¿Se trataba sólo de una llamada anónima? ¿Sería algún loco que pensaba que el lugar de las mujeres estaba en la cocina y no en los puestos públicos? Le vino a la memoria el recuerdo de aquel personaje de Nueva York que montaba una barraca en la Quinta Avenida con carteles citando las Escrituras, en las que se recordaba la obligación ancestral de las mujeres de obedecer a sus maridos. Era inofensivo; también lo sería éste, al menos no quería darle gran importancia.
Se llevó una bandeja a la biblioteca y cenó allí mientras revisaba los documentos sobre Abigail. Su admiración por la senadora se incrementaba con cada línea que leía; Abigail Jennings había dicho la verdad cuando afirmó que estaba casada con su trabajo. «El electorado es realmente su familia», se dijo.
Tenía una cita con Pelham en la emisora a la mañana siguiente y, a eso de medianoche, se fue a la cama. La vivienda tenía un gran dormitorio principal, con un vestidor y un baño. El mobiliario Chippendale, con sus delicados motivos incrustados, había sido fácil de instalar. Era evidente que lo hicieron especialmente para esta casa. La cómoda encajaba perfectamente entre los armarios; el armario con el espejo correspondía a la alcoba; la cama, con su cabecera minuciosamente trabajada, iba colocada en la pared más ancha, frente a las ventanas.
Verónica había mandado un somier y un colchón nuevos y la cama resultaba maravillosamente cómoda. Pero, a causa de los viajes al sótano para limpiar los archivadores, le dolía la pierna. El familiar y punzante dolor era más agudo de lo normal y, aunque estaba muy cansada, le fue difícil dormirse. «Piensa en algo agradable», se dijo a sí misma mientras daba vueltas desvelada. Entonces, en la oscuridad, sonrió irónicamente: pensaría en Sam.
*****
Las oficinas y el estudio de la Potomac estaban enfrente de Farragut Square. Mientras esperaba, Pat recordó lo que le había dicho el director de la emisora de Boston: «No dudes ni un momento en coger este trabajo, Pat. Trabajar para Luther Pelham es una oportunidad única. Causó enorme sorpresa en el mundillo de la televisión que dejara la CBS para irse a la Potomac».
Durante el almuerzo con Peter, en Boston, se había quedado atónita ante las miradas poco disimuladas de los que estaban en el comedor. Estaba acostumbrada a ser reconocida en la zona de Boston y a que la gente acudiera a su mesa a pedirle autógrafos, pero las miradas que despertaba la presencia de Luther Pelham era algo diferente.
—¿Hay algún sitio donde no sea usted el centro de atención? —le preguntó.
—No demasiados, y estoy encantado de poder decirlo. Pero lo descubrirás por ti misma. Dentro de seis meses, será a ti a quien la gente seguirá cuando vayas por la calle, y la mitad de las jóvenes de América imitarán esa grave voz tuya.
Era un comentario exagerado pero halagador. Después de la segunda vez que le llamó «señor Pelham», él le dijo:
—Pat, formas parte de un equipo. Tengo un nombre de pila, úsalo.
Ciertamente Luther Pelham había sido encantador, pero, en aquella ocasión, le estaba ofreciendo un trabajo y, ahora, era su jefe.
Cuando la anunciaron, Luther fue a la recepción a recibirla. Su actitud era muy cordial, y su conocida y bien modulada voz expresaba un sincero afecto:
—Es maravilloso tenerte aquí. Quiero que conozcas al equipo.
La paseó por la redacción y la presentó a todo el mundo. Bajo la actitud cortés de sus nuevos compañeros, notaba en sus ojos una curiosidad expectante. Era fácil adivinar lo que estaban pensando: ¿Sería capaz de llevar a cabo su cometido? Pero la primera impresión fue favorable. La Potomac se estaba convirtiendo rápidamente en una de las mayores emisoras por cable del país, y la redacción bullía de actividad. Una joven estaba leyendo en directo el resumen de las noticias más importantes; un experto en asuntos del ejército grababa su espacio bisemanal; el personal de redacción se dedicaba a montar las noticias que aparecían en el teletipo. Por experiencia, sabía que la calma que aparentaba el personal era algo necesario para llevar a cabo aquella actividad. Toda la gente de aquel mundillo vivía con una constante tensión interna. Estaban siempre en guardia, esperando a que algo sucediera; continuamente temerosos de que pudiera escapárseles una buena noticia.
Luther había estado de acuerdo en que ella podía escribir el programa y montarlo en su casa hasta que estuvieran preparados para grabar. Le mostró el pequeño despacho que le estaba destinado, y después la llevó a su despacho particular; era una habitación grande, haciendo esquina, con las paredes forradas con madera de roble.
—Ponte cómoda —dijo—. Tengo que hacer una llamada enseguida.
