Si había esperado algo de romanticismo en nuestro encuentro, pronto deseché esa idea. El saludo de Pete fue: «Estás muy guapa», acompañado por un fugaz beso en la mejilla.
—Y tú estás tan efusivo como si hubieras comprado compulsivamente en Bloomingsdale's durante un cuarto de hora.
—Veinte minutos —me corrigió—. Me muero de hambre, ¿y tú?
Había reservado mesa en Cathryn's, y mientras íbamos en el coche, dije:
—Petición importante.
—A ver.
—Esta noche no me gustaría hablar de lo que he estado haciendo durante estas últimas semanas. Tú miras la página web, así que ya sabes de qué va. Necesito olvidarme por unas horas. Así que esta es tu noche. Háblame de todos los sitios en los que has estado desde que me fui de Atlanta. Quiero saber todos los detalles de las entrevistas que has celebrado. Después, dime por qué te gusta tanto el nuevo empleo. Hasta puedes confesarme si te costó mucho decidir entre esa bonita corbata roja, evidentemente nueva, u otra.
Pete tiene una forma especial de enarcar una ceja. Lo hizo.
—¿Hablas en serio?
—Por completo.
—En cuanto vi esta corbata, supe que tenía que comprarla.
—Muy bien —le alenté—. Quiero saber más.
En el restaurante, echamos un vistazo a la carta, pedimos salmón ahumado y pasta a la marinera y accedimos a compartir una botella de Pinot Grigio.
—Es muy útil que nos gusten los mismos entrantes —dijo Pete—. Así es más fácil elegir el vino.
—La última vez que estuve aquí pedí costillar de cordero —dije.
Me miró.
—Me encanta hacerte enfadar —admití.
—Se nota.
Mientras comíamos, se confesó.
—Yo sabía que el periódico se iba a pique, Ellie. Es lo que está ocurriendo con todos los negocios familiares, porque a la generación actual solo le interesa el signo del dólar. La verdad, ya estaba empezando a ponerme nervioso. En este negocio, a menos que tengas buenos motivos para seguir con la empresa, has de estar ojo avizor a otras oportunidades.
—¿Por qué no te fuiste antes?
Me miró.
—Haré como que no te he oído, pero cuando fue inevitable, supe dos cosas con seguridad. Quería entrar en un periódico sólido, como The New York Times, el L. A. Times, el Chicago Trib o el Houston Chronicle, o probar algo diferente por completo. Había empleos en otros periódicos, pero cuando surgió ese «algo diferente», allá fui.
—Una nueva cadena de noticias por cable.
—Exacto. Está empezando, pero inversores importantes se han comprometido a llevarla adelante.
—¿Dijiste que supondría viajar con frecuencia?
—El pan nuestro de cada día para los presentadores que cubren reportajes importantes.
—¡No me digas que vas a ser presentador!
—Quizá sea una palabra demasiado ampulosa. Estoy en la redacción de noticias. En estos tiempos que corren hay que ser breve, conciso y certero. Puede que salga bien, puede que no.
Pensé en ello. Pete era inteligente, vehemente y no se andaba por las ramas.
—Creo que serás un buen profesional —dije.
—Tus alabanzas son conmovedoras, Ellie. No exageres, por favor. Se me podría subir a la cabeza.
No hice caso del comentario.
—¿Tendrás como base Nueva York y te mudarás allí?
—Ya lo he hecho. Encontré un piso en el Soho. No es grande, pero por algo hay que empezar.
—¿No es un cambio muy radical para ti? Toda tu familia vive en Atlanta.
—Mis abuelos eran neoyorquinos. Iba a verles mucho cuando era pequeño.
—Entiendo.
Esperamos en silencio a que despejaran la mesa.
—Muy bien, Ellie —dijo Pete cuando pedimos café—, me he ceñido a tus reglas. Ahora, quiero saber todo lo que has estado haciendo, y me refiero a todo.
A esas alturas de la cena ya estaba preparada para hablar de mis actividades y se lo conté todo, incluyendo la visita de Teddy.
—Tu padre tiene razón, Ellie —dijo Pete cuando hube terminado—. Has de ir a vivir con él, o al menos no dejarte ver por Oldham.
—Puede que esté en lo cierto —admití a regañadientes.
—Tengo que ir a Chicago mañana por la mañana para entrevistarme con la junta directiva de Packard Cable. Me quedaré hasta el sábado. Haz el favor de ir a Nueva York y alojarte en mi piso. Desde allí podrás seguir en contacto con Marcus Longo, la señora Hilmer y la señora Stroebel, así como trabajar en la página web. Al mismo tiempo, estarás a salvo. ¿Lo harás?
Sabía que tenía razón.
—Durante unos días, hasta que sepa adonde ir.
Cuando regresamos al hostal, Pete dejó su coche en el camino de entrada y me acompañó al interior. Estaba de guardia el recepcionista de noche.
—¿Alguien ha preguntado por la señorita Cavanaugh? —se interesó Pete.
—No, señor.
—¿Algún mensaje para ella?
—Han llamado el señor Longo y la señora Hilmer.
—Gracias.
Al pie de la escalera, apoyó las manos sobre mis hombros.
—Ellie, sé que tienes que llegar hasta el final, y lo comprendo, pero ya no puedes seguir adelante sola. Nos necesitas a tu lado.
—¿Nos?
—Tu padre, Teddy, yo.
—Te has puesto en contacto con mi padre, ¿verdad?
Palmeó mi mejilla.
—Por supuesto.