A las cuatro menos diez, Pat se las arregló para telefonear a Sam desde el vestíbulo del edificio de la Potomac. Sin hacer ninguna alusión a su anterior discusión, le contó lo de Eleanor Brown.
—No la pude convencer. Está decidida a entregarse.
—Cálmate, Pat. Enviaré a un abogado para que la vea. ¿Vas a estar mucho tiempo aquí?
—No lo sé. ¿Has leído el Tribune de hoy?
—Sólo los titulares.
—Lee la segunda parte. Una periodista que conocí la otra noche se enteró de dónde vivo y ha hecho un repugnante refrito de toda la historia.
—Pat, yo no me voy de aquí. Ven a verme cuando acabes tu trabajo.
Luther la estaba aguardando en su despacho. Ella esperaba que le diera un tratamiento de paria. Por el contrario, su trato fue atento.
—Las tomas de Apple Junction fueron bien —le dijo—. Ayer nevó, y un bosque que hay por los alrededores parecía el sueño americano. Filmamos la casa de los Saunders, la escuela con la guardería enfrente y la calle principal con su árbol de Navidad y todo. Pusimos un letrero frente al ayuntamiento: «Apple Junction, lugar de nacimiento de la senadora Abigail Foster Jennings».
Luther aspiró su cigarrillo.
—La entrevista con esa señora mayor, Margaret Langley, fue un éxito, pues tiene clase y queda muy bien en la cámara. Fue una buena idea hacerla hablar de lo aplicada que era la senadora en sus estudios y, además, nos mostró el álbum anual del colegio.
Pat se dio cuenta de que la idea de filmar imágenes retrospectivas en Apple Junction se había convertido, sin saber cómo, en la idea de Luther.
—¿Has visto la copia de ayer por la noche y de esta mañana? —le preguntó ella.
—Sí, está bien. Podías haber filmado un poco más a Abigail trabajando en su mesa, pero la secuencia de la cena de Navidad salió perfecta.
—Imagino que ya habrás leído el Tribune.
—Sí. —Luther apagó el cigarrillo en el cenicero y cogió otro. Su voz cambió. Sus mejillas adquirieron un tono rojizo—. Pat, ¿te importa poner tus cartas sobre la mesa y explicarme por qué sacaste a relucir esa historia?
—¿Por qué qué?
El tono amable de Luther desapareció por completo al contestar:
—Quizá mucha gente haya pensado que es una coincidencia que hayan concurrido tantas cosas esta semana para dar publicidad sensacionalista a la senadora. Pero da la casualidad de que yo no creo en las coincidencias. Estoy de acuerdo con lo que Abigail dijo después de que saliera esa primera foto en el Mirror. Desde el primer día, tú te propusiste que el programa se hiciera a tu manera; y creo que has utilizado todos los trucos posibles para hacerte publicidad. En estos momentos, no hay nadie en Washington que no esté hablando de Pat Traymore.
—Si estás convencido de eso, deberías despedirme.
—¿Para que salgas en la primera página de los periódicos? Ni hablar. Pero, sólo por curiosidad, ¿te importaría responder a algunas preguntas?
—Adelante.
—El primer día, en esta oficina, te dije que evitaras cualquier referencia sobre el congresista Adams y su mujer. ¿Sabías que estabas alquilando su casa?
—Sí, lo sabía.
—¿No te parece lógico que me lo comentaras?
—No tenía por qué. Ya has visto que descarté de las películas que me entregó la senadora todas las fotografías en que aparecían ellos y, por cierto, creo que hice un magnífico trabajo. ¿Has visto el montaje definitivo?
—Sí, está realmente muy bien. Ahora supongamos que me dices los motivos que tú crees que tienen para amenazarte. Cualquiera que supiera cómo funciona este mundillo, sabría que tanto si tú trabajas en él como si no, el programa no se suspendería.
Pat midió cuidadosamente sus palabras.
—Pienso que las amenazas eran sólo eso, amenazas. No creo que nunca nadie quisiera hacerme daño; sólo pretendía asustarme. Alguien tiene alguna razón para temer que este programa salga al aire y pensó que, si yo no lo presentaba, el proyecto quedaría anulado. —Ella se detuvo, y luego, intencionadamente, añadió—: Esa persona no podía saber que yo soy sólo una mujer de paja en una conspiración para conseguir que Abigail Jennings sea vicepresidente.
—¿Insinúas que…?
