—Abby, podría haber sido más grave. —En los cuarenta años que la conocía, era sólo la tercera vez que la rodeaba con sus brazos. Ella lloraba, indefensa.
—¿Por qué no me dijiste que vivía en esa casa?
—No había ninguna razón.
Estaba en el salón de Abigail, y él le había enseñado el artículo nada más llegar, intentando calmarla ante la inevitable explosión de rabia y llanto.
—Abby, mañana este periódico estará forrando cubos de basura.
—¡Yo no quiero forrar cubos de basura! —gritó ella.
Él le sirvió un whisky y se lo hizo beber.
—Vamos, senadora, anímate. A lo mejor hay un fotógrafo escondido entre los arbustos.
—Cállate, tonto de mierda. —Pero la sugerencia había sido suficiente para hacerla reaccionar; y después de la bebida, ella empezó a llorar de nuevo—. Toby, esto parece aquel horrible escándalo de los peniques que apareció en todos los periódicos, y esa foto Toby, esa foto. —Y esta vez no se refería a la de ella con Francey.
La rodeó con sus brazos, acariciando torpemente su espalda, y de repente se dio cuenta, con el hábito que produce un largo sufrimiento aceptado, de que, para ella, él no era más que un asidero donde agarrarse cuando todo le fallaba.
—¡Si alguien estudia con atención estas fotos! Toby, mira ésta.
—Nadie se va tomar esa molestia.
—Toby, esa chica, esa Pat Traymore. ¿Cómo consiguió alquilar la casa? Es imposible que sea una coincidencia.
—Ha sido alquilada a doce inquilinos en los últimos veinticuatro años. Ella es sólo uno más.
Toby intentó hablar con voz firme, él no creía en eso; pero, por otra parte, Phil todavía no había podido descubrir los detalles de ese alquiler.
—Senadora, el asunto está en saber quién amenazó a Pat Traymore.
—Toby, ¿cómo sabemos que existieron esas amenazas? ¿Cómo sabemos que esto no es algo calculado para perjudicarme?
Él se quedó tan sorprendido que dio un paso atrás. Automáticamente, ella se apartó, y se quedaron mirándose.
—Por Dios, Abby, ¿tú crees que ella urdió todo esto?
El timbre del teléfono les sobresaltó. Él la miró.
—¿Quieres que yo…?
—Sí. —Abby se llevó las manos al rostro—. Me importa un cuerno quien llame; no estoy en casa.
—Residencia de la senadora Jennings. —Toby puso voz de mayordomo—. ¿Puedo tomar el recado? Ahora no se puede poner. —Le guiñó el ojo a Abby y fue recompensado con el esbozo de una sonrisa—. El presidente… Oh, un segundo, señor. —Puso su mano sobre el auricular—. Abby, es el presidente…
—Toby, no te atrevas…
—¡Abby, por el amor de Dios, es el presidente!
Llevándose las manos a los labios, ella se acercó y cogió el auricular.
—Si esto es una de tus bromas… —dijo y contestó—. Abigail Jennings.
Toby vio cómo su rostro cambiaba de expresión.
—Señor presidente. Lo siento mucho, lo siento, algún artículo… Por eso yo dije que… Lo siento, sí señor, desde luego, sí, estaré en la Casa Blanca mañana por la noche, a las ocho y media, naturalmente. Sí, hemos estado muy ocupados con este programa. Francamente, no me siento cómoda siendo el tema central de todo esto… Qué amable de su parte. Señor, quiere usted decir… Simplemente, no sé qué decir, claro, lo entiendo. Gracias, señor.
Colgó el auricular y miró atónita a Toby.
—No se lo debo decir a nadie; pero tiene previsto anunciar mi nombramiento mañana por la noche después del programa. Dice que no es mala idea el hecho de que todo el país me conozca un poco más y se rió de la portada del Mirror, dice que su madre también era muy gorda, pero que yo soy mucho más guapa ahora que cuando tenía diecisiete años. Toby, ¡voy a ser vicepresidenta de Estados Unidos!
Se puso a reír histéricamente y lo abrazó.
—Abby, ¡lo conseguiste! —dijo él levantándola por los aires.
Un instante después, su cara cambió y se puso tensa.
—Toby, no puede ocurrir nada, absolutamente nada que pueda estropear esto…
Toby la depositó en el suelo y le cogió las manos.
—Abby, yo te juro que no sucederá nada que te pueda arrebatar el cargo.
Ella reía y lloraba al mismo tiempo.
—Estoy un poco mareada. Tú y ese maldito whisky, ya sabes que no puedo beber sin que se me suba a la cabeza. ¡Vicepresidenta!
Él tuvo que calmarla. Con voz animosa, le dijo:
—Luego, nos iremos a dar un paseo en coche y pasaremos por delante de tu nueva casa. Por fin vas a vivir en una gran mansión. Abby, tus nuevas señas serán en la avenida Massachusetts.
—Cállate y hazme una taza de té. Me voy a dar una ducha a ver si me calmo. ¡Vicepresidenta, Dios mío! ¡Dios mío!
Toby conectó la tetera y a continuación, sin ponerse el abrigo, salió de la casa y abrió el buzón del correo. Encontró la habitual colección de cartas inútiles, cupones y publicidad «Puede usted ganar dos millones de dólares»… El noventa y nueve por ciento del correo personal de Abby se recibía en la oficina.
Entonces lo vio. Era un sobre azul con la dirección escrita a mano, y estaba dirigido personalmente a Abby. Miró la parte superior izquierda y palideció.
La carta era de Catherine Graney.