Al mediodía, Dan Minor abrió la puerta de la Oficina Forense sita en la calle Trece esquina con la Primera Avenida. Mac le estaba esperando en recepción.
—Lamento llegar tarde.
—No llegas tarde —dijo Mac—. Siempre llego antes. Nell dice que es mi modo de poner nerviosa a la gente. —Agarró la mano de Dan—. Lamento muchísimo que esto haya terminado así.
Dan asintió.
—Lo sé y agradezco de verdad tu ayuda.
—Nell quedó muy conmocionada cuando se lo conté. Seguro que te llama.
—Ya lo hizo. Anoche vino a hacerme compañía. —Una media sonrisa alumbró los labios de Dan—. Después de ver que no tenía nada para comer, me hizo la cena con las sobras.
—Eso es muy propio de Nell —dijo Cornelius MacDermott. Le indicó la puerta más allá de la recepción—. Un funcionario tiene el expediente de tu madre para que le eches una ojeada.
Habían tomado la foto del rostro y del cuerpo desnudo de Quinny. «Tan delgada —pensó Dan—. Debía de estar anémica». Sin duda, era el mismo rostro que en el retrato digitalizado, pero, una vez muerta, parecía como si hubiera recuperado cierta placidez. Sus pómulos altos, la nariz estrecha y los ojos grandes eran los mismos que los de la joven que recordaba.
—Los únicos rasgos distintivos en el cuerpo eran unas cicatrices en las palmas de las manos —dijo el funcionario—. El médico encargado de la autopsia afirmó que se trataba de quemaduras.
—No me extraña —dijo Dan, con voz baja y triste.
Había una copia de la misma instantánea que llevaba siempre consigo.
—¿Dónde está la foto ahora? —preguntó.
—La guardan como prueba en el distrito 10.
—¿Prueba? ¿Prueba de qué?
—No hay motivo para enfadarse —dijo Mac para suavizar—. Sin duda, no albergaba intención ninguna de incendiar el edificio, pero en opinión de los expertos, el nueve de septiembre fue una noche desacostumbradamente fría para esa época del año. Aparentemente, Quinny tiró algunas astillas al hogar, encendió el fuego y subió al baño. La escotilla de la chimenea estaba cerrada y sus cosas estaban muy cerca del fuego. En unos instantes, el lugar se convirtió en un infierno.
—Puede que mi madre muriera en aquel incendio, pero no lo provocó ella —repuso Dan sin dudarlo—. Y déjame que te diga por qué —respiró profundamente—. Aún mejor, déjame demostrarte por qué.