—No, no insinúo; afirmo. Mira, yo caí en la trampa por haber dejado que se me contratara de una forma tan rápida; por acceder a venir aquí corriendo para hacer el trabajo de tres meses en una semana y por permitir que la trama estuviera ya comida y guisada por la senadora y por ti. Lo único honesto que tendrá este programa son, precisamente, las secuencias que os he hecho aceptar a la fuerza. Es sólo por la publicidad negativa que, sin querer, he hecho a Abigail Jennings, por lo que voy a hacer todo lo que pueda para que este programa sea positivo para ella; pero, te lo advierto, una vez se haya emitido, hay ciertas cosas que pienso investigar.
—¿Cuáles?
—Por ejemplo, el caso de Eleanor Brown, la chica que fue condenada por robar los fondos de la campaña. Hoy la he visto. Estaba a punto de entregarse a la policía. Y mantiene que nunca tocó ese dinero.
—¿Y Eleanor Brown se va a entregar? —interrumpió Luther—. No le hagas demasiado caso. Incumplió su palabra de respetar la libertad condicional; no podrá salir bajo fianza.
—El congresista Kingsley está intentando fijar la fianza.
—Es una equivocación. Ya me ocuparé yo de que permanezca arrestada hasta que el presidente tome su decisión; después de esto ya no tendrá importancia. Tuvo un juicio justo. Trataremos el caso en el programa tal como está escrito en el guión, pero añadiremos el detalle de que, a causa del programa, se entregó. Eso la mantendrá tranquila si pretende causarnos problemas.
Pat sintió que, en cierto modo, había traicionado la confianza que Eleanor había puesto en ella.
—Pero da la casualidad de que yo pienso que esa chica es inocente y, si lo es, lucharé para conseguir un nuevo juicio.
—Es culpable —replicó Luther—. Si no, ¿por qué razón quebrantó su libertad provisional? Probablemente se haya gastado ya los setenta mil dólares y está cansada de huir. No olvides que varios jueces la condenaron unánimemente. Supongo que todavía crees en el sistema jurídico, ¿verdad? Bueno, ¿hay algo más? ¿Sabes alguna otra cosa que pueda perjudicar a la senadora?
Entonces ella le habló de Catherine Graney.
—O sea, que quiere demandar al programa. —Luther no disimulaba su gran satisfacción—. ¿Y te preocupas por eso?
—Si ella empieza a contar lo que sabe acerca del matrimonio Jennings, el hecho mismo de que la suegra de la senadora no le dejara a su muerte ni un centavo…
—Entonces Abigail tendrá el apoyo moral de cualquier mujer americana a la que le haya caído en suerte una suegra detestable y tacaña. Y, por lo que concierne a las buenas relaciones del matrimonio Jennings, será la palabra de esta mujer, Graney, contra la de la senadora y Toby. No olvides que él fue testigo de la última vez que estuvieron juntos. ¿Y qué hay de la carta que me diste, la que la senadora escribió a su marido? Está fechada sólo unos días antes de su muerte.
—Suponemos eso, pero alguien puede advertir que no puso el año.
—Lo puede poner ahora, si es necesario. ¿Algo más?
—Por lo que yo puedo saber, ésos son los dos únicos puntos flacos de la senadora; y estoy dispuesta a darte mi palabra de honor de no tocarlos.
—De acuerdo. —Luther parecía más calmado—. Me llevo un equipo para filmar a la senadora cuando entre en su casa esta noche. Se tomará la escena del final de un día de trabajo.
—¿No quieres que vaya?
—Quiero que estés lo más lejos posible de Abigail Jennings hasta que tenga tiempo de tranquilizarse. ¿Has leído tu contrato con esta emisora detalladamente?
—Creo que sí.
—Entonces sabrás que tenemos el derecho de anularlo a cambio de una indemnización. Francamente, yo no me creo esa historia tan burda de que alguien está intentando que este programa no se lleve a cabo. Pero casi te admiro por haberte convertido en un personaje famoso en Washington; aunque lo hayas conseguido a base de poner en juego el buen nombre de una mujer que ha dedicado toda su vida a servir a los contribuyentes.
—¿Has leído tú mi contrato? —preguntó Pat.
—Yo mismo lo escribí.
—Entonces, sabrás que me diste el control creativo de los proyectos que se me asignaron. ¿Crees que has cumplido con las condiciones del contrato esta última semana? —Pat abrió la puerta del despacho de Luther, con la intención de que todos los que estaban en el estudio los oyeran.