Mientras hablaba por teléfono, Pat tuvo la oportunidad de estudiarlo de cerca. Verdaderamente era un hombre de gran fuerza y atractivo. Su cabello gris oscuro, abundante y cuidadosamente peinado, contrastaba con sus ojos inquisitivos y la piel tersa del rostro. Ella sabía que acababa de cumplir sesenta años. La fiesta que dio su esposa, en su finca Chevy Chase, apareció en las columnas de todos los periódicos. Observando su nariz aquilina y sus manos de largos dedos, que tamborileaban impacientes sobre la mesa, le recordaron aun águila.
Luther colgó el auricular.
—¿He pasado el examen? —preguntó. Sus ojos brillaban divertidos.
—Con sobresaliente.
¿Por qué, se preguntó, siempre se sentía cómoda en una situación profesional y tan a menudo notaba un sentimiento de alienación en sus relaciones personales?
—Estoy encantado de oírlo. Me preocuparía si no me tomaras la medida. Por cierto, felicidades, causaste una gran impresión en Abigail.
Una frase amable y vuelta al trabajo. Le gustaba esa forma de actuar, y no iba a ser ella la que le hiciera perder el tiempo, extendiéndose en el asunto más de lo debido.
—Me impresionó mucho que me fuera posible estar con ella tanto rato. ¿A quién no le impresionaría? Aunque todo fue realmente muy corto —añadió significativamente.
Pelham agitó la mano como para quitar de en medio una desagradable certeza.
—Lo sé, lo sé. Abigail es siempre muy escurridiza; por esa razón les pedí que se reunieran y te dieran parte de su material privado. No esperes demasiada cooperación por parte de ella. He previsto el programa para el veintisiete.
—¿El veintisiete? ¡El veintisiete de diciembre! —Notó que elevaba el tono de voz—. ¡El próximo miércoles! ¡Eso significa que la grabación, el guión y el montaje tendrán que realizarse en una semana!
—Exactamente —confirmó Luther—, y tú eres la única que puede hacerlo.
—Pero ¿por qué tantas prisas?
Él se inclinó hacia atrás, cruzo las piernas y sonrió con el placer de quien posee noticias sensacionales.
—Porque éste no va a ser un documental como los demás; Pat Traymore, tienes la oportunidad de convertirte en un hacedor de reyes.
Ella pensó en lo que Sam le había dicho.
—¿El vicepresidente?
—El vicepresidente —confirmó—, y me alegro de que estés en onda. El triple marcapasos que le colocaron el año pasado no ha dado el resultado esperado. Mis espías del hospital me han dicho que tiene el corazón ligeramente dañado y que, si quiere llegar a viejo, tendrá que cambiar su modo de vida; eso significa que va a tener que dimitir, y ahora, para mantener a todos los sectores del partido contentos, el presidente dará los consabidos pasos para que el Servicio Secreto investigue la conducta de los tres o cuatro probables candidatos al puesto. Pero, de hecho, Abigail es la que tiene más posibilidades. Mi intención es que este programa anime a millones de americanos a mandar telegramas al presidente abogando por la candidatura de Abigail. Es lo que se trata de conseguir. Y piensa en lo que puede significar para tu carrera.
Sam había hablado de la posibilidad de dimisión del vicepresidente y de la candidatura de Abigail. Luther Pelham creía claramente que ambas cosas eran probabilidades inmediatas. Estar en el lugar y en el momento adecuados cuando se fragua una historia, era el sueño dorado de todo periodista.
—Si se escapa alguna filtración sobre lo enfermo que está el vicepresidente…
—Es algo más que una filtración —dijo Luther—. Pienso decirlo en mi emisión de esta noche, incluyendo los rumores de que el presidente está considerando para el puesto a una mujer.
—¡Y así el programa de los Jennings batirá el récord de audiencia la próxima semana! La senadora Jennings no es demasiado conocida para el electorado medio. Todo el mundo querrá saber más sobre ella.
—Exactamente. Ahora puedes entender mis prisas en realizarlo y en querer que sea algo verdaderamente extraordinario.
—La senadora…, quiero decir que, si hacemos este programa tan aséptico como ella desea, no llegarán ni catorce telegramas, ni soñar con millones. Antes de que yo propusiera este documental hice unas investigaciones, bastante serias, para saber qué pensaba la gente sobre ella.
—¿Y qué?
—La gente mayor la compara a Margaret Chase Smith. Dicen que está llena de energía, que es animosa e inteligente.
—¿Qué hay de malo en eso?
—Ni una sola de las personas mayores la conoce humanamente. Sólo piensan en ella como en un ser distante y que inspira respeto.
—Continúa.
