Ni siquiera su enorme paraguas pudo evitar a Nell mojarse en los pocos pasos que debía dar desde el taxi hasta la puerta del edificio donde vivía Bonnie Wilson Una vez en el vestíbulo, cerró el paraguas y se secó el rostro con un pañuelo. Luego, respirando profundamente, pulsó el botón del piso de Bonnie. Bonnie no esperó a que se anunciara.
—Sube, Nell —dijo por el interfono, y abrió la puerta de entrada.
El ascensor subió trabajosamente hasta el quinto piso. Mientras salía al rellano, vio a Bonnie de pie en el umbral de su casa.
—Entra, Nell.
Detrás suyo, el apartamento estaba tenuemente iluminado. Nell jadeó, sintiendo un repentino nudo en la garganta. La luz sombría alrededor de Bonnie empezó a oscurecerse.
—Nell, te veo muy preocupada. Entra —la instó Bonnie. Paralizada, Nell obedeció. Sabía que lo que ocurriera en los instantes inmediatos en aquel lugar iba a ser inevitable. No tenía otra alternativa, ni control alguno sobre nada. Los acontecimientos que iban a sucederse ante ella tenían que materializarse hasta el fin. Entró y Bonnie cerró la puerta tras ella. Nell escuchó la doble cerradura y el desliz del pestillo.
—Están haciendo arreglos en la escalera de incendios —explicó suavemente Bonnie—. El encargado tiene la llave y no quiero que ni él ni nadie nos moleste mientras estás aquí.
Nell siguió a Bonnie, que se encaminó desde el recibidor. En la calma mortuoria, sus pasos resonaban sobre el parqué. Mientras pasaba ante el espejo, Nell se detuvo y miró.
Bonnie hizo lo propio y se volvió.
—¿Qué pasa Nell?
Estaban una junto a la otra, con sus reflejos devolviéndoles la mirada. «¿No lo ves? —Quería gritar Nell—. Tu aura está casi completamente a oscuras, igual que la de Winifred. Vas a morir».
Entonces, horrorizada, vio cómo esa oscuridad se ensanchaba y empezaba también a cubrirla a ella.
Bonnie le tocó el brazo.
—Nell, querida, entra en el estudio —la instó—. Es hora de hablar con Adam.