Capítulo 1

CUATRO HORAS ANTES

A mediodía, Hutch se detuvo y se volvió para echar un vistazo a los demás: tres figuras coloridas, empequeñecidas por la vastedad neblinosa del paisaje rocoso que atravesaban. El grupo desfilaba disgregado por una llanura de piedra gris, lisa como una acera por el deshielo acontecido hacía algunos millones de años. Sus compañeros caminaban con los hombros caídos y la cabeza agachada para observar el monótono proceso de poner un pie delante del otro.

El tiempo había demostrado que solo Luke y él estaban en forma para la caminata de tres días que se habían propuesto. Phil y Dom cargaban demasiado peso, y además Phil tenía en carne viva las ampollas que le habían salido en los talones. Más preocupante aún era que Dom se había torcido la rodilla en un extenso campo rocoso el primer día, y después de toda una jornada y media caminando, ahora cojeaba y se estremecía a cada paso.

Por culpa de sus respectivas molestias, Dom y Phil estaban perdiéndose todos los elementos de interés que les ofrecía el paisaje: las franjas pantanosas que aparecían de improviso; las paredes de las formaciones rocosas; los lagos perfectos; el impresionante precipicio de Maskoskarsa —formado por una hendidura en el suelo durante la era glacial—, sobrevolado por el águila real, desde el que se contemplaban unas vistas de un paraje que resultaba imposible creer que existiera en Europa. A pesar de la lluvia y de la escasez de luz, el paisaje era para quitar el hipo. No obstante, llegada la tarde del primer día, Dom y Phil ya caminaban con la cabeza caída y los ojos entrecerrados.

—¡Tomaos un respiro! —gritó Hutch a su trío de compañeros.

Luke levantó la mirada y Hutch le hizo un gesto con la cabeza para que se acercara a él.

Hutch se descolgó la mochila de los hombros, se sentó y sacó el mapa de un bolsillo lateral de esta. Le dolía la espalda de caminar al paso lento que marcaban Dom y Phil con su ritmo, y notaba que su irritación ya había empezado a evolucionar hacia un sentimiento de ira que se manifestaba con una opresión en el pecho; también sentía la tensión debajo de los dientes, como si su mandíbula estuviera reteniendo un interminable monólogo de exabruptos que se moría de ganas por soltar a los dos tipos que estaban convirtiendo la excursión en algo más próximo a una marcha fúnebre.

—¿Qué pasa? —preguntó Luke, entornando los ojos bajo la llovizna que hacía brillar sus facciones cuadradas. La lluvia y el sudor formaban una especie de espuma en la zona sin afeitar alrededor de su boca y sobre sus cejas rubias.

—He tenido una idea. Cambiamos de planes.

Luke se sentó en cuclillas a su lado y le ofreció un cigarrillo. Luego encendió el suyo con las manos rojas como dos filetes crudos.

—Gracias, colega. —Hutch desplegó el mapa sobre sus piernas y exhaló un largo suspiro procedente de lo más profundo de su ser, que salió como un silbido alrededor del filtro del cigarrillo apresado entre sus dientes—. Esto no funciona.

—Ya. Mira. Esta es mi cara de sorpresa —repuso Luke, poniendo cara de póquer. Se volvió y escupió—. Quince malditos kilómetros al día. No les pedimos más. Ya sé que había tramos duros, pero están hechos polvo desde el primer día.

—Totalmente de acuerdo. Es evidente que hay que buscar una ruta alternativa. Si no cogemos un atajo, acabaremos cargando con ellos sobre la espalda. Uno con cada uno.

—Joder.

Hutch puso los ojos en blanco en un gesto de complicidad conspirativa, pero en ese mismo momento de debilidad se dio cuenta de que, probablemente, solo estaba alimentando la inquina que había notado que Luke estaba incubando desde que se habían reunido en su apartamento hacía cinco días. Luke estaba teniendo demasiados roces con Dom y Phil, y la exigencia física y las adversas condiciones meteorológicas habían añadido a la combinación un ingrediente completamente nuevo de tensión mordaz y animadversión. Algo que Hutch se había esforzado por apaciguar manteniendo un ánimo entusiasta, evitando perder la paciencia y con sus esporádicos arranques de optimismo ante los cambios en la meteorología. No podía tomar partido; no podía permitir que se produjera una división. La cuestión ya había pasado de intentar salvar unas vacaciones juntos a convertirse en un mero asunto de seguridad.

Luke apretó los labios y entornó los ojos.

—Botas nuevas. Calcetines inadecuados. Phil incluso lleva vaqueros. Pero ¿qué les dijiste? ¡Por el amor de Dios!

—¡Calla! Ya lo sé. Lo sé. Pero ahora mismo tocarles las pelotas solo empeorará las cosas. Y mucho. Así que tenemos que garantizar que prime la seguridad. Yo el primero. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

—De todos modos creo que ya lo tengo.

Luke se quitó de un manotazo la capucha de la cabeza y bajó la mirada al mapa.

—Cuéntame.

Hutch apretó un dedo en el punto aproximado del mapa donde creía que debían de estar deambulando, con retraso respecto al programa establecido.