—En cambio, la gente joven la ve de una manera diferente, cuando les dije que la senadora había sido Miss Nueva York les pareció maravilloso. Recuerda, si Abigail Jennings es elegida para ser vicepresidenta será la segunda de a bordo del país. Los que saben que nació en el Nordeste se duelen de que ella nunca lo mencione. Creo que está cometiendo un error y lo empeoraremos si ignoramos los primeros veinte años de su vida.
—Nunca te dejará mencionar a Apple Junction —dijo Luther—, es mejor que no perdamos tiempo en eso. Me explicó que cuando renunció al título de Miss Nueva York, en Apple Junction quisieron lincharla.
—Luther, ella se equivoca. ¿Piensas en serio que, en este momento, existe todavía alguien en Apple Junction que le importe que Abigail no fuera a Atlantic City para aspirar al título de Miss América? Ahora mismo te apuesto lo que quieras a que cada ciudadano en aquella ciudad se está vanagloriando de haber conocido a Abigail de joven. En cuanto a renunciar al título mirémoslo desde este prisma. ¿Quién no simpatizaría con una respuesta de Abigail diciendo que había sido divertido participar en el concurso pero que detestaba la idea de irse exhibiendo en traje de baño y que la gente la juzgase como a un bistec de buey? Los concursos de belleza están pasados de moda, la haremos quedar todavía mejor si demuestra darse cuenta de eso antes que nadie.
Luther tamborileó con los dedos sobre el escritorio. Su instinto le decía que ella tenía razón, pero Abigail había sido terminante en este punto. ¿Qué pasaría si la convencían de que sacara a relucir su juventud y les salía el tiro por la culata? Luther estaba decidido a ser un factor determinante que catapultara a Abigail como vicepresidente; por supuesto los líderes del partido le hacían prometer a Abigail que no presentaría su candidatura a presidente en las siguientes elecciones, pero ¡qué demonios!, estas promesas se hacen para romperlas. Haría todo lo posible para que fuera el centro de atención y se mantuviera en el candelero hasta que llegase el día en que se sentara en el Despacho Oval.
Súbitamente se percató de que Pat le estaba observando con toda calma. La mayoría de la gente que contrataba no se atrevía ni a respirar durante la primera entrevista en su despacho. El hecho de que ella estuviera totalmente cómoda y tranquila le complacía y le desagradaba a la vez. Desde que le ofreció el trabajo, hacía dos semanas, se había sorprendido muchas veces pensando en ella. Era una mujer elegante; había hecho las preguntas justas a propósito de su contrato; era muy atractiva, interesante y tenía clase; aquellos ojos y aquella voz profunda le daban un aire simpático e incluso inocente, creando una atmósfera íntima de «cuéntamelo todo». Era una entrevistadora nata y había en ella una sensualidad latente que la hacía especialmente apetecible.
—Dime cómo abordarías el tema de su vida privada —le pidió.
—Empezaría por Apple Junction —contestó Pat rápidamente—. Quiero ir allí personalmente y ver qué es lo que encuentro. Mostraría quizá algunas fotos con vistas de la ciudad o de la casa en la que vivió; el hecho de que su madre fuese un ama de llaves y que ella asistiera al instituto con una beca son puntos a su favor. Es el sueño americano aplicado por primera vez a un líder nacional, que, además, da la casualidad de que es una mujer.
Sacó la agenda del bolso, la abrió y continuó:
—Haremos hincapié en los primeros años de matrimonio con Willard Jennings. No he visto todavía las películas, pero me parece que podríamos sacar provecho tanto de su vida pública como privada.
Luther asintió.
—A propósito, probablemente Jack Kennedy aparecerá muchas veces en esas fotografías. Él y Willard Jennings eran íntimos amigos cuando Jack era senador. Willard y Abigail formaban parte de los años de pre-Camelot. La gente ni se lo imagina. Deja tantas fotografías como puedas en las que se la vea con cualquiera de los Kennedy. ¿Sabías que cuando Willard murió, Jack escoltó a Abigail en los funerales?
Pat anotó unas palabras en su agenda.
—¿No tenía familia la senadora Jennings? —preguntó ella.
—Supongo que no, nunca apareció. —Luther, impaciente, sacó una pitillera de su escritorio—. Continúo sin poder dejar estos hierbajos —dijo encendiendo uno y pareció más relajado durante unos momentos—. Ojalá me hubiera establecido en Washington en aquella época —continuó—, pero creía que Nueva York era el centro de todos los acontecimientos. Hice bien, pero aquéllos fueron los grandes años de Washington; es extraño cómo muchos de aquellos jóvenes murieron de manera violenta; los hermanos Kennedy, Willard en un accidente de avión, Dean Adams se suicidó. ¿Has oído hablar de él?
—¿Dean Adams? —Hizo que su voz tuviese un tono de interpelación.
