Mi móvil descansaba sobre la otra almohada. El martes por la mañana empezó a sonar y me despertó. Mientras rezongaba un adormilado «hola», consulté el reloj y me quedé asombrada al ver que eran las nueve.
—Menuda noche de juerga te habrás pegado.
Era Pete.
—Vamos a ver —dije—. Conduje desde Maine a Massachusetts, y atravesé el estado de Nueva York. Ha sido la noche más excitante de mi vida.
—Quizá estés demasiado cansada para bajar a Manhattan.
—Quizá estás intentando desentenderte de la invitación de ir a Manhattan —apunté. Ya estaba despierta, y a punto de sentirme decepcionada e irritada.
—Mi propuesta fue que yo me llegaría a Oldham, te recogería y buscaríamos un sitio para ir a cenar.
—Eso es diferente —dije con alegría—. Tengo un lugar maravilloso en mente y solo está a un cuarto de hora del hostal.
—Ahora empiezas a pensar. Indícame cómo ir.
Lo hice y me felicitó.
—Ellie, eres una de las pocas mujeres que conozco capaces de explicar con claridad cómo ir a un sitio. ¿Te lo enseñé yo? No te molestes en contestar. Estaré ahí a eso de las siete.
Clic.
Pedí el desayuno al servicio de habitaciones, me duché, me lavé el pelo y telefoneé a un salón de manicura cercano para pedir cita a las cuatro. Me había roto varias uñas cuando me caí en el aparcamiento y quería remediarlo.
Hasta me tomé tiempo para examinar mi limitado ropero y decidirme por el traje pantalón marrón de cuello y puños de astracán. El traje había sido una compra impulsiva; era de la temporada anterior, caro incluso a mitad de precio, y aún no lo había estrenado.
Desfilar con él para Pete se me antojó una buena idea.
De hecho, era reconfortante saber que algo aguardaba al final del día. Sabía que no iba a ser fácil pasar la tarde escribiendo la historia del robo en el que había participado Alfie, y relacionar el plano acusador con el hecho de que Rob Westerfield había utilizado el nombre de Jim en la escuela.
Quiero decir que no iba a ser fácil desde el punto de vista emocional, debido a la insoportable certeza de que, si Rob Westerfield hubiera sido condenado por ese delito, Andrea no le habría conocido.
Habría estado en la cárcel. Ella se habría hecho mayor, habría ido a la universidad y, al igual que Joan, probablemente se habría casado y tenido un par de críos. Mamá y papá seguirían viviendo todavía en aquella maravillosa granja. Papá habría llegado a quererla tanto como ella y comprendido que habían hecho una gran adquisición.
Yo habría crecido en el seno de un hogar feliz e ido a la universidad. Decantarme por estudiar periodismo no tuvo nada que ver con la muerte de Andrea, de modo que tendría el mismo tipo de trabajo. Es la carrera que siempre me atrajo. Aún no me habría casado. Creo que siempre deseé desempeñar una profesión antes que un compromiso.
Si Rob hubiera sido condenado, yo no habría pasado la vida llorando la muerte de mi hermana y todo lo que habíamos perdido.
Aunque consiguiese convencer a la abuela de Rob y al resto del mundo de su culpabilidad, se saldría con la suya. Ese delito había prescrito.
Y aunque su abuela cambiara el testamento, su padre tenía un montón de dinero, así que Rob viviría bien.
Pese a ser un repugnante mentiroso, el testimonio de Will Nebels en un segundo juicio podría bastar para plantar la semilla de la duda en la mente de los jurados y tal vez absolverle.
Después, sus antecedentes serían destruidos.
«Maté a golpes a Phil, y fue estupendo».
Solo había una forma de devolver a Rob Westerfield a la cárcel, y era seguir el rastro de Phil, la otra persona con cuya vida acabó. Por suerte, los asesinatos nunca prescriben.
A las tres y media estaba preparada para trasladar todo a la página web: la historia de la paliza que Rob Westerfield había propinado a Christopher Cassidy en el colegio de secundaria privado; la insistencia de Rob en que le llamaran «Jim», por el personaje que había interpretado en el escenario; la participación de Rob en el intento de asesinato de su abuela.
Escribí que William Hamilton fue el abogado de oficio que destruyó el plano original que implicaba a Westerfield en el delito. Terminé exhibiendo el plano y el programa de la obra de teatro uno al lado de la otra. En pantalla, las firmas del nombre «Jim» eran sorprendentes por su similitud.
Besé mis dedos en forma de saludo al artículo, presioné las teclas apropiadas y un instante después aparecía en mi página web.