Una hora después se produjo un sutil cambio en el tiempo. La leve vibración de un cristal suelto en la ventana situada sobre el fregadero fue la primera insinuación de que el viento había cambiado de dirección. Me levanté, subí el termostato y volví al ordenador. Al darme cuenta de que corría un serio peligro de sentir pena por mí misma, había empezado a trabajar en lo que sería el primer capítulo del libro.
Después de algunos inicios en falso, sabía que debería empezar con mi último recuerdo de Andrea y mientras escribía, tuve la impresión de que mi memoria se agudizaba. Recreé en mi mente su habitación con el cubrecama de organdí blanco y las cortinas con volantes. Recordé con todo detalle el tocador antiguo que mi madre había remozado con tanta meticulosidad. Imaginé las fotos de Andrea y sus amigas, encajadas en el marco del espejo de la cómoda.
Vi a Andrea deshecha en lágrimas mientras hablaba por teléfono con Rob Westerfield y la vi ponerse el medallón. Mientras escribía, me di cuenta de que se me escapaba algo relacionado con el medallón. Sabía que ya no podría identificarlo si lo veía, pero en aquel tiempo, facilité una precisa descripción a la policía, descripción que años antes había sido desechada como una fantasía infantil.
Pero sabía que lo llevaba cuando la encontré y estaba segura de haber oído a Rob Westerfield en el garaje. Mi madre me dijo después que mi padre y ella habían tardado diez o quince minutos en calmarme, hasta que recobré la coherencia necesaria para contarles dónde había encontrado el cadáver de Andrea. Tiempo suficiente para que Rob huyera. Y se había llevado el medallón.
En el estrado de los testigos afirmó que había ido a correr durante ese rato y que no se había acercado al garaje. Sin embargo, había lavado con lejía la sudadera que llevaba aquella mañana, junto con las ropas ensangrentadas de la noche anterior.
Una vez más, me asombró el enorme peligro al que se había expuesto al volver al garaje. ¿Por qué recuperó el medallón? ¿Tenía miedo de que bastaría para confirmar que Andrea no era solamente una cría enamorada de él? Mientras pensaba en aquella mañana, y recordaba la respiración ronca y la risita nerviosa que se le había escapado, escondido al otro lado de la furgoneta, mis manos temblaron sobre el teclado.
¿Y si no hubiera cruzado el bosque sola y me hubiera acompañado mi padre? Rob habría sido sorprendido en el garaje. ¿Volvió presa del pánico? ¿Era posible que necesitara confirmar que su horrible acto no había sido una simple pesadilla? O aún peor, ¿había regresado para asegurarse de que Andrea no estaba viva?
Encendí el horno a las siete e introduje la solitaria patata. Después, volví a trabajar. Poco después, sonó el teléfono. Era Pete Lawlor.
—Hola, Ellie.
Algo en su voz me puso en guardia de inmediato.
—¿Qué pasa, Pete?
—No pierdes el tiempo en tonterías, ¿eh?
—Nunca lo hacemos. Así lo acordamos.
—Supongo que tienes razón, Ellie. Han vendido el periódico. Ahora ya es definitivo. Lo anunciarán de manera oficial el lunes. Habrá una reducción drástica de personal.
—¿Y tú?
—Me ofrecieron un empleo. Lo rechacé.
—Dijiste que lo harías.
—Pregunté por ti, pero me dijeron extraoficialmente que no piensan continuar la serie de periodismo de investigación.
Esperaba esa noticia, pero me di cuenta de que me hacía sentir desarraigada.
—¿Ya has decidido adonde vas a ir, Pete?
—Aún no estoy seguro, pero puede que vaya a ver a una gente de Nueva York antes de tomar una decisión. Tal vez, cuando ocurra eso, alquilaré un coche y subiré a verte, o podemos vernos en la ciudad.
—Me gustaría. Casi esperaba recibir una postal de Houston o Los Ángeles.
—Yo nunca envío postales, Ellie. He estado mirando tu página web.
—Todavía no hay gran cosa. Es como una especie de letrero, como los que se ponen en una tienda que acabas de alquilar. Ya sabes lo que significa: «No se pierdan la gran inauguración». Pero estoy desenterrando mucha basura sobre Westerfield. Si Jake Bern intenta plasmarle como el típico chico estadounidense, su libro tendrá que ser publicado como ficción.
—Ellie, no es propio de mí…
Le interrumpí.
