Rob Westerfield tenía diecinueve años cuando asesinó a Andrea. Durante los ocho meses siguientes, le detuvieron, acusaron, juzgaron, condenaron y encarcelaron. Si bien había estado en libertad bajo fianza antes de su condena, no podía creer que hubiera corrido el riesgo de asesinar a alguien durante esos ocho meses.
Lo cual significaba que el crimen anterior había sido cometido entre veintidós y veintisiete años antes. Tenía que investigar esos cinco o seis años de su vida para intentar descubrir una relación entre Rob y un difunto llamado Phil.
Parecía increíble pensar que Rob hubiera podido cometer un asesinato entre los trece y los catorce años. ¿O no? Solo tenía catorce cuando agredió a Christopher Cassidy.
Calculé que, durante aquellos años, había pasado un año y medio en Arbinger, Massachusetts, luego seis meses en la Bath Public School de Inglaterra, dos años en el colegio Carrington de Maine y más o menos un semestre en Willow, una universidad vulgar cercana a Buffalo. Los Westerfield tenían una casa en Vail y otra en Palm Beach. Supuse que Rob Westerfield habría estado en todos esos lugares. Era posible que también hubiera salido al extranjero con su clase.
Demasiado territorio para cubrir. Sabía que necesitaba ayuda.
Marcus Longo había sido detective para la oficina del fiscal del distrito en el condado de Westchester durante veinticinco años. Si alguien podía investigar el homicidio de un hombre únicamente con el nombre de pila como pista, yo habría apostado por él.
Por suerte, cuando telefoneé a Marcus, se puso él, en lugar del contestador automático. Tal como yo sospechaba, había volado a Colorado para recoger a su mujer.
—Nos quedamos unos días más para mirar algunas casas —explicó—. Creo que hemos encontrado una.
Su tono cambió.
—Iba a hablarte del bebé, pero puedo esperar. Tengo entendido que han sucedido muchas cosas durante mi ausencia.
—Debo darte la razón, Marcus. ¿Puedo invitarte a comer? Necesito tu ayuda.
—La ayuda es gratis. Yo te invito a comer.
Nos encontramos en el restaurante de la estación de tren de Cold Spring. Después de tomar unos bocadillos gigantes y café le conté mi fin de semana.
No dejó de hacerme preguntas.
—¿Crees que provocaron el incendio para asustarte o para matarte?
—Yo estaba más que asustada. No estaba segura de salir con vida.
—De acuerdo. ¿Dices que la policía de Oldham cree que tú lo provocaste?
—El agente White estuvo a punto de esposarme.
—Su primo trabajaba en la oficina del fiscal del distrito cuando yo trabajaba allí. Ahora es juez y miembro del mismo club de golf que el padre de Rob. Para ser justo, siempre pensó que Paulie Stroebel era culpable del asesinato de Andrea. Estoy seguro de que ha sido él quien ha puesto a White en contra de ti. Esa página web es muy irritante para los amigos de los Westerfield.
—En ese caso, ha sido un éxito.
Paseé la vista a mi alrededor para comprobar que nadie nos oía.
—Marcus…
—Ellie, ¿no te das cuenta de que no paras de mirar a un lado y a otro? ¿Qué o a quién estás buscando?
Le hablé de la aparición de Rob Westerfield en el hostal.
—Se presentó cuando casi había terminado de cenar —dije—. Alguien debió de avisarle. Estoy segura.
Sabía que Marcus me aconsejaría ser prudente o me pediría que dejara de añadir material provocador a la página web. No le concedí la oportunidad.
—Marcus, alguien que estuvo en la cárcel con Rob me llamó por teléfono.
Le hablé del trato que había cerrado para comprar información, así como de la llamada de la noche antes.
Escuchó en silencio, mientras sus ojos escrutaban mi rostro.
—Crees a ese tipo, ¿verdad? —preguntó a continuación.
—Marcus, sabía que podían estafarme cinco mil dólares, pero esto es diferente. Este hombre teme por su vida. Quería que yo supiera lo de Phil para poder vengarse de Westerfield.
—Dices que se refirió al letrero que exhibiste ante la prisión.
—Sí.
—Supones que era un preso, lo cual significa que debieron de dejarle en libertad aquel día. Solo fuiste una vez, ¿verdad?
—Exacto.
—Ellie, ese tipo también podría ser un funcionario de prisiones que entraba o salía de la cárcel mientras tú estabas montando el número. Con dinero se puede sobornar tanto a funcionarios como a reclusos.
No había pensado en eso.