—Una tarde y un día entero más bajo la lluvia aquí arriba y todo se echará a perder sin remedio, así que olvídate de Porjus. Nunca llegaríamos. Descenderemos hacia el sureste. Por aquí. Y atravesaremos ese bosque que se divisa allí a lo lejos. ¿Lo ves?

Luke asintió sin apartar la mirada del lugar que le señalaba Hutch: una franja puntiaguda y oscura poblada de árboles, semioculta en la distancia por los bancos de niebla blanquecina.

—Si cruzamos por el tramo más estrecho, por aquí, saldremos cerca del río Stora Luleälven a primera hora de la noche, tal vez antes. Podemos seguir por un sendero paralelo al río en dirección este. Y río abajo, en Skaite, hay un par de cabañas para turistas. Con un poco de suerte, si avanzamos a buen ritmo, llegaremos al río al anochecer y podremos realizar la caminata río abajo hasta Skaite esta noche. En el peor de los casos, acampamos junto al río y nos acercamos a las cabañas por la mañana. Podemos tomarnos un día de descanso en Skaite y acabarnos el Jack Daniel’s de Dom sentados frente a una hoguera. Fumarnos unos cigarrillos. Y luego miraré de encontrar un medio de transporte para regresar a Gällivare al día siguiente. Además, en el bosque estaremos más protegidos de la lluvia esta tarde; no parece que vaya a parar. —Hutch levantó la mirada al cielo, entrecerró los ojos y se volvió de nuevo hacia Dom y Phil, un par de bultos idénticos envueltos en chaquetas GoreTex, con el cuerpo encogido y sentados en silencio demasiado lejos para oírle—. A esos no les quedan fuerzas para seguir caminando mucho rato, así que, amigo, me temo que por hoy la expedición se puede dar más o menos por terminada.

Luke apretó los dientes y sus facciones se tensaron. Dejó caer la cabeza al percatarse de que Hutch estaba estudiando la expresión de su rostro.

Hutch estaba sorprendido por la ira desbordante que Luke mostraba últimamente. Sus habituales conversaciones telefónicas —solía ser Luke quien llamaba— a menudo degeneraban en diatribas cargadas de barbaridades. Era como si su amigo ya no fuera capaz de interiorizar su ira y controlarla.

—¡Eh! Gestión de la ira.

Luke lo miró azorado y Hutch le guiñó un ojo.

—¿Puedo pedirte un favor enorme?

Luke asintió, aunque parecía receloso.

—Como ya te dije, no seas demasiado estricto con los Biocentury.

—De acuerdo.

—Sé que también es un problema de actitud, sobre todo en el caso de Dom. Pero ambos están pasando por una época de mucha presión. No me refiero solo a esto; tienen muchas preocupaciones en la cabeza.

—¿Como qué? No me han contado nada.

Hutch se encogió de hombros. Se dio cuenta de lo decepcionado que se sentía Luke por no estar al tanto de los problemas domésticos de Dom y Phil.

—Bueno… pues los niños y ese tipo de cosas. El pequeño de Dom tiene algunos problemas. Y en cuanto a Phil, el pobre, su mujer se pasa el día tocándole los huevos. Los dos están pasando una mala racha, me sigues, ¿verdad? Así que solo te pido que te lo tomes con calma.

—Claro. No te preocupes.

—También hay que ver el lado positivo —repuso Hutch, intentando cambiar de tema—. Hoy acortamos esta mierda a la mitad y así dispondremos de más tiempo para estar en Estocolmo antes de volver a casa. A ti te encanta la ciudad, ¿no?

—Supongo —respondió Luke.

—¿Pero?

Luke se encogió de hombros. Expulsó el humo del cigarrillo por la nariz.

—Al menos si seguimos por aquí estaremos recorriendo una ruta que aparece en el mapa. El bosque es un terreno desconocido. Queda fuera de la pista, tío. No hay rutas señalizadas.

—Todo irá sobre ruedas. Confía en mí. Espera a que estemos dentro. Forma parte del parque nacional. Es un territorio inexplorado, un bosque completamente virgen.

—Quizá… pero no sabes cómo es el terreno —repuso Luke, dando unos golpecitos en el mapa con el dedo índice—. Al menos esto es roca llana. Allí hay pantanos, Hache. Mira. Aquí y aquí.

—No nos acercaremos a ellos. Atravesaremos la franja más estrecha del bosque, por aquí. Un par de horas y voilà… apareceremos en el otro lado.

—¿Estás seguro? —preguntó Luke, enarcando las cejas—. Nadie sabrá que estamos allí.

—Eso no importa. De todos modos, la oficina de Medio Ambiente estaba cerrada cuando partimos y tampoco he llamado a la sede de Porjus para informarles de nuestra llegada. Todo irá bien. Solo existen medidas de precaución para el invierno, y todavía estamos a principios de otoño. No habrá nieve ni hielo. Puede que incluso veamos algo de fauna salvaje. Y ese par de gordinflones no podría caminar siquiera sobre una esponja otros dos días, así que ya ni digamos sobre un terreno rocoso. El atajo reducirá la distancia a la mitad. Ya tenemos que apechugar con la perspectiva de seguir caminando lo que resta de día, y necesitaríamos otro día entero y otra noche para llegar a Porjus mañana. Míralos. Están hechos polvo, tío.

Luke asintió y dejó escapar dos largas fumaradas gemelas por la nariz.

—Tú mandas.