Las últimas palabras de Luther resonaron en toda la sala:
—La semana próxima, las condiciones de tu contrato serán papel mojado.
Fue una de las pocas veces en su vida que Pat dio un portazo.
Quince minutos después daba su nombre al conserje del edificio de apartamentos donde vivía Sam.
Él la estaba esperando en el rellano cuando el ascensor se detuvo en la planta.
—Pat, pareces furiosa —le dijo.
—Es que lo estoy —respondió con expresión de cansancio. Él llevaba el mismo jersey de la noche anterior. Ella volvió a observar, con una punzada de dolor, que éste hacía resaltar el azul de sus ojos. La cogió del brazo y anduvieron juntos por todo el largo pasillo.
Al llegar al apartamento, se sorprendió al ver la decoración. Un mobiliario frío, de color gris oscuro, estaba dispuesto en el centro de la habitación. De las paredes colgaban algunas buenas litografías y unos pocos cuadros de conocidas y prestigiosas firmas. La moqueta cubría toda la estancia y hacía una espiga combinada de grises, blancos y negros.
Ella esperaba, sin ninguna razón concreta, que el hogar de Sam fuera un poco más tradicional; por ejemplo, que tuviera un butacón de orejas, sillas cómodas y muebles antiguos. Una alfombra oriental sobre la moqueta habría dado un toque distinguido al conjunto. Cuando le preguntó qué le parecía su apartamento, ella se lo dijo. Sam parpadeó.
—No tienes pelos en la lengua, ¿verdad? Te doy la razón. Quería hacer un cambio drástico y definitivo, y me excedí. Estoy de acuerdo; esto parece el vestíbulo de un hotel.
—Entonces, ¿por qué te has quedado aquí? Hay otros mil sitios estupendos.
—El apartamento no está mal —dijo Sam tranquilamente—. Es sólo el mobiliario lo que no me acaba de gustar. Me deshice de todo lo viejo, pero no supe combinar lo nuevo.
Era una frase inintencionada que, de repente, cobró demasiado significado.
—¿No tendrías un whisky para ofrecer a una dama cansada? —preguntó.
—Desde luego que sí —respondió aproximándose al mueble bar.
—Pon mucha soda, un cubito de hielo y una rodaja de limón, si es posible, pero da lo mismo si no tienes limón.
Él sonrió.
—No te preocupes que no estoy tan anticuado.
—Anticuado quizá no, pero guardas las formas. —Él mezcló las bebidas y las puso sobre la mesita—. Siéntate y deja de meterte conmigo. ¿Cómo te fue en el estudio?
—La próxima semana estaré seguramente sin trabajo. ¿Sabes?, Luther está convencido de que yo provoco todo esto para hacerme publicidad, y admira mis narices por intentarlo.
—Creo que Abigail tiene una opinión muy parecida sobre ti.
Pat levantó una ceja.
—Estoy segura de que serías el primero en saberlo. Sam, yo no esperaba llamarte tan pronto, después de lo que ocurrió anoche. Me habría gustado que pasaran al menos tres meses para dar tiempo a que se enfriaran mis sentimientos hacia ti antes de encontrarnos de nuevo como amigos desinteresados; pero necesito ayuda, y, por razones obvias, no se la puedo pedir a Luther Pelham. De modo que me temo que te toca dármela.
—No es exactamente la razón por la que me gusta que me llames, pero me alegra serte útil.
Sam parecía hoy distinto, como si aquella vaga e inconcreta decisión hubiera desaparecido.
—Sam, hubo algo más en esa intrusión de mi casa. —Y con la mayor calma que pudo, le explicó lo de la muñeca Raggedy Ann—. Y ahora la muñeca ha desaparecido.
—¿Me estás diciendo que alguien ha vuelto a entrar en tu casa sin que te hayas dado cuenta?
—Sí.
—Entonces, no vas a pasar ni un minuto más en ella.
—Ésa no es la solución, Sam. En cierta manera, el hecho de que la muñeca haya desaparecido es un buen indicio. Yo no creo que quienquiera que me haya estado amenazando desee realmente hacerme daño, pues, en ese caso, ya lo habría hecho. Lo único que tiene es miedo de las consecuencias que le pueda acarrear el programa. Y tengo sospechas de quién puede ser. —Rápidamente le explicó su análisis del caso de Eleanor Brown—. Si Eleanor no mintió, el que mintió fue Toby, y si Toby mentía, la senadora lo encubrió, aunque te parezca increíble. Pero supón que estuviera implicada otra persona que pudiera imitar la voz de Toby; alguien que sabía dónde estaba el trastero de Eleanor y escondió allí el dinero para hacerla parecer culpable.
