—Denuncié que mi bolsa con mis pertenencias había sido robada horas antes del fuego —dijo enfadada Karen Renfrew. Estaba con el capitán Murphy y los inspectores Sclafani y Brennan, reunidos en la misma sala donde se habían visto antes con Cornelius MacDermott y Dan Minor.
—¿A quién lo denunciaste, Karen? —preguntó Sclafani.
—A un poli que pasó en un coche patrulla. Le hice señales. ¿Saben lo que dijo?
«Ya me lo imagino», pensó Brennan.
—Dijo: «Señora, ¿no tiene ya bastante basura en esas bolsas como para preocuparse si se le ha caído una?». Pero a mí no se me cayó nada. Me la robaron.
—Lo que quiere decir es que, fuera quien fuera el que lo hizo, debía vivir en la mansión —dijo el capitán Murphy— y que esa persona era quien prendió el fuego que mató a la madre de Dan Minor. Eso quiere decir…
Karen Renfrew interrumpió al capitán.
—Puedo decirle el aspecto que tenía ese poli. Demasiado gordo y estaba en el coche con otro poli llamado Arty.
—La creemos Karen —dijo Sclafani, suavemente—. ¿Dónde estaba usted cuando le robaron la bolsa?
—En la calle Cien. Encontré un buen portal donde pasar la noche al otro lado de la calle, donde estaban restaurando un viejo edificio.
Repentinamente alertado, Sclafani preguntó:
—¿Cuál es la avenida que cruza la calle Cien a esa altura, Karen?
—Avenida Amsterdam. ¿Por qué?
—¿Qué importancia tiene? —preguntó Murphy.
—Quizá ninguna, pero podría tener mucha. Vamos tras la pista del tipo que era el capataz de aquella obra. Según su esposa, estaba terriblemente alterado por un cambio de planes en la obra que se canceló allí. Sin embargo, no nos consta que ocurriera algo así. Y no hay ni rastro de esa orden. De modo que imaginamos que podría tratarse de algo distinto. Además, todo esto ocurrió la misma tarde que se produjo el incendio en la mansión Vandermeer. Quizá todo sea una mera coincidencia, pero basándonos en la versión de su esposa, hemos estado tratando de conectar ambos enclaves.
George Brennan miró a su compañero. No había necesidad de aclarar con palabras la conexión que ya habían realizado en sus cabezas. Jimmy Ryan había estado trabajando al otro lado de la calle donde solía pernoctar Karen Renfrew. Era una borracha. No hubiera sido muy difícil robarle una de las bolsas y dejarla en el maletero de su coche mientras ella dormía. Era un buen modo de colocar una prueba falsa y así hacer creer que la mansión había ardido debido a un fuego provocado por una vagabunda. Pero el destino había querido que robara la bolsa con el abono de racionamiento y que éste no se quemara. Las piezas del rompecabezas, finalmente, empezaban a encajar y la imagen que se dibujaba no era muy agradable.
«Si esa línea de investigación se verifica —pensó Brennan asqueado—, Jimmy Ryan no sólo será el culpable de un incendio que provocó la muerte a una víctima inocente, sino también de robar a una mujer sin techo los trapos, papeles y porquería que tanto necesitaba para vivir y que arrastraba consigo a todas partes.