Después de que Gert saliera del apartamento, Nell había regresado a su escritorio y releído la columna que ya había bosquejado antes para la edición del viernes del Journal. Era un artículo acerca de las largas y frenéticas campañas que, cada vez más, caracterizan las elecciones presidenciales en Estados Unidos.
Su siguiente —y según lo decidido— última columna sería al mismo tiempo una despedida y un anuncio de su intención de vivir el frenesí de la campaña en persona, presentándose como candidata para el escaño de diputado de su abuelo al Congreso «Lo decidí hace dos semanas —pensó Nell mientras corregía el trabajo redactado—, pero no ha sido hasta ahora cuando la confusión, las dudas y la inseguridad parecen haberse disipado. Inspirada por Mac, siempre supe que quería seguir una carrera política, pero durante todo aquel tiempo no había dejado de albergar muchos temores y recelos.
»¿Había procedido de Adam toda esa negatividad?», se preguntaba. Sentada en su estudio, volvió a pensar en las discusiones que habían tenido por su voluntad de volcarse en la carrera política. «No entiendo qué es lo que le hizo cambiar de idea —pensó—. Cuando nos casamos hace tres años, no cabía en sí de gozo por verme ocupar el viejo escaño de Mac, pero luego no sólo no me apoyó ante la expectativa sino que se volvió directamente hostil. ¿Por qué ese vuelco radical en su actitud?».
Era una cuestión que la roía por dentro y que tenía una significación añadida desde su muerte. «¿Había algo en la vida de Adam que le pusiera nervioso a la hora de tener que lidiar con el escrutinio público?». Se levantó del escritorio y empezó a caminar impaciente por el apartamento, deteniéndose junto a los estantes que flanqueaban el hogar en el salón. Adam solía coger algún libro que no hubiera leído, hojearlo brevemente, y reponerlo en su sitio. Moviendo simultáneamente ojos y manos, Nell reordenó los volúmenes para que los libros que solía releer estuvieran más al alcance de su cómodo sillón de lectura.
«Estaba sentada en este sillón leyendo una novela, cuando me llamó por vez primera —recordó—. Me sumía en el desconcierto por no saber nada de él. Nos habíamos conocido en una fiesta y nos sentimos mutuamente atraídos. Cenamos y prometió llamarme. Pero tuve que esperar dos semanas. Estaba decepcionada. »Recuerdo que acababa de llegar de la boda de Sue Leone en Georgetown. Buena parte de los invitados estaban casados y se mostraban mutuamente fotos de sus hijos recién nacidos. Yo estaba ansiosa por conocer a alguien que valiera la pena y con Gert solíamos bromear acerca de ello. Dijo que había desarrollado un aguzado instinto por anidar… Y me advirtió que no esperara demasiado.
»Y lo hice. Cuando miro atrás pienso en un par de hombres con los que podría haberme casado y me pregunto qué es lo que en el nombre de Dios, estaba yo esperando.
»Entonces Adam llamó. Eran casi las diez de la noche. Dijo que había estado fuera de la ciudad por trabajo y le había tomado más tiempo del esperado. Dijo que me echaba de menos, pero que le fue imposible telefonearme porque olvidó mi número en su apartamento de Nueva York.
»Estaba tan deseosa de enamorarme y Adam era tan atractivo. Yo trabajaba para Mac, Adam acababa de comenzar en su primer trabajo en la ciudad en un pequeño despacho de arquitectos. Teníamos tanta vida ante nosotros, cuando nuestra vida en común estaba aún por empezar. Fue un noviazgo tormentoso —recordó—. Nos casamos tres meses después, una boda plácida a la que sólo asistió mi familia. Pero no me importó. Nunca deseé una gran fiesta».
Sentada ahora en su sillón favorito, le asaltaban de nuevo los recuerdos de aquellos tiempos tan especiales e impetuosos. «Todo ocurrió tan deprisa y resultó tan excitante. ¿Qué fue lo que me atrajo tan descaradamente hacia Adam? —se preguntaba Nell, rememorando con tristeza al hombre que había amado y que había perdido de manera tan brutal—. Sé lo que era: era un ser absolutamente encantador. Me hacía sentir especial.
