La señora Hilmer aún vivía en la misma casa. En la actualidad había cuatro casas que la separaban de aquella en que habíamos vivido tan pocos años. Era evidente que los nuevos habitantes de nuestra antigua casa habían cumplido el sueño de mamá. La habían ampliado por ambos lados y por detrás. Siempre había sido una casa tipo granja de buen tamaño, pero se había convertido en una vivienda encantadora, sólida pero elegante, con tablas de chilla de un blanco reluciente y postigos verde oscuro.
Aminoré la velocidad cuando pasé por delante y luego, pensando que nadie se fijaría en aquella tranquila mañana de domingo, me paré.
Los árboles habían crecido, por supuesto. El otoño de ese año había sido cálido en el nordeste, y aunque ese día hacía frío, todavía abundaban las hojas doradas y escarlata en las ramas.
No cabía duda de que habían ampliado la sala de estar de nuestra casa. ¿Y el comedor?, me pregunté. Por un instante me encontré allí, sosteniendo en mis brazos la caja de cubiertos de plata (¿o eran de alpaca?), mientras Andrea disponía con meticulosidad los platos. «Lord Malcolm Culogordo será nuestro invitado de honor de hoy».
La señora Hilmer había estado atenta a mi llegada. En cuanto bajé del coche, la puerta principal se abrió. Un momento después sentí su firme abrazo. Siempre había sido una mujer menuda, algo regordeta, de rostro maternal y vivaces ojos castaños. En la actualidad, su cabello castaño se había teñido de plata por completo, y había arrugas alrededor de sus ojos y su boca. No obstante, seguía estando tal como yo la recordaba. Durante años había enviado a mamá una tarjeta de felicitación por Navidad, acompañada de una larga nota, y mi madre, que nunca enviaba felicitaciones, hacía una excepción en su caso, adornaba la realidad de nuestro último traslado y alababa mis progresos en el colegio.
Le había escrito para comunicarle la muerte de mamá, y recibí una nota cariñosa y consoladora. No la avisé cuando me mudé a Atlanta, por tanto imagino que sus felicitaciones o notas le fueron devueltas. La oficina de correos ya no retiene la correspondencia demasiado tiempo.
—Ellie, qué alta estás —dijo, con algo entre una sonrisa y una carcajada—. Eras una cosita tan pequeña…
—Sucedió durante el tiempo que pasé en el instituto —expliqué.
Había café sobre los fogones y panecillos de arándanos recién salidos del horno. Ante mi insistencia, nos quedamos en la cocina y tomamos asiento para hacer los honores al banquete. Me habló de su familia durante unos minutos. Yo apenas conocía a su hijo y su hija. Los dos estaban casados cuando nos mudamos a Oldham.
—Ocho nietos —dijo con orgullo—. Por desgracia, ninguno vive aquí, pero aun así los veo con cierta frecuencia. —Sabía que había enviudado muchos años antes—. Los chicos me dicen que esta casa es demasiado grande para mí, pero es mi casa y me gusta. Cuando ya no pueda valerme por mí misma, supongo que la venderé, pero de momento no.
Le hablé brevemente de mi trabajo y luego abordamos el motivo de mi regreso a Oldham.
—Ellie, desde el día en que Rob Westerfield salió esposado de la sala del tribunal, los Westerfield han insistido en que es inocente y han luchado para que le concedieran la libertad. Han convencido a mucha gente de ello. —Compuso una expresión preocupada—. Una vez dicho esto, Ellie, debo admitir algo. Empiezo a preguntarme si Rob Westerfield no fue condenado en parte debido a su reputación de alborotador. Todo el mundo le consideraba un mal chico y estaban dispuestos a creer lo peor.
Había visto la conferencia de prensa.
—Algo sí he creído de la declaración de Will Nebels —dijo—, y es que entró a robar en casa de la señora Westerfield. ¿Estuvo allí aquella noche? Es posible. Por una parte, me pregunto qué le van a dar por contar esa historia, y por otra, me acuerdo de que Paulie se quedó destrozado en clase cuando anunciaron que Andrea había muerto. Vi a esa tutora testificar en el tribunal. Nunca había visto un testigo tan reticente. Tenía muchas ganas de proteger a Paulie, pero se vio forzada a admitir que, cuando salió corriendo del aula, creyó haberle oído decir: «No pensé que estuviera muerta».
—¿Cómo está ahora Paulie Stroebel? —pregunté.
—Le va todo muy bien, la verdad. Durante los diez o doce años posteriores al juicio se mostró muy reservado. Sabía que algunas personas creían que él había asesinado a Andrea y eso estuvo a punto de destruirlo. Empezó a trabajar en la charcutería con sus padres y por lo que tengo entendido era muy callado. Pero desde que su padre murió y tuvo que asumir muchas más responsabilidades, es como si hubiera florecido. Espero que esta historia de Will Nebels no le afecte.
—Si Rob Westerfield consigue un nuevo juicio y le absuelven, será como si hubieran declarado culpable a Paulie —dije.
—¿Podrían detenerle y llevarle a juicio?
—No soy abogada, pero lo dudo. El nuevo testimonio de Will Nebels podría bastar para facilitar un nuevo juicio y la absolución a Rob Westerfield, pero nunca le concederían suficiente credibilidad para condenar a Paulie Stroebel. Pero el daño estaría hecho y Paulie sería otra víctima de Westerfield.
—Quizá sí, quizá no. Por eso es tan dura la situación. —La señora Hilmer vaciló y luego prosiguió—. Ellie, ese tipo que está escribiendo un libro sobre el caso vino a verme. Alguien le dijo que yo era amiga íntima de tu familia.
Intuí una advertencia en sus palabras.
—¿Cómo es?
—Educado. Hizo muchas preguntas. Estuve pendiente de cada palabra que salía de mis labios, pero ya te puedo decir que Bern tiene una opinión inamovible y va a conseguir que los hechos encajen con ella. Preguntó si el motivo de que tu padre fuera tan estricto con Andrea era que se escapaba para verse con montones de chicos diferentes.
—Eso no es verdad.
—Lo presentará de tal manera que parezca cierto.
—Sí, estaba colada por Rob Westerfield, pero al final también tenía miedo de él. —Era algo que no había esperado decir, pero al hacerlo, comprendí que era cierto—. Y yo tenía miedo por ella —susurré—. Estaba enfadado con ella por lo de Paulie.
—Yo estaba en tu casa, Ellie. Estuve presente cuando prestaste testimonio ante el tribunal. Nunca dijiste que Andrea o tú tuvierais miedo de Rob Westerfield.
¿Estaba insinuando que yo podía estar creando un recuerdo falso para justificar mi testimonio infantil? Pero entonces añadió:
—Ve con cuidado, Ellie. Ese escritor me dijo que eras una niña emocionalmente inestable. Es algo que va a insinuar en su libro.
Así que esa es la orientación que va a tomar, pensé: Andrea era un pendón, yo era emocionalmente inestable y Paulie Stroebel es un asesino. Si no hubiera estado segura antes, en esos momentos sabía que había elegido el trabajo perfecto para mí.
—Puede que Rob Westerfield salga de la cárcel, señora Hilmer —dije, y después añadí con firmeza—: Pero cuando yo termine de investigar y escribir hasta el último detalle sucio de su sórdida vida, nadie querrá pasear por la acera con él, de día o de noche. Y si consigue un segundo juicio, ningún jurado le absolverá.