—Confiaba en que pudieras conseguir una lista de los presos que fueron liberados al día siguiente de Westerfield. Luego, podrías averiguar si le pasó algo a uno de ellos.
—Puedo hacerlo. Supongo que eres consciente de que esto podría llevarte a un callejón sin salida.
—Lo sé, pero no lo creo. —Abrí mi cartera—. He hecho una lista de los colegios a los que fue Rob Westerfield, tanto aquí como en Inglaterra, y de los lugares donde su familia posee casas. Hay bases de datos con listas de los homicidios sin solucionar que ocurrieron entre veintidós y veintisiete años atrás, ¿verdad?
—Por supuesto.
—¿El condado de Westchester tiene una?
—Sí.
—¿Puedes acceder a ella, o pedir a alguien que lo haga por ti?
—Puedo.
—Por tanto, no te costaría mucho averiguar si hay alguna víctima que responda al nombre de Phil, ¿verdad?
—No.
—¿Podrías investigar la base de datos sobre crímenes sin resolver ocurridos en las zonas cercanas a los colegios y casas donde Westerfield pasó cierto tiempo?
Marcus consultó la lista.
—Massachusetts, Maine, Florida, Colorado, Nueva York, Inglaterra. —Lanzó un silbido—. Mucho territorio. Veré qué puedo hacer.
—Una cosa más. Conociendo los métodos de Rob Westerfield, ¿existe una base de datos de crímenes resueltos que incluyera a un tal Phil como víctima y a un condenado que hubiera afirmado en todo momento su inocencia?
—Nueve de cada diez condenados se declaran inocentes, Ellie. Empecemos con los crímenes sin resolver, a ver qué averiguamos.
—Mañana voy a publicar la historia de Christopher Cassidy sobre Rob en la página web. Nadie dudará de la integridad de Cassidy, de modo que su relato puede influir bastante. Nunca he ido al colegio Carrington. Intentaré conseguir una cita para el lunes o el martes.
—Consulta las listas de alumnos que estudiaron con Westerfield durante esos años —dijo Marcus, mientras pedía la cuenta.
—Ya lo he pensado. En uno de esos colegios habría podido estudiar un alumno llamado Phil que se peleó con Westerfield.
—Eso amplía las posibilidades —advirtió Marcus—. Los alumnos de los colegios de secundaria privados proceden de todas las partes del país. Westerfield podría haber seguido a uno de ellos hasta su casa para saldar la deuda.
«Maté a golpes a Phil y fue estupendo».
¿Quiénes eran las personas que querían a Phil?, me pregunté. ¿Aún lloraban su pérdida? Claro que sí.
La camarera dejó la cuenta delante de Marcus. Esperé a que se alejara para hablar.
—Llamaré a mi contacto de Arbinger. Me ha sido muy útil. Cuando vaya a Carrington y Willow College, haré averiguaciones sobre los alumnos de la época de Westerfield. Philip no es un nombre tan vulgar.
—Ellie, crees que alguien informó a Rob Westerfield de que estabas cenando en el hostal anoche, ¿verdad?
—Sí.
—Me has dicho que tu informador afirmó que temía por su vida, ¿verdad?
—Sí.
—A Rob Westerfield le preocupa que tu página web pueda influir en su abuela para que legue su dinero a obras de caridad. Es posible que esté aterrorizado por el hecho de que puedas descubrir otro crimen que le envíe a la cárcel de por vida. ¿Te das cuenta de lo precaria que es tu situación?
—La verdad es que sí, pero no puedo hacer nada al respecto.
—¡Sí que puedes, Ellie, maldita sea! Tu padre era policía estatal. Se ha jubilado, Podrías vivir en su casa. Él podría ser tu guardaespaldas. Necesitas uno, créeme. Y algo más: si la historia de ese tipo es auténtica, contribuir a encerrar de nuevo a Westerfield contribuiría también a que tu padre diera por concluida su agonía. Creo que no tienes ni idea de lo doloroso que ha sido todo esto para él.
—¿Ha estado en contacto contigo?
—Tus intenciones son buenas, Marcus —dije mientras me levantaba— pero creo que no entiendes una cosa. Mi padre dio por concluida su agonía cuando nos dejó marchar y no hizo nada por recuperarnos. Mi madre necesitaba y esperaba que lo hiciera, pero él no movió un dedo. La próxima vez que te llame, dile que vea a su hijo jugar a baloncesto y me deje en paz.
Marcus me dio un abrazo cuando nos separamos en el aparcamiento.
—Te llamaré en cuanto empiece a obtener respuestas —prometió.
Volví al hostal. La señora Willis estaba en recepción.
—Su hermano la está esperando en el solario —dijo.