—Asesinó a su esposa y, después de dejar medio muerta a su hija, se suicidó. La niña —explicó Luther— murió al poco tiempo; esto fue probablemente lo mejor para ella pues tenía lesiones en el cerebro. Él era miembro del Congreso por Wisconsin. Nadie entendió por qué hizo una cosa así. Supongo que se volvió loco. Si te encuentras algunas fotos de ese matrimonio, descártalas, pues son cosas que es mejor no recordar.
Pat esperaba que su cara no delatara su emoción. El tono de voz fue seco cuando dijo:
—La senadora Jennings fue una de las mayores artífices de la aprobación de la ley contra el secuestro paterno. Hay en sus archivos algunas cartas preciosas. He pensado que podría echar un vistazo a algunas de las familias que ella consiguió reunir y escoger la mejor para que salga en el programa. Eso servirá de contrapunto a la imagen de la senadora Lawrence con sus nietos.
Luther asintió:
—De acuerdo, hazme llegar esas cartas. Encargaré a alguien de la emisora que se dedique a buscar a esas familias. Y a propósito, en tus notas no decías nada del caso de Eleanor Brown, es necesario que se cite. Ya sabes que ella era también de Apple Junction. La directora de la escuela local le pidió a Abigail que le consiguiera trabajo después de que la pillaron robando en una tienda.
—Mi instinto me dice que lo pasemos por alto —manifestó Pat—. Piénsalo. La senadora ofrece a una convicta una nueva oportunidad, hasta ahí está bien. Entonces Eleanor Brown es acusada de robar setenta y cinco mil dólares de los fondos destinados a la campaña. Ella jura que es inocente y es esencialmente el testimonio de la senadora lo que la condena. ¿Nunca viste las fotografías? Aquella chica tenía veintitrés años cuando fue a la cárcel por malversación de fondos, pero parecía tener dieciséis. La gente posee una tendencia natural a sentir compasión por el perro que recibe los palos y el propósito de este programa es que todo el mundo se quede encantado con Abigail Jennings. En el caso de Eleanor Brown, ella tiene el papel de mala de la película.
—Este caso muestra que algunos legisladores no encubren a los ladrones que se encuentran entre su personal y, si quieres que la imagen de Abby quede suavizada, juega con el hecho de que, gracias a ella, la chica salió mejor librada que ningún otro que haya robado tanto dinero. No malgastes tu simpatía con Eleanor Brown. Simuló padecer una crisis nerviosa en la prisión, la transfirieron a un hospital psiquiátrico, salió en libertad provisional y se largó; era una tía lista. ¿Qué más hay?
—Me gustaría ir a Apple Junction esta noche. Si allí encuentro algo que valga la pena, te llamaré y me gustaría que me enviaras un equipo de rodaje. Después de eso, quiero seguir de cerca a la senadora en sus actividades de un día corriente de trabajo. Escogeré algunas tomas en su despacho y después la filmaremos allí uno o dos días después.
Luther se levantó; era la señal de que daba por finalizada la entrevista.
—De acuerdo —dijo Luther—. Toma un avión para… ¿cómo se llama… Apple Junction? ¡Qué nombre! A ver si encuentras algo que valga la pena. Pero tómatelo con calma. No dejes que la gente se haga ilusiones de que va a salir en televisión; en el momento en que crean que tú puedes hacerles aparecer en el programa, empezarán a hablar en forma grandilocuente y a pensar en el traje que se pondrán. —Con una mueca de preocupación, e imitando el acento nasal del Noreste dijo—: Myrtle, trae el disolvente, hay una mancha de grasa en mi chaqueta.
—Estoy segura de que encontraré allí a alguien que merezca la pena.
Pat esbozó una débil sonrisa para eliminar el reproche insinuado en el tono de sus palabras.
Luther la observó mientras se marchaba; llevaba un traje de tweed gris y burdeos, que evidentemente era un modelo exclusivo; las botas de piel burdeos tenían la minúscula marca dorada de Gucci y hacían juego con el bolso; una gabardina Burberrys colgaba de su brazo.
Dinero. La familia de Patricia Traymore tenía dinero. Eso se adivinaba fácilmente. Luther pensó con resentimiento en sus humildes comienzos en una granja de Nebraska. Hasta que cumplió los diez años no habían tenido en su casa agua corriente. Nadie como él podía simpatizar ni sentirse más próximo a Abigail en el hecho de no querer resucitar los años de su infancia.
¿Había hecho bien en permitir a Pat Traymore salirse con la suya? Abigail se enfadaría, pero probablemente se enfadaría más cuando descubriera que no le habían dicho nada sobre el viaje.
Luther conectó el comunicador interior.
—Póngame con la senadora Jennings —entonces dudó—; no, déjelo, no se preocupe.
Colgó y se encogió de hombros. ¿Por qué anticiparse a los acontecimientos?