Rememoro los acontecimientos con frecuencia y pienso en lo cerca que estuve de compartir el terrible destino de mi hermana. Desde el momento en que salí del hostal, papá y Teddy me habían seguido desde lejos. Habían visto lo que creyeron una furgoneta de la policía detrás de mí y supusieron que al final había solicitado protección.
Sin embargo, me perdieron de vista cuando me desvié de la autovía y papá llamó a la policía de Phillipstown para asegurarse de que la furgoneta me escoltaba.
Fue entonces cuando averiguó que yo carecía de escolta oficial. La policía dijo a papá que seguramente me había desviado sin querer y prometieron actuar al instante.
Papá me dijo que, cuando dobló la curva, el conductor de la furgoneta de Westerfield se dio a la fuga. Estuvo a punto de seguirle, pero entonces Teddy vio mi coche siniestrado. Teddy, el hermano que nunca habría nacido si Andrea hubiera vivido, salvó mi vida. Reflexiono a menudo sobre esa ironía.
El impacto del coche de papá contra Rob Westerfield le rompió las dos piernas, pero se curaron a tiempo para que entrara por su propio pie en la sala del tribunal, donde sería juzgado por dos causas diferentes.
El fiscal del distrito del condado de Westchester reabrió de inmediato la investigación de la muerte de Phil. Consiguió una orden de registro del nuevo piso de Rob y descubrió su colección de trofeos, recuerdos de sus inmundos crímenes. Dios sabe dónde los habría guardado mientras estaba en la cárcel.
Rob tenía un álbum en el que guardaba recortes de periódicos sobre Andrea y Phil, desde el momento en que sus cadáveres fueron encontrados. Los recortes estaban colocados en orden cronológico; a su lado había fotografías de Andrea y Phil, fotografías del lugar del crimen, de los entierros y de las demás personas víctimas de las tragedias, entre ellas Paulie Stroebel y Dan Mayotte.
Rob había escrito comentarios en cada página, comentarios sarcásticos y crueles sobre sus actos y la gente a la que perjudicaba. Había una foto de Dan Mayotte en el estrado de los testigos, jurando que un chico llamado Jim de pelo rubio oscuro había estado flirteando con Phil en el vestíbulo de un cine. Al lado, Rob había escrito: «Sabía que estaba loca por mí. Jim seduce a todas las chicas».
Rob se había puesto la peluca rubia cuando me persiguió, pero la prueba más reveladora de su culpabilidad en la muerte de Phil era que había guardado el medallón. Estaba pegado a la última página del álbum. El epígrafe rezaba: «Gracias, Phil. A Andrea le encantaba».
El fiscal del distrito solicitó al juez del tribunal penal que revocara la condena de Dan Mayotte y fijara la fecha de un juicio diferente: El pueblo contra Robson Westerfield. La acusación era de asesinato.
Vi el medallón exhibido en el juicio y mi mente se retrotrajo a la última noche en la habitación de Andrea, cuando anegada en lágrimas lo había ceñido alrededor de su cuello.
Papá estuvo sentado a mi lado en la sala y cerró su mano sobre la mía.
—Siempre estuviste en lo cierto respecto al medallón, Ellie —susurró.
Sí, en efecto, y por fin he hecho las paces con el hecho de que, porque la vi ponérselo y creí que había ido al escondite para encontrarse con Rob, no se lo dije de inmediato a mis padres cuando desapareció. Puede que ya hubiera sido demasiado tarde para salvarla, pero ha llegado el momento de rechazar la posibilidad de que tal vez no hubiera sido demasiado tarde y sacarme ese peso de encima de una vez por todas.
Robson Westerfield fue condenado por el asesinato de Amy Phyllis Rayburn.
En el segundo juicio, Rob y su conductor fueron condenados por mi intento de asesinato.
Las condenas de Rob Westerfield son consecutivas. Si vive 113 años más, podrá solicitar la libertad condicional. Cuando le sacaban de la sala, después de la segunda sentencia, se detuvo un momento a ver si su reloj marcaba la misma hora que el de la sala. Después, la ajustó.
No te molestes, dije para mis adentros. Para ti, el tiempo ya no tiene sentido.
Will Nebels, enfrentado a la evidencia de la culpabilidad de Westerfield, admitió que Hamilton le había abordado y sobornado para mentir y declarar que había visto a Paulie entrar en el garaje aquella noche. William Hamilton, expulsado del colegio de abogados, cumple actualmente su condena.
Aceleraron la publicación de mi libro para que saliera en primavera y se vendió muy bien. El otro libro, la versión edulcorada de la triste vida de Rob Westerfield, fue retirado. Pete me presentó a los ejecutivos de Packard Cable y me ofrecieron un empleo de reportera de investigación. Me pareció una buena oportunidad. Algunas cosas nunca cambian. Me refiero a Pete.
Pero así está bien. Nos casamos hace tres meses en la capilla de San Cristóbal de Graymoor. Mi padre fue mi padrino.
Pete y yo compramos una casa en Cold Spring que da al Hudson. La utilizamos los fines de semana. Nunca me canso de la vista, ese río majestuoso flanqueado por acantilados. Mi corazón ha encontrado por fin su hogar, el hogar que estuve buscando todos estos años.
Veo a papá con regularidad. Ambos sentimos la necesidad de recuperar el tiempo perdido. La madre de Teddy y yo nos hemos hecho buenas amigas. A veces, vamos todos a ver a Teddy a la universidad. Está en el equipo de baloncesto de primer curso en Darmouth. Estoy muy orgullosa de él.
El círculo ha tardado mucho tiempo en cerrarse. Pero se ha cerrado y me siento muy agradecida por ello.