—Venga, Pete. No vas a aconsejarme que sea prudente, ¿verdad? Ya me han advertido mi vecina, una psicóloga y un policía. Todos en el mismo día.
—En ese caso, deja que me una al coro.
—Cambiemos de tema. ¿Ya has perdido esos cinco kilos?
—He hecho algo mejor. He decidido que me gusta como soy. De acuerdo, te llamaré cuando sepa que voy a ir. O llámame tú. Las tarifas de larga distancia son muy baratas de noche.
Cortó la comunicación antes de que pudiera decir adiós.
Apreté el botón de finalizar de mi móvil y lo dejé al lado del ordenador. Mientras preparaba la ensalada, empecé a asimilar las consecuencias de perder mi trabajo. El adelanto por el libro me sostendría durante una temporada, pero ¿qué haría cuando hubiera terminado mi esfuerzo por torpedear los intentos de Rob Westerfield de inventarse una nueva personalidad?
¿Volver a Atlanta? Mis amigos del periódico se habrían dispersado. Otra cosa a tener en cuenta: en estos tiempos no es fácil conseguir trabajo en un periódico. Demasiados diarios han sido absorbidos o han cerrado. Y cuando el libro estuviera terminado e iniciara una nueva etapa, ¿dónde querría vivir? Era una pregunta que me acompañó durante toda la cena, pese a que intentaba concentrarme en la revista de actualidad que había comprado en el supermercado.
El móvil volvió a sonar mientras despejaba la mesa.
—¿Es usted la dama que apareció ayer en la prisión con un cartel? —preguntó una ronca voz masculina.
—Sí.
Crucé los dedos mentalmente. El identificador del móvil estaba bloqueado.
—Podría contarle algo acerca de Westerfield. ¿Cuánto está dispuesta a pagar?
—Depende de la información.
—Primero el dinero y después la primicia.
—¿Cuánto?
—Cinco mil dólares.
—No tengo tanto dinero.
—Pues olvídelo. Pero lo que puedo decirle sobre Westerfield le devolvería a Sing Sing por el resto de su vida.
¿Se estaba echando un farol? No estaba segura, pero no podía correr el riesgo de perder aquella oportunidad. Pensé en mi adelanto.
—Dentro de una o dos semanas recibiré cierta cantidad de dinero. Dígame algo de lo que sabe.
—¿Qué le parece esto? El año pasado, cuando estaba de cocaína hasta las cejas, Westerfield me dijo que había matado a un tipo cuando tenía dieciocho años. ¿El nombre de ese tipo vale cinco mil dólares? Piénselo. La volveré a llamar la semana que viene.
La conexión terminó.
Margaret Fisher me había dicho aquella misma tarde que, en su opinión profesional, Rob Westerfield había sido culpable de otros crímenes antes de que asesinara a Andrea. Pensé en los incidentes que me habían referido por la mañana, en el colegio y en el restaurante. Pero si de veras había asesinado a alguien…
De repente, se abrían nuevas posibilidades. Si el tipo que acababa de llamar era legal y me revelaba el nombre de la víctima de un asesinato que yo pudiera verificar, sería fácil desenterrar los hechos del caso. También podía ser una estafa, por supuesto, una forma de agenciarse cinco mil dólares por la vía rápida. Debía decidir si quería correr el riesgo.
Estaba de pie ante el ordenador, con la vista clavada en el archivo abierto. Mientras leía la descripción de Andrea en aquellos últimos momentos que estuve con ella, supe que contribuir a devolver a Rob Westerfield a la cárcel valía hasta el último centavo que pudiera ganar en toda mi vida.
Había un vaso de agua al lado del ordenador. Lo cogí y alcé en una especie de saludo, un brindis por Andrea y la perspectiva de enviar de vuelta a la cárcel a Westerfield.
Limpié la cocina y encendí el televisor para ver las noticias locales. El presentador de los deportes estaba pasando tomas de un partido de baloncesto. La canasta decisiva había sido obra de Teddy Cavanaugh y cuando miré, vi el rostro del hermanastro que nunca había conocido.
Era casi como un reflejo de mí. Más joven, por supuesto, aniñado, pero nuestros ojos, nariz, labios y pómulos eran idénticos. Miraba directamente a la cámara y experimenté la sensación de que nuestras miradas se cruzaban.
Entonces, antes de que pudiera cambiar de canal, como un toque irónico final, las animadoras empezaron a corear su nombre.