»Y, naturalmente, había más —se dijo Nell—. Adam era, de algún modo, la antítesis de Mac. Sé lo que Mac siente hacia mí, pero es de esos hombres que se atragantarían al pronunciar la palabra amor. Yo estaba hambrienta porque alguien me dijera enseguida y apasionadamente que me amaba. "Mi madre quería financiar mi carrera profesional, pero yo no se lo permití —le había dicho Adam—. Yo le recordé que había sido ella quien me enseñó a no pedir prestado ni a ser un prestador. Y así fue".
»Yo admiraba esa actitud —pensó Nell—. Creo que Adam, al igual que Mac, te darían hasta el último centavo, sintiéndose al mismo tiempo horrorizados ante la posibilidad de que fueran ellos los que pidieran dinero prestado. "Apáñate con lo que tengas o no lo hagas, Nell", era la lección que Mac me había enseñado.
»Sin embargo, todo eso cambió más tarde. Adam no tuvo reparos en pedirme que dispusiera de mi fondo fiduciario para prestarle un millón de dólares —pensó Nell—. ¿Qué ocurrió con sus aguerridos principios?». Pero, naturalmente, no se lo preguntó. Tan pronto como estuvieron casados, le pidió a Mac que le ayudara a conseguir un trabajo mejor. Y así es como acabó trabajando para Walters & Arsdale.
«Entonces, los abandonó para abrir su propio despacho, sirviéndose del resto del dinero que yo le había prestado».
Las últimas dos semanas habían sido terribles. Primero la muerte de su marido, y luego todas esas insinuaciones de que el hombre con quien se había casado no era el que parecía ser. «No quiero creer que estaba implicado en esa trama de fraudes y sobornos —se dijo Nell—. ¿Por qué se involucraría él en algo así? No necesitaba el dinero. El yate era su único lujo. No habría tenido que pedirme dinero, si hubiera estado apropiándose de cantidades bajo mano», razonó.
«Pero ¿por qué no me dijo que su proyecto había sido rechazado por Peter Lang?». Ésa era la pregunta para la que iba a tener que hallar una respuesta.
«Y ¿por qué dio ese giro de ciento ochenta grados cuando empecé a plantear seriamente la posibilidad de presentarme para el escaño de Mac? Él siempre echaba las culpas de todo a Mac.
Dijo que Mac nunca me dejaría ser yo misma, que no lo sería mientras él siguiera manteniendo la misma influencia sobre mí, y que acabaría por convertirme en su marioneta. Bien, quizá fuera así, pero ahora me inclino a pensar si no era Adam quien me estaba manipulando.
»¿Qué motivos, aparte de su desdén hacia Mac y hacia, probablemente, la política en general, empujaban a Adam a no ser noticia en los medios de comunicación?».
Mientras repasaba mentalmente lo que había ido descubriendo en los últimos días, empezó a formarse una respuesta con cierto sentido que la había estado asediando, una respuesta que le helaba la sangre. «Adam sabía que si me presentaba a ese puesto los medios de comunicación y mis adversarios políticos hurgarían a fondo en nuestra historia personal para ver si nos "habíamos dejado algún esqueleto en el armario". Pero se puede confiar en mi honestidad, estoy limpia —pensó—. ¿Qué es lo que temía él?… ¿Podría haber algo de cierto en los rumores de que quizás había aceptado sobornos? ¿Era él de algún modo responsable de esa restauración defectuosa del edificio en la avenida Lexington cuya fachada se derrumbó el otro día?».
Ansiosa por apartar de su mente esos temores, Nell decidió dedicarse a una de las tareas que había relegado. El encargado de mantenimiento le había traído a casa una pila de cajas para que empaquetara en ellas la ropa de Adam. Fue al dormitorio y puso la primera caja sobre la mesa. Los ordenados montones de ropa interior y calcetines desaparecieron en su interior.
«Las preguntas engendran preguntas», pensó. Mientras seguía empaquetando la ropa de Adam, decidió enfrentarse a la cuestión que había estado evitando de manera deliberada en los últimos días: «¿Estaba de verdad enamorada de Adam o sólo deseaba estarlo?».
