Fuera a donde fuera Ellie, se sentía de más. Después de que el simpático detective se marchara, intentó localizar a mamá, pero la señora Hilmer dijo que el médico le había dado algo para ayudarla a descansar. Papá pasaba casi todo el tiempo en su estudio con la puerta cerrada. Dijo que quería estar solo.
La abuela Reid, que vivía en Florida, llegó el sábado por la tarde, pero lo único que hizo fue llorar.
La señora Hilmer y algunas amigas del club de bridge de mamá se acomodaron en la cocina. Ellie oyó que una de ellas, la señora Storey, decía:
—Me siento tan impotente…, pero al mismo tiempo creo que, al vernos a su lado, Genine y Ted se darán cuenta de que no están solos.
Ellie salió de la casa y se subió al columpio. Con la fuerza de sus piernas logró elevarlo cada vez más. Quería dar una vuelta completa. Quería caer al suelo desde lo alto y hacerse daño. Tal vez entonces dejaría de sentir dolor por dentro.
La lluvia había parado, pero el sol no había salido y hacía frío. Al cabo de un rato, Ellie comprendió que era inútil: el columpio no daría la vuelta. Volvió a entrar en casa, por el pequeño vestíbulo situado junto a la cocina. Oyó la voz de la madre de Joan. Se había reunido con las demás señoras y Ellie comprendió que estaba llorando.
—Me sorprendió que Andrea se marchara tan pronto. Estaba oscuro y se me pasó por la cabeza acompañarla en coche a su casa. Ojalá…
Después, Ellie oyó a la señora Lewis.
—Ojalá Ellie les hubiera dicho que Andrea iba con frecuencia a ese garaje que las chicas llamaban «el escondite». Tal vez Ted habría llegado a tiempo.
—Ojalá Ellie…
Ellie volvió a subir la escalera, con mucho sigilo para que no la oyeran. La maleta de la abuela estaba sobre la cama. Qué raro. ¿No iba a dormir la abuela en la habitación de Andrea? Desde lo ocurrido estaba vacía.
O quizá la dejarían dormir a ella en la habitación de Andrea. Así, si se despertaba de noche, podría fingir que Andrea regresaría de un momento a otro.
La puerta de la habitación de Andrea estaba cerrada. La abrió con el mismo sigilo de los sábados por la mañana, cuando se asomaba a ver si Andrea seguía durmiendo.
Papá estaba de pie ante el escritorio de Andrea. Sostenía en las manos una foto enmarcada. Ellie sabía que era el retrato de bebé de Andrea, el del marco plateado con la inscripción «La niña de papá» grabada encima.
Mientras miraba, papá levantó la tapa de la caja de música. Era otro regalo que había comprado para Andrea después de su nacimiento. Papá decía que Andrea nunca quería irse a dormir cuando era pequeña, así que él daba cuerda a la caja de música y bailaba en la habitación con ella al compás de la canción, la cantaba en voz baja, hasta que ella se dormía.
Ellie había preguntado si hacía lo mismo con ella, pero mamá dijo que no, porque ella siempre dormía bien. Desde el día en que nació, no había dado el menor problema.
Parte de la letra de la canción pasó por la mente de Ellie mientras la música sonaba en la habitación. «Eres la niña de papá… Eres el espíritu de Navidad, la estrella de mi árbol… Eres la niña de papá».
Mientras miraba, papá se sentó en el borde de la cama de Andrea y empezó a llorar.
Ellie retrocedió y cerró la puerta con tanto sigilo como la había abierto.