Dan acudió al hospital para examinar el estado de un par de pacientes recién operados. Eran las cuatro y media cuando pudo salir. De nuevo llamó a casa de Nell, pero no obtuvo respuesta. «Quizá Mac sabe algo de ella», pensó.
Cornelius MacDermott le informó de que no había hablado con su nieta, pero que, en cambio, sí lo había hecho con su hermana.
—No le bastaba con mandar a Nell a una médium chalada, sino que ahora me agobia a mí con las mismas chorradas. Está preocupada porque dice tener una premonición de que algo malo le va a pasar a Nell.
—¿Qué crees que quiere decir con eso, Mac?
—Quiere decir que no tiene nada mejor que hacer que sentarse y asustarse. Mira cómo llueve. La artritis la debe estar destrozando y ha convertido sus molestias en una especie de advertencia parapsicológica. Como si estuviera canalizando su dolor para que lo disfrutáramos nosotros. Dan, dime que soy yo el que está cuerdo. Deberías ver la mirada que Liz me está dedicando. Creo que ella también empieza a creer en estas tonterías.
—Mac, ¿crees que hay serios motivos para estar preocupado por Nell? —preguntó Dan, incisivo. «La preocupación engendra preocupación», pensó—. Todo el día de hoy no ha sido más que un motivo de inquietud tras otro.
—¿De qué tendríamos que preocuparnos? Le he dicho a Gert que viniera hacia aquí para escuchar lo que los inspectores tienen que contarnos acerca de Adam. Gert pensaba que mi yerno era el no va más porque iba por ahí abriéndole las puertas, pero Brennan me ha dicho que han averiguado un montón de porquería sobre él. No me lo querían contar por teléfono. Pero, tal como sonaba, parece que ha sido una suerte librarse de él. Los inspectores dijeron que llegarían en una hora. Primero irían al distrito 13, donde estuvimos hoy. Han localizado a la mujer cuyo bono de racionamiento fue hallado tras el incendio de la mansión. La han llevado allá para interrogarla.
—Me gustaría saber qué tiene que contarles.
—Y yo creo que deberías saberlo —dijo Mac, con un tono más cordial—. Ven aquí y podrás escuchar la versión de primera mano. Luego, cuando nos pongamos en contacto con Nell, salimos todos a cenar.
—Una cosa más. ¿Es normal que Nell ignore los mensajes? ¿Es posible que esté en casa y no coja el teléfono porque no se siente bien?
—Dios santo, Dan, no empieces tú también. —Pero Dan advirtió la preocupación de Mac en la voz—. Llamaré al portero para ver si ha entrado o salido hace poco.