Una vez más, y cómo lo haré en esta ocasión, debo dar las gracias.
Deseo expresar mi agradecimiento, en aumento a medida que transcurren los años, a mi editor Michael Korda y a su socio Chuck Adams. Siempre alentando, perseverando y empleando las palabras adecuadas para ello.
Gracias a Lisl Cade, mi publicista, gran compañera, estimada amiga y fiel lectora.
Estoy muy agradecida a mis agentes literarios, Eugene Winick y Sam Pinkus. Encontraban las respuestas antes que yo planteara las preguntas. ¡Buenos amigos, desde luego!
También doy las gracias al jefe de corrección Gypsy da Silva, por su ojo de lince y su paciencia de santo. Una y otra vez, gracias, Gypsy.
Gracias a Carol Catt, redactora, y a Michael Mitchell, escaneador, por su brillante trabajo.
Quiero expresar mi agradecimiento a Lionel Bryant, suboficial de guardacostas de Estados Unidos, por ser quien ha convertido en verosímil la descripción posterior a la explosión en el puerto de Nueva York.
El sargento Steven Marron y el detective Richard Murphy, de la Oficina de justicia del distrito de Nueva York, me han proporcionado valiosas informaciones sobre el procedimiento y la investigación policial a seguir si los hechos aquí descritos hubieran sido reales. Gracias. Sois los mejores.
Quisiera expresar mi profunda gratitud a los arquitectos Erica Belsey y Philip Mahla, así como a la decoradora de interiores Eve Ardia, por ser mis expertos en responder a las preguntas que les planteé sobre arquitectura y diseño.
La doctora Ina Winick siempre está junto a mí para responder a mis dudas psicológicas. Gracias, Ina.
Muchas gracias al doctor Richard Roukema por su exhaustivo análisis al solventar mis disquisiciones hipotéticas.
Muchas gracias a Diane Ingrassia, directora de la sucursal bancaria de Ridgewood Savings Bank, por responder a mis preguntas sobre cajas de seguridad.
Como siempre, gracias a mis ayudantes y amigas Agnes Newton y Nadine Petry, así como a Irene Clark, mi correctora de pruebas.
Gracias a mi hija y compañera, Carol Higgins Clark, por ser mi caja de resonancia y evitar que usara expresiones que su generación jamás utilizaría.
Prosiguiendo con los agradecimientos, en el apartado de ovaciones, a nuestros hijos y nietos. Como uno de los pequeños pre¬guntó: «¿Escribir una novela es como tener un montón de deberes, Mami?».
Un agradecimiento especial y cariñoso a mi marido, John Conheeney, quien continúa sobreviviendo con gran elegancia y humor a pesar de estar casado con una escritora con una fecha tope de entrega.
Una vez más repito con alegría las palabras de un monje del siglo XV: «El libro está concluido. Dejad jugar a su autor». Posdata: A mis amigos: Estoy libre para salir a cenar.