Eran las cinco y cuarto cuando volví al hostal. La multimillonaria industria cosmética se arruinaría si dependiera de gente como yo. Había perdido en el incendio el poco maquillaje que llevaba. Había comprado polvos y lápiz de labios en una farmacia un par de días después, pero había llegado el momento de dedicar media hora a sustituir elementos como rímel y colorete.
Aunque había dormido hasta las nueve de la mañana, aún tenía sueño y quería echar una siesta antes de vestirme para mi cita con Pete.
Me pregunté si esa era la sensación que se experimenta cuando ves la línea de meta. El atleta corre la maratón y sabe que el final de la carrera está cerca. Me han dicho que hay un intervalo de unos pocos segundos en los que el corredor disminuye la velocidad, hace acopio de fuerzas y se lanza a la aceleración final que le conducirá a la victoria.
Así me sentía yo. Tenía a Rob Westerfield contra las cuerdas y estaba convencida de que faltaba poco para descubrir la verdad de lo ocurrido con Phil y dónde. Si yo estaba en lo cierto, le devolvería a la cárcel.
«Maté a golpes a Phil y fue estupendo».
Después, cuando se hubiera hecho justicia, cuando el comité de apoyo a Rob Westerfield se hubiera disuelto y hundido en el olvido, entonces y solo entonces, como un polluelo recién nacido, daría mis primeros pasos vacilantes en dirección al futuro.
Esa noche me iba a encontrar con alguien a quien quería ver y que quería verme. ¿Adónde nos conduciría eso? Lo ignoraba y tampoco quería anticipar nada. Pero por primera vez en mi vida empezaba a pensar en un futuro en el que mi deuda con el pasado estuviera casi saldada. Era una sensación esperanzadora y satisfactoria.
Entonces, entré por la puerta del hostal y mi hermanastro Teddy me estaba esperando.
Esta vez no sonreía. Parecía incómodo, aunque decidido, y su recibimiento fue brusco.
—Entra, Ellie. Tenemos que hablar.
—He invitado a su hermano a esperar en el solario, pero tenía miedo de no verla entrar —dijo la señora Willis.
Tienes toda la razón, ya me habría ocupado yo de eso, pensé. De haber sabido que me estaba esperando, habría subido a la habitación como una flecha.
No quería que la mujer escuchara nuestra conversación, de modo que me encaminé hacia el solario. Esta vez, él cerró la puerta y nos quedamos mirándonos.
—Teddy —empecé—, tienes que escucharme. Sé que tus intenciones son buenas. Sé que las intenciones de tu padre son buenas. Pero no podéis continuar siguiéndome. Estoy bien y puedo cuidar de mí.
—¡No, no puedes!
Sus ojos centelleaban, y en aquel momento fue tan grande el parecido con mi padre, que me sentí transportada al comedor de casa; papá le estaba diciendo a Andrea que «tenía terminantemente prohibido seguir viendo a Rob Westerfield».
—Ellie, esta tarde hemos visto lo que has escrito en la página web. Papá está muy preocupado. Dijo que los Westerfield ya no tienen otro remedio que pararte los pies y que lo van a hacer. Dijo que te has convertido en un terrible peligro para ellos y que tú misma corres un gran peligro. No puedes hacerle esto a papá, o a ti, Ellie. Ni a mí.
Estaba tan angustiado, hablaba con tal vehemencia, que sentí pena por él. Apoyé mi mano sobre su brazo.
—Teddy, no quiero disgustaros a ti o a tu padre. Hago lo que debo. No sé cómo decírtelo, pero haz el favor de dejarme en paz. Has salido adelante sin mí toda la vida y tu padre ha salido adelante sin mí desde que era pequeña. ¿Qué pasa ahora? Intenté decírtelo el otro día: no me conoces. No tienes motivos para preocuparte por mí. Eres un buen chico, pero dejémoslo así.
—No soy solo un buen chico. Soy tu hermano. Te guste o no, soy tu hermano. Y deja de decir «tu padre». Piensas que lo sabes todo, pero no es verdad, Ellie. Papá nunca dejó de ser tu padre. Siempre ha hablado de ti y yo siempre quise saber cosas de ti. Me contó lo estupenda que eras. Tú no lo sabes, pero asistió a la ceremonia de tu graduación en la universidad. Se suscribió al Atlantic News cuando empezaste a trabajar en el periódico, y ha leído todos los artículos que has escrito. Así que deja ya de decir que no es tu padre.