—¿Cómo explicas lo de la muñeca y las amenazas?
—Creo que es alguien que me conoció cuando yo era pequeña y que quizá me haya reconocido. Esa persona intenta asustarme para boicotear el programa. ¿Qué conclusión sacas de esto, Sam? Toby me conoció cuando yo era pequeña y ahora se muestra sumamente hostil conmigo. Al principio, pensé que era por culpa de la senadora y toda esa mala prensa; pero el otro día estuvo mirando atentamente la biblioteca, como si intentara recordar algo; y cuando se fue, volvió a entrar sin que yo lo supiera. Pero no se dio cuenta que yo había ido detrás de él para echar el cerrojo. Intentó hacerme creer que sólo estaba comprobando la cerradura, ya que cualquiera podía entrar y me dijo que yo debía tener más cuidado. Desde entonces, hay algo en este hombre que me da miedo. Sam, ¿podrías comprobar su historial y ver si alguna vez ha estado metido en algún lío importante?
—Si puedo, lo haré. A mí tampoco me ha gustado nunca este tipo.
Él se le acercó por detrás y le rodeó la cintura con sus brazos; instintivamente ella se apoyó contra él.
—Te he echado de menos, Pat.
—¿Desde ayer por la noche?
—No, desde hace dos años.
—No me tomes el pelo. —Por un momento, ella se abandonó a la profunda dicha de estar tan próxima a él; entonces se dio la vuelta y le miró cara a cara—. Sam, unas migajas de cariño no son lo que necesito. Así que…
Sus brazos la apretaban con firmeza. Sus labios ya no eran inseguros.
—No son unas migajas.
Durante largo tiempo permanecieron en pie; sus siluetas se recostaban en la ventana, iluminada por los destellos rojizos del crepúsculo que se reflejaban en el Potomac. Luego Pat dio un paso atrás y Sam no se lo impidió. Se miraron el uno al otro.
—Pat —dijo él—, todo lo que dijiste la otra noche era verdad excepto una cosa. No hay absolutamente nada entre Abigail y yo. ¿Me concedes un poco de tiempo para volver a encontrarme a mí mismo? Hasta que te volví a ver esta semana, no supe que había estado viviendo como un zombi.
Ella intentó sonreír.
—Me parece que te olvidas de que yo también necesito algo de tiempo. El sendero de los recuerdos no es tan fácil de recorrer como yo esperaba.
—¿Crees que estás sacando algo en claro de lo que ocurrió?
—Claro que sí; pero no es demasiado agradable. Empiezo a creer que pudo ser mi madre la que enloqueció aquella noche, y, en cierto modo, es más duro para mí.
—¿Por qué piensas eso?
—Lo importante no es que piense eso, sino la causa por la que ella disparó. Es lo único que me interesa ahora. Bueno, sólo un día más y «La vida y obras de Abigail Jennings» serán expuestas al mundo. En ese mismo momento, yo empezaré a investigar seriamente por mi cuenta. Lo único que me gustaría es que no me hubieran obligado a hacer las cosas con tanta prisa. Sam, hay demasiados detalles que no encajan; y no me importa nada lo que piense Luther Pelham. La secuencia del avión va a salpicar a Abigail en pleno rostro. Catherine Graney no bromea.
Rechazó su invitación para cenar.
—No, gracias, ha sido un día muy cargado. Esta mañana me he levantado a las cuatro para ir al despacho de la senadora, y mañana tenemos que acabar de grabar. Me haré un bocadillo y a las nueve estaré en la cama.
Al llegar a la puerta, él la detuvo:
—Cuando yo tenga setenta años, tú tendrás cuarenta y nueve.
—Cuando tú tengas ciento tres, yo tendré ochenta y dos. Preocúpate de seguir la pista a Toby, en cuanto sepas algo de lo de Eleanor Brown, dímelo.
—Por supuesto.
En cuanto Pat se fue, Sam llamó a Jack Carlson y le explicó rápidamente lo que Pat le había confiado. Jack silbó.
—¿Quieres decir que ese tipo ha vuelto? Sam, ahora estoy seguro que se trata de un lunático. Claro que podremos averiguar algo sobre ese Toby, pero hazme el favor de conseguirme una muestra de su escritura.