«Si no me hubiera apresurado tanto en contraer matrimonio con Adam, ¿se habría erosionado la atracción inicial? ¿Veía en él sólo lo que quería ver? ¿Quizá me estaba negando siempre la verdad a mí misma? Lo cierto es que nuestro matrimonio no fue un éxito. Al menos, no para mí. Me dolía tener que abandonar mis objetivos profesionales por él. Tampoco me preocupaba que Adam saliera el fin de semana con su yate a pescar y navegar. Me gustaba pasar tiempo sola y pasarlo también con Mac.
»¿Podría ser que mis dudas respondieran a algo distinto? —se preguntó cerrando una de las cajas. La dejó en el suelo y agarró otra—. ¿O es simplemente que ya he lamentado demasiadas muertes en mi vida y trato ahora de hallar una razón para dejar de hacerlo?
»He leído que mucha gente se enfada con sus seres queridos cuando éstos mueren. ¿Es eso lo que me sucede?».
Nell dobló cuidadosamente la ropa de deporte —pantalones holgados, vaqueros y camisas de manga corta— y la dispuso en las cajas. Las corbatas, los pañuelos y los guantes fueron los últimos artículos en quedar almacenados. La cama ya estaba despejada. No tenía ánimos para proseguir con el armario. «Eso puede esperar otro día», pensó.
La señora Ryan la telefoneó a primera hora de la tarde, e insistió en que se vieran aquella misma noche. El tono denotaba brusquedad, casi maleducado; Nell incluso estuvo tentada de mandar a paseo a la mujer. Pero Lisa Ryan sufría mucho, y merecía que se le diera tiempo para poder asimilar la pérdida de su marido.
Miró su reloj. Eran más de las seis. Lisa Ryan dijo que llegaría a las seis y media; eso le daba tiempo suficiente para refrescarse y relajarse un poco. Un vasito de Chardonnay también ayudaría en algo, decidió.
El ascensorista ayudó a Lisa a subir el par de pesados paquetes al apartamento de Nell.
—¿Dónde puedo ponerlos, señora MacDermott? —preguntó.
Fue Lisa quien respondió.
—Póngalos allí —dijo, señalando la mesa redonda bajo la ventana que daba sobre Park Avenue.
El ascensorista miró a Nell, quien asintió.
Cuando la puerta se cerró tras ella, Lisa habló en tono desafiante:
—Nell, tengo pesadillas. Veo a los policías llegando a mi casa con una orden de registro, encuentran el maldito dinero y me arrestan delante de mis hijos. Jamás se atreverían a hacer algo así contigo. Por eso debes quedarte con el dinero hasta que se lo puedas devolver a alguien.
—Lisa, eso es del todo imposible —le dijo Nell—. Agradezco tu confianza, pero nadie en el mundo me obligará a que yo pueda quedarme o devolver un dinero que fue entregado a tu marido porque aceptó meterse en algo ilegal.
—¿Cómo sabes que tu marido no estaba metido en lo mismo? —Preguntó Lisa—. De entrada, hay algo muy extraño en el modo en que Jimmy consiguió su trabajo. Mandó su currículum a todas las empresas relacionadas con la construcción, pero sólo tu marido respondió ¿Era Adam un alma samaritana dispuesta a dar trabajo a un hombre continuamente boicoteado por el mero hecho de ser honesto? ¿O le consiguió un trabajo con Sam Krause, precisamente porque pensó que el pobre Jimmy andaba lo bastante desesperado para resultar útil en sus chanchullos? Eso es lo que quiero saber.
No conozco la respuesta —dijo Nell pausadamente—. Sólo sé que no importa quién salga mal parado. Es importan averiguar de qué modo y por qué Jimmy podía serle útil a alguien.
El rostro de Lisa Ryan palideció repentinamente.
—Quien pretenda sacar a relucir el nombre de Jimmy en este asunto tendrá que pasar por encima de mi cadáver —exclamó—. Antes cogeré el maldito dinero y lo tiