Cuando Sclafani y Brennan llegaron a la comisaría del distrito 13, se encontraron allí a Dan Minor y a Mac.
—Mira quién está en el mostrador —murmuró Brennan a su compañero—. El congresista MacDermott. ¿En qué andará metido?
—Hay una forma de saberlo. —Sclafani se encaminó hacia el mostrador—. Hola, Rich —dijo saludando al sargento. Después, sonriendo abiertamente, se volvió hacia Cornelius MacDermott—. Señor, es un placer conocerle. Soy el inspector Sclafani. El inspector Brennan y yo hemos estado en contacto permanente con su nieta desde la tragedia del barco. Nos ha sido de gran ayuda.
—Nell no me dijo nada acerca de ustedes, pero eso no me sorprende —comentó Mac—. La eduqué para que fuera independiente y supongo que soy un mentor de categoría. —Hizo una pausa para estrecharle la mano a Sclafani—. Estoy aquí por un asunto totalmente distinto. El doctor Minor necesita información relativa a la muerte de su madre.
Brennan se unió a ellos.
—Lo siento, doctor —dijo—. ¿Es algo reciente?
Mac respondió por Dan.
—Ocurrió hace nueve meses. La madre de Dan era una mujer atormentada a la que ha estado buscando durante largo tiempo. Se asfixió en el incendio de la mansión Vandermeer, el pasado nueve de septiembre.
Los inspectores intercambiaron miradas. Diez minutos más tarde, los cuatro hombres estaban sentados a la larga mesa de la sala de reuniones de la comisaría. El capitán John Murphy, el agente de mayor rango, se había unido a ellos. El expediente del caso y la caja con los efectos personales de la madre de Dan Minor estaban sobre la mesa.
El capitán Murphy resumió la información más relevante del expediente: «Se avistó el humo procedente de la planta baja a las siete y treinta y cuatro minutos de la tarde, y sonó una alarma. Cuando llegó el primer contingente de bomberos, unos cuatro minutos y medio después, buena parte del edificio era ya pasto de las llamas, que se propagaron gracias al hueco de un montaplatos, a través del cual alcanzaron rápidamente el tejado. A pesar del peligro, cuatro bomberos atados por un arnés exploraron las dos primeras plantas, que estaban casi devastadas. Para registrar la tercera y cuarta plantas, se mandó personal de refuerzo. En el baño de la cuarta planta se halló el cuerpo de una mujer caucásica adulta, que probablemente se había refugiado en la bañera, con el, rostro tapado con un paño húmedo. Pero, a pesar de los esfuerzos del equipo médico, no respondió a la reanimación cardiopulmonar y fue declarada muerta a las nueve y media de la noche. La causa de la muerte: asfixia por inhalación de humo».
El capitán observó a Dan, que escuchaba atentamente con la mirada gacha y las manos entrelazadas sobre la mesa.
—En cierto modo, es un consuelo que el fuego nunca llegara a alcanzarla. Pero el calor y la densidad del humo pudieron con ella.
—Agradezco su interés y dedicación —dijo Dan—. Lo que ahora quiero saber es por qué se la considera responsable de haber provocado el incendio.
—El fuego se inició en lo que había sido la biblioteca de la primera planta. La ventana de esa estancia explotó enseguida y algunos papeles aterrizaron en la calle, incluido un bono de racionamiento de comida. Ése fue el motivo por el que su madre no pudo ser identificada de inmediato. Resultó que el bono pertenecía a otra mujer, que declaró haber denunciado el robo de una de sus bolsas unas horas antes.
—¿Me está diciendo que había otra persona sin techo en el edificio?
—No tenemos motivos para creerlo. Sin duda, no hubo ninguna otra víctima. En la biblioteca había restos de comida y un colchón. Creemos que su madre se guarecía en la mansión Vandermeer, provocó el incendio accidentalmente, quizá mientras trataba de cocinar algo, y subió al baño del piso superior, que era el único que aún funcionaba. Allí se vio atrapada. En el caso de que hubiera tratado de salir, el humo debía de haber alcanzado tal densidad que, probablemente, no habría sido capaz de alcanzar la escalera.
—Bien, ahora dejen que les cuente algo acerca de mi madre —dijo Dan—. Ella tenía un miedo patológico al fuego y especialmente a la lumbre de un hogar. No existe ni una remota posibilidad de que fuera ella quien lo encendiera.
Observó la expresión de educada incredulidad en los rostros del capitán y los detectives.
—Mi padre se marchó de casa cuando yo tenía tres años. Mi madre entró, entonces, en un estado de depresión crónica que la llevó a la bebida. Se controlaba durante el día, pero una vez que yo estaba acostado, se ponía a beber hasta caer rendida por el sopor etílico.
La voz de Dan se quebró por un momento.
—De niño me solía preocupar por ella. A menudo, me despertaba y bajaba las escaleras envuelto en mi manta. Y, como siempre, la encontraba dormida en el sofá con una botella vacía a su lado. Por aquel entonces le gustaba el calor del fuego en el hogar y acostumbraba leerme algo antes de llevarme a la cama. Una noche, cuando bajé para ver cómo estaba, se había desmayado en el suelo ante la chimenea. Me quité la manta para taparla y se incendió. Cuando traté de apartarla, se me prendió el pijama.
Dan se levantó, se quitó la chaqueta y se desabrochó la manga de la camisa.
—Estuve a punto de perder el brazo —dijo arremangándose—. Pasé casi un año entero en el hospital, me hicieron varios injertos de piel, y luego pasé por un período de rehabilitación para recuperar la movilidad del brazo. El dolor era espantoso. Mi madre estaba roída por el sentimiento de culpa y temía por la posibilidad de que la acusaran de negligencia. Un día, después de pasar toda la noche junto a mi cama del hospital, se fue y no regresó jamás. No podía soportar el dolor por lo que me había sucedido. No teníamos idea de dónde estaba hasta hace siete años, cuando la reconocimos en un documental de la televisión acerca de la gente sin techo de Nueva York. Contratamos a un detective privado y éste habló con algunas personas que dormían en los refugios y la conocían. Todas contaban historias varias acerca de ella, pero había algo en lo que todos coincidían: la aterraba la mera visión de una llama.
El brazo izquierdo de Dan era una masa de carne cosida y cicatrizada. Flexionó la mano y extendió el brazo.
—Me llevó mucho tiempo recuperar el movimiento y el control —dijo—. No es algo agradable de ver, pero la dedicación de aquellos médicos y enfermeras me indujeron a que me convirtiera en un buen cirujano encargado de una unidad de quemados. Se bajó la manga y la abotonó.
—Hace unos meses conocí a una vagabunda llamada Lilly que tuvo trato con mi madre. Hablé con ella largo y tendido. También sacó el tema del temor de mi madre por el fuego.
—El caso tiene una base muy sólida, doctor —dijo Jack Sclafani—. Es posible que Karen Renfrew, la mujer que denunció el robo de su bono, fuera quien prendiera el fuego. La mansión era enorme. Posiblemente, no tenía ni idea de que también su madre se encontraba allí.
—Es posible. Por lo que yo sé, cuando mi madre pasaba por uno de sus períodos depresivos más negros, siempre buscaba un sitio donde pudiera estar completamente sola.
Dan se puso la chaqueta.
—Yo no pude salvar a mi madre de sí misma —dijo—. Pero puedo salvar su reputación, sea cual fuere. Quiero que su nombre no aparezca como sospechosa del incendio.
Sonó el teléfono.
—Dije que no pasaran llamadas —musitó el capitán mientras lo cogía—. Es para ti, Jack.
Sclafani cogió el aparato.
—Sclafani —soltó.
Cuando colgó, miró a Brennan.
—Nell MacDermott dejó un mensaje hace algo más de una hora. Sabe dónde está el banco, en Westchester, cerca de la residencia de la madre de Winifred Johnson. Les informó que llegaríamos con una orden de registro.
Hizo una pausa.
—Hay algo más. Llamé esta mañana a Dakota del Norte para ver qué pasaba con el tipo que tenía algo que decirnos. Nos llamó hace un rato y dejó un mensaje. Ha compilado un informe entero sobre Adam Cauliff, y nos lo está mandando.
—¿De qué están hablando? —Preguntó Mac—. ¿Qué le pasa a Nell y por qué están investigando a Adam Cauliff?
—Como dije antes, su nieta nos ha sido de gran ayuda en esta investigación, señor —dijo Sclafani—. En cuanto a su marido, nuestro contacto en Dakota del Norte ha estado husmeando en su pasado. Aparentemente, ha dado con información bastante inquietante. Sin duda, Adam Cauliff ocultaba algo que no quería que ni usted ni su nieta supieran.