Después de la llamada de Luther, Pat se levantó, hizo café y empezó a planificar el montaje del programa. Había decidido hacer dos versiones distintas para el documental; una de ellas empezaba con unas secuencias de los primeros años de vida de Abigail en Apple Junction y la otra en la recepción el día de su boda. Cuanto más pensaba en ello más se convencía de que Luther tenía razón al enfadarse. Abigail tenía ya suficiente aprensión al programa sin necesidad de que apareciera esta desagradable publicidad. «Por lo menos tuve la idea de esconder la muñeca», pensó.
Hacia las nueve se encontraba en la biblioteca pasando el resto de las películas. Luther ya le había mandando algunas secuencias montadas sobre el caso de Eleanor Brown, que mostraba a Abigail saliendo del Palacio de Justicia después de que se la declarara culpable. Éstas eran sus tristes declaraciones:
»—Éste es un día muy doloroso para mí. Sólo espero que Eleanor sea ahora lo suficientemente honesta como para decir dónde escondió el dinero. Podía haber servido para los fondos de mi campaña, pero lo más importante era que se trataba de donaciones de gente que cree en los ideales que yo represento».
Un periodista le preguntó:
»—Entonces, senadora, ¿no hay nada de verdad en la declaración de Eleanor cuando dijo que su chófer la llamó por teléfono pidiéndole que buscase el anillo de brillantes de usted, que se encontraba en la caja fuerte del despacho electoral?
»—Mi chófer me conducía aquella misma mañana a un mitin en Richmond y el anillo lo llevaba puesto en mi dedo».
En las escenas siguientes aparecía una fotografía de Eleanor Brown, que mostraba con claridad todos sus rasgos, su cara pequeña y descolorida, su boca tímida y sus ojos asustadizos.
La película finalizaba con una secuencia donde se veía a Abigail dirigiéndose a los estudiantes de una universidad. El tema sobre el que versaba la conferencia era «Funciones públicas». Su tesis se basaba en la responsabilidad absoluta de un legislador de mantener a su personal y equipo electoral por encima de toda sospecha. Había otra secuencia, que ya había sido montada por Luther, que era una recopilación de varias audiencias de la senadora sobre la seguridad en el vuelo, con extractos de discursos donde exigía reglamentos más rigurosos. A menudo se refería al hecho de que era viuda porque su marido tuvo la desgracia de arriesgar su vida yendo con un piloto inexperto y en un avión mal equipado.
Al final de cada una de estas secuencias Luther había anotado: «Dos minutos de discusión entre la senadora J. y Pat sobre este tema».
Pat se mordió los labios.
Aquellas dos secuencias no tenían nada que ver con su idea de lo que debía ser la emisión. ¿Qué ha sido de mi autoridad sobre este programa?, se preguntó. Todo está sucediendo demasiado deprisa y este documental se va a convertir en una chapuza.
El teléfono sonó cuando empezaba a leer las cartas que algunos electores habían escrito a Abigail. Era Sam.
—Pat, he leído lo que ha sucedido, he mirado si había algún piso libre en mi edificio. —Sam vivía en un piso de las torres de Watergate—. Hay algunos pisos en alquiler disponibles. Quiero que cojas uno para este mes, hasta que apresen a ese sujeto.
—Sam, no puedo. Ya conoces las presiones a las que estoy sometida en estos momentos. Va a venir un cerrajero y la policía mandará un guardia para que vigile mi casa. Tengo todo el material de trabajo aquí. —Intentó cambiar de tema—. El único problema que tengo en estos momentos es qué me voy a poner para la cena de la Casa Blanca.
—Siempre estás guapísima. Abigail también estará allí. Me encontré con ella esta mañana.
Poco tiempo después, la senadora llamó para expresar su estupefacción ante lo ocurrido, y enseguida fue al grano.
—Desafortunadamente, la insinuación de que te han amenazado por causa de este programa nos lleva a toda clase de especulaciones. Es preciso echar tierra sobre este asunto. Claro que, una vez se airee y se divulgue, las amenazas desaparecerán, aunque provengan de un maniático.
»¿Has visto las películas que te mandé?
—Sí, las he visto —contestó Pat—. Son muy interesantes. He tomado algunas notas, pero me gustaría disponer de Toby por un tiempo. Hay algunas imágenes de las que necesito saber los nombres de los que aparecen y su procedencia.
Acordaron que Toby acudiría a casa de Pat antes de una hora. Cuando colgó el auricular, tuvo la sensación de que se había convertido en un molesto estorbo para Abigail Jennings.
Toby llegó a los tres cuartos de hora. Su rostro acartonado estaba iluminado por la sonrisa.
—Me habría gustado estar aquí cuando ese individuo entró en su casa —le dijo—. Le habría hecho picadillo.
—Estoy segura de que sí.
