Phil, quienes devoraban barritas energéticas. Trazó con un dedo sucio el supuesto atajo entre el sendero de Sörstubba que habían abandonado al mediodía y el cauce del río, y volvió a tragar saliva para deshacer el nudo que el pánico había ido instalando en su garganta a medida que declinaba el día.
Por la mañana había sabido determinar su posición exacta en el mapa: su situación dentro del municipio de Gällivare, de la provincia de Norrbotten y de Suecia. Bien entrada la tarde, con los destellos del cielo que se atisbaban entre las copas de los árboles cambiando de un gris pálido a uno más oscuro, ya no sabía en qué punto del bosque atravesado por ambas líneas en el mapa se encontraban. Y a la hora de elegir aquella ruta no había previsto en ningún momento la irregularidad del terreno ni la espesura de la vegetación que se habían encontrado.
Nada de todo aquello tenía sentido. Ya no estaban siguiendo algo remotamente parecido a una ruta directa; hacía dos horas que le había abandonado la sensación de estar avanzando en la dirección correcta. El bosque estaba determinando su itinerario. Tenían que dirigirse hacia el suroeste, pero cuando ya habían recorrido cuatro kilómetros por el interior del bosque, era como si les estuvieran empujando hacia el oeste, y a veces incluso de regreso hacia el norte. Solo podían avanzar por donde el follaje era poco denso o por los espacios naturales entre los árboles milenarios, así que nunca se movían en la dirección correcta durante mucho tiempo. Debería haber realizado las correcciones pertinentes. «¡Mierda!».
Lanzó una mirada por encima del hombro a los demás. Tal vez había llegado el momento de poner en práctica otra idea de las suyas: regresar sobre sus pasos. Pero aun en el caso de que fuera capaz de reproducir la ruta azarosa que habían seguido, ya habría anochecido cuando estuvieran de vuelta en el lugar de donde habían partido al mediodía. Además, eso significaría tener que pasar de nuevo por aquel árbol con el animal expuesto. Tenía claro que ni a Dom ni a Phil les haría gracia la idea. A Luke no le importaría. También a él lo inquietaba el bosque; se le notaba. Luke movía los labios mientras hablaba para sí; eso era una señal inequívoca. Y desde que se habían internado en el bosque fumaba constantemente; otra mala señal.
Por lo menos el esfuerzo físico había atajado las especulaciones sobre cómo había acabado colgando el cadáver del árbol. Hutch nunca había visto, leído u oído nada parecido en veinte años dedicados a las actividades al aire libre. También Luke se había quedado perplejo. Hutch sabía que su amigo seguía tratando de desentrañar el misterio en silencio, y que estaba pensando exactamente lo mismo que él: «¿Qué demonios era capaz de hacer algo así a un animal de ese tamaño?». Por la mente de Hutch se sucedían imágenes de osos, linces, glotones y lobos. Ninguna lo satisfacía; pero era obra de alguno de ellos. Tenía que serlo. Tal vez incluso del hombre. Lo cual resultaba aun más inquietante que imaginarse a un animal perpetrando una carnicería igual. En cualquier caso, lo que quiera que fuera el responsable de la escabechina no andaba lejos.
—Arriba, hombretones.
Luke levantó el culo y se puso en pie.
—Vete a la mierda —espetó Dom.
—Un momento —dijo Phil.
Dom se volvió hacia Hutch. Las arrugas a ambos lados de su boca formaban unos surcos profundos en la capa de mugre que le cubría la cara, y sus ojos expresaban un dolor insoportable.
—Me hace falta una camilla, Hache, apenas puedo doblar la pierna. No bromeo. Se me ha quedado tiesa.
—Ya no queda nada, colega —repuso Hutch—. El río tiene que estar cerca.