Yo no quería oírlo. Negaba con la cabeza.
—Tú no lo entiendes, Teddy. Cuando mi madre y yo nos fuimos a Florida, él nos dejó ir.
—Me dijo que pensabas eso, pero no es cierto. No os dejó ir. Quería que volvierais. Intentó recuperarte. Las pocas veces que fuiste a verle después de la separación de tus padres, no le dirigiste la palabra y ni siquiera comiste. ¿Qué debía hacer? Tu madre le dijo que el dolor era demasiado profundo, que solo quería recordar los buenos momentos y empezar una nueva vida. Y lo hizo.
—¿Cómo sabes todo esto?
—Porque le pregunté. Porque pensé que le iba a dar un infarto cuando vio lo último que habías publicado en la página web. Tiene sesenta y siete años, Ellie, y padece hipertensión.
—¿Sabe que estás aquí?
—Le dije que iba a venir. He venido a pedirte que vuelvas a casa conmigo, y si no quieres, al menos cambia de hostal y ve a un lugar donde nadie sepa que estás, excepto nosotros.
Hablaba con tal seriedad, preocupación y cariño, que estuve a punto de abrazarle.
—Teddy, hay cosas que no entiendes. Yo sabía que Andrea iba a encontrarse con Rob Westerfield aquella noche, y no me chivé. He tenido que cargar con esa culpa toda mi vida. Cuando Westerfield consiga el nuevo juicio, va a convencer a mucha gente de que Paulie Stroebel mató a Andrea. Yo no la salvé, pero he de intentar salvar a Paulie.
—Papá me dijo que Andrea murió por su culpa. Llegó tarde a casa. Uno de sus compañeros de trabajo se había prometido en matrimonio y fueron a tomar una cerveza con él para celebrarlo. Empezaba a sospechar que Andrea seguía viéndose a escondidas con Westerfield y eso le preocupaba. Me dijo que si hubiera llegado antes a casa, no le habría dado permiso para ir a casa de Joan, de modo que en lugar de estar en aquel garaje, se habría quedado en casa, sana y salva.
Él creía a pies juntillas en lo que me estaba diciendo. ¿Había tergiversado hasta tal punto mis recuerdos? No tanto. Las cosas no eran tan sencillas. Pero ¿era mi perpetua sensación de culpabilidad («ojalá Ellie nos lo hubiera dicho») solo una parte del conjunto global? Mi madre dejó que Andrea saliera sola después de oscurecer. Mi padre sospechaba que Andrea seguía viéndose con Rob, pero no se lo había preguntado. Mi madre había insistido en mudarse a lo que entonces era una comunidad rural y aislada. Puede que mi padre fuera demasiado estricto con Andrea. Puede que sus intentos de protegerla alimentaran su rebeldía. Yo era la confidente que conocía sus citas secretas.
¿Elegimos los tres albergar culpa y dolor en nuestras almas, o tuvimos otra alternativa?
—Ellie, mi madre es una mujer estupenda. Era viuda cuando conoció a papá. Sabe lo que es perder a alguien. Quiere conocerte. Te caería bien.
—Teddy, te prometo que la conoceré algún día.
—Pronto.
—Cuando esto haya terminado. Ya falta poco.
—¿Hablarás con papá? ¿Le concederás una oportunidad?
—Cuando todo esto haya terminado, comeremos juntos o algo por el estilo. Lo prometo. Y escucha, esta noche voy a salir con Pete Lawlor, una persona con la que trabajaba en Atlanta. No quiero que ninguno de los dos me siga. Él me recogerá aquí y me devolverá sana y salva, lo prometo.
—Papá se tranquilizará cuando lo sepa.
—Tengo que subir, Teddy. Debo hacer un par de llamadas antes de irme.
—He dicho lo que debía decir. No, tal vez no. Deberías saber otra cosa que papá me dijo: «Ya he perdido a una hija. No puedo perder a otra».