Toby se sentó a la mesa de la biblioteca, mientras ella ponía en marcha el proyector.
—Éste es el viejo congresista Porter Jennings —comentó Toby—. Fue él quien dijo que no pensaba retirarse si no era Willard el que ocupara su puesto. Ya sabe usted lo que es la aristocracia de Virginia; se creen que el mundo es suyo. Pero tengo que reconocer que se enfrentó a su cuñada cuando apoyó a Abigail en su idea de suceder a Willard. La madre de Willard, aquella vieja bruja, puso un sinfín de impedimentos para evitar que Abigail accediera al Congreso. Y, entre nosotros, Abigail fue mucho mejor congresista que Willard. Él no era lo bastante agresivo. ¿Entiende lo que le quiero decir?
Mientras esperaba a Toby, Pat había estado mirando los recortes de periódicos sobre el caso de Eleanor Brown. Todo el asunto parecía demasiado sencillo. Eleanor decía que Toby la había llamado y le había dicho que se dirigiera a la oficina electoral. De todo el dinero sustraído, sólo cinco mil dólares aparecieron en el trastero del sótano del edificio donde vivía.
—¿Cómo quería usted que Eleanor Brown pudiera convencer a los jueces con una historia tan poco creíble como ésta? —preguntó Pat.
Toby se inclinó hacia atrás, apoyándose en la silla de cuero y cruzando sus gruesas piernas. Se encogió de hombros. Pat se fijó en el puro que llevaba en el bolsillo de la camisa. Haciendo de tripas corazón, le instó a fumar. Su rostro, radiante de alegría, se convirtió en una pura arruga.
—Muchas gracias, la senadora no soporta el olor del puro. No me atrevo ni siquiera a dar una chupada en el coche, aunque tenga que quedarme horas esperándola.
Encendió el puro y empezó a fumar agradecido.
—Hablando de Eleanor Brown… —sugirió Pat, dejando reposar los codos sobre las rodillas, y apoyando la barbilla en las manos.
—Yo me imagino que la historia fue así —se confió Toby—. Eleanor pensó que no echaríamos en falta el dinero hasta mucho tiempo después. Ahora la ley es mucho más severa a este respecto, pero entonces se podía dejar una gran suma de dinero en la caja fuerte de la oficina electoral, durante un par de semanas o más.
—Pero ¿setenta mil dólares en efectivo?
—Señorita Traymore, Pat, tiene que comprender el número de firmas que contribuyen con sus fondos a las campañas políticas de los partidos. Quieren sentirse seguros de que están apostando por el ganador. Ahora, por supuesto, no es posible entregar dinero en efectivo a los senadores en su despacho. Está fuera de la ley. Por lo tanto, lo que hace la persona interesada es visitar al senador o a la senadora, haciéndole saber que tiene la intención de entregar una donación para servir a la patria. Seguidamente se da un paseo con el ayudante del senador por los jardines del Capitolio y allí le entrega el dinero. El senador nunca llega a ver ese dinero, pero sabe de su existencia. Este se invierte inmediatamente, con los otros fondos de la campaña; pero al ser dinero en efectivo, siempre será mucho más discreto, en caso de que el partido rival gane las elecciones. ¿Comprende lo que quiero decir con esto?
—Ya lo entiendo.
—No me interprete mal. Está dentro de la ley. Pero Phil había recibido unas cuantas donaciones muy generosas para la campaña y, naturalmente, Eleanor estaba al corriente de ello. A lo mejor tenía un amigo que quería efectuar una operación espectacular en la Bolsa, y sólo cogió el dinero prestado. Después, cuando advirtieron tan rápidamente su desaparición, tuvo que inventarse un pretexto cualquiera.
—No tengo la impresión de que sea tan complicada —observó Pat, mientras pensaba en la vieja fotografía de colegio que estaba en el álbum.
—Bueno, como dijo el fiscal, «no te fíes de las aguas mansas». Siento darle prisa, Pat, pero la senadora va a necesitar mis servicios dentro de unos instantes.
—Tengo sólo una o dos preguntas más que hacerle.
Sonó el teléfono.
—Es sólo un momento.
Pat cogió el teléfono.
—¿Diga?
—¿Cómo está, querida?
Pat reconoció aquella voz culta y afectada.
—Hola, señor Saunders.
Recordó demasiado tarde que Toby conocía a Jeremy Saunders. El chófer se sobresaltó. ¿Llegaría a asociar el nombre de Saunders con el de Jeremy Saunders que conoció en Apple Junction?
—Intenté localizarla ayer por la tarde, a última hora. Llamé varias veces. —La voz de Saunders vibró. Esta vez no se encontraba borracho. Estaba segura de ello.
—¿Por qué no dejó su nombre?
—Los mensajes grabados pueden ser escuchados por cualquiera. ¿Está de acuerdo conmigo?
