Pat cruzó rápidamente la ciudad hasta el restaurante Lotus Inde de la avenida Wisconsin. Buscaba desesperadamente la forma de convencer a Eleanor Brown de que no se entregara todavía. Estaba segura de que había alguna manera de que la escuchara y entrara en razón.
Había intentado encontrar a Sam; pero, después de cinco llamadas, colgó el teléfono y salió corriendo. Ahora, mientras entraba rápidamente en el restaurante, se preguntó si reconocería a la chica, a la que sólo había visto en una foto de colegiala. ¿Usaría su verdadero nombre? Probablemente no.
La recepcionista la saludó.
—¿Es usted la señorita Traymore?
—Sí, soy yo.
—La señorita Brown la está esperando.
Se encontraba sentada a una mesa de la parte trasera, dando pequeños sorbos a una copa de chablis. Pat se acomodó en la silla frente a ella, e intentó hallar las palabras adecuadas. Eleanor Brown no había cambiado mucho desde la foto del colegio. Se la veía mayor, pero ya no tenía aquella exagerada delgadez, y era más guapa de lo que Pat esperaba. No había confusión posible.
Hablaba dulcemente.
—¿Señorita Traymore? Gracias por venir.
—Eleanor, por favor, escúcheme. Le podemos conseguir un abogado. Puede estar bajo fianza mientras planeamos algo. Usted estaba hundida por una depresión cuando faltó a la libertad bajo palabra. Hay tantos atenuantes que un buen abogado puede usar en su defensa. Atenuantes.
El camarero llegó con un aperitivo con gambas.
—Eso me gusta tanto que soñaba con ello —dijo Eleanor—. ¿Quiere tomar algo?
—No, nada, Eleanor. ¿Ha entendido lo que he dicho?
—Sí —respondió mientras introducía una gamba en la salsa dulce—. ¡Oh, qué bueno!
Su rostro estaba pálido pero tenía expresión resuelta.
—Señorita Traymore, espero que se me vuelva a conceder la libertad provisional; pero, si no lo hacen, sé que ahora estoy lo bastante fuerte como para resistir la condena que me pongan. Soy capaz de dormir en una celda, llevar un uniforme penitenciario y comer esa bazofia que ellos llaman comida; y, además, arreglármelas con las abusonas y soportar el aburrimiento. Cuando salga, ya no me tendré que esconder, ni pasarme el resto de mi vida intentando demostrar mi inocencia.
—Eleanor, ¿no fue encontrado el dinero en su poder?
—Señorita Traymore, la mitad de la gente de la oficina conocía ese trastero. Cuando me cambié de apartamento, seis u ocho personas de allí me ayudaron, incluso lo celebramos, y los muebles que no pensaba usar fueron llevados al cuarto de abajo. Una parte del dinero fue encontrada allí, pero setenta mil dólares fueron al bolsillo de alguien.
—Eleanor, tú afirmas que Toby te telefoneó, y él lo niega. ¿No te pareció extraño que te pidiera ir a la oficina de la campaña un domingo?
Eleanor jugueteaba con el arroz.
—No, verá, la senadora estaba haciendo campaña para su reelección, gran parte del correo se enviaba desde la oficina de la campaña y ella solía presentarse y ayudar sólo para que los voluntarios se sintieran importantes. Cuando lo hacía, se quitaba su gran anillo de brillantes. Le estaba un poco grande y ella era algo descuidada con él. Varias veces lo olvidó.
—¿Y Toby, o alguien de voz parecida, te dijo que la senadora lo había perdido u olvidado?
—Sí. Yo sabía que ella había estado en la oficina de la campaña el sábado ayudando a enviar el correo. Me pareció muy posible que se le hubiera podido olvidar otra vez y que uno de los ayudantes más antiguos lo guardara en la caja fuerte.
—Creo que Toby estaba llevando en coche a la senadora en el momento en que se hizo la llamada.
—La voz se oía lejana y quien fuera el que me llamara no dijo demasiado. Fue algo así como: «Comprueba si el anillo de la senadora está en la caja fuerte de la campaña y házselo saber». Aquello me contrarió porque quería ir a Richmond a dibujar, e incluso dije algo como: «Probablemente lo encuentre bajo sus narices». Quien llamó se rió y colgó. Si Abigail Jennings no hubiera hablado tanto de la segunda oportunidad que me había dado, llamándome ladrona convicta, seguramente me habrían concedido, al menos, el beneficio de la duda. He perdido once años de mi vida por algo que no hice, y no voy a perder un día más. —Se levantó y dejó dinero sobre la mesa—. Con eso debe bastar. —Después se inclinó, recogió su maletín y se detuvo—. ¿Sabe lo que me resulta más duro ahora? Estar faltando a una promesa que di al hombre con quien he estado viviendo estos últimos años y que ha sido muy bueno conmigo. Me pidió que no me entregara todavía a la policía. Ojalá pudiera explicárselo, pero no sé dónde está.
—¿Quieres que yo le llame? ¿Cuál es su nombre?, ¿dónde trabaja?
—Su nombre es Arthur Stevens; creo que tiene algún problema con su trabajo, por lo que no estará allí. No hay nada que usted pueda hacer. Espero que su programa sea un éxito, señorita Traymore. Me afectó mucho cuando leí que se iba a realizar. Sabía que bastaría una fotografía mía en la pantalla para que yo estuviera en la cárcel al cabo de veinticuatro horas. Pero, gracias a ello, me di cuenta de lo cansada que estoy de huir continuamente. En cierto modo, me dio la fuerza necesaria para afrontar mi vuelta a la cárcel y así poder ser algún día realmente libre. Papá, quiero decir Arthur Stevens, no podría nunca aceptar esa idea. Y, ahora, es mejor que me vaya antes de que me arrepienta.
Sin poder hacer nada, Pat miró cómo se alejaba. En el mismo momento en que Eleanor salía del restaurante, dos hombres que estaban sentados a la mesa del rincón se levantaron y la siguieron.