—Espere un momento, por favor.
Pat miró a Toby. Estaba fumando el puro con aire pensativo, y parecía mostrarse indiferente ante la llamada. Seguramente, no habría asociado el nombre de Saunders con el de un hombre al que hacía treinta y cinco años que no había visto.
—Toby, es una llamada privada. ¿Le importaría si…?
Toby se levantó rápidamente antes de que ella pudiera terminar la frase.
—¿Quiere que espere fuera?
—No, Toby. Tan sólo cuelgue cuando yo llegue a la cocina.
Pronunció deliberadamente el nombre de Toby, para que Jeremy lo escuchara y no empezara a hablar hasta que estuviera seguro de que era Pat la que estaba en el aparato. Toby cogió el auricular aparentando indiferencia, pero en su fuero interno estaba seguro de que era Jeremy Saunders.
¿Por qué habría llamado a Pat Traymore? ¿Qué relación existía entre ellos? Si Abigail se entera se pondrá furiosa. Una respiración ahogada le llegó a través del auricular. «Este falso apestoso —pensó—. ¡Pobre de él si intenta difamar a Abby! ». Se oyó la voz de Pat.
—Toby, ¿le importaría colgar el auricular?
—No faltaba más, Pat —dijo en tono forzadamente cordial, y colgó el auricular de golpe, no atreviéndose a descolgarlo de nuevo.
—Toby —dijo Jeremy Saunders con voz incrédula—. No me diga que está usted intimando con Toby Gorgone.
—Me está ayudando a desentrañar los pormenores de la vida de Abigail, para el programa —replicó Pat, bajando el tono de la voz.
—Claro, él ha seguido, paso a paso, la vida de nuestra gran política, ¿verdad? Pat, quería llamarla porque creo que la combinación de vodka y su maravillosa simpatía me llevaron a ser indiscreto. Por favor, tengo mucho interés en que nuestra conversación quede sólo entre nosotros. A mi mujer y a mi hija no les gustaría ver mi sórdida relación, ya pasada, con Abigail, divulgada a los cuatro vientos, en la televisión.
—No tengo intención de citar nada de lo que me dijo —replicó Pat—. El Mirror podría estar interesado en su vida privada, pero le aseguro que yo no.
—Muy bien, me siento mucho más tranquilo. —La voz de Saunders se volvió amistosa—. Me encontré con Edwin Shepherd, en el club. Me dijo que le entregó una copia de una página del periódico donde aparecía Abby como reina de belleza. Ya me había olvidado; espero que no se le olvide mostrar la fotografía en la que aparece como Miss Apple Junction, con su adorable madre. ¡Esa imagen sí que vale más que mil palabras!
—Pues me temo que no —contestó Pat fríamente. La presunción de Saunders le hizo perder el interés por la conversación—. Lo siento, pero tengo que volver a mi trabajo, señor Saunders.
Colgó el auricular y regresó a la biblioteca. Toby seguía sentado en la silla donde Pat le dejó, pero había algo distinto en él; su actitud cordial había desaparecido. Parecía inmerso en sus pensamientos y se fue casi inmediatamente.
Pat abrió enseguida la ventana, de par en par, para ahuyentar aquel olor a puro; pero el olor permanecía en la habitación. Notó que se sentía de nuevo muy intranquila e insegura, y que se sobresaltaba al menor ruido.
*****
De regreso al despacho, Toby fue directamente a ver a Philip.
—¿Cómo va todo?
Philip levantó los ojos al cielo.
—La senadora está indignada con esta historia. Se ha peleado injustamente con Luther Pelham por inducirla a realizar este programa. Si no se hubiera anunciado ya a los medios de comunicación, renunciaría inmediatamente a llevarlo a cabo. ¿Cómo te ha ido con Pat Traymore?
Toby todavía no estaba preparado para hablar de Apple Junction, pero le pidió a Philip que se enterara de qué forma se alquiló la casa de los Adams, pues era algo que le preocupaba.
Llamó a la puerta del despacho de Abigail. Parecía tranquila, demasiado tranquila, pensó Toby. Eso significaba que estaba preocupada. Tenía el periódico de la tarde sobre la mesa.
—Mira esto —dijo a Toby.
Era la columna de una famosa cronista social; en ella se leía:
Se rumorea que en el Capitolio se hacen apuestas sobre la identidad de la persona que ha amenazado la vida de Patricia Traymore, si sigue en su postura de realizar el programa sobre la senadora Jennings.
Parece ser que las opiniones están muy divididas, y que cada uno apoya a un candidato diferente. La guapísima senadora por Virginia tiene fama, entre sus colegas, de ser una puntillosa perfeccionista.
De pronto, la cara de Abigail Jennings se transformó e, invadida por una furia salvaje, arrugó con rabia el periódico y lo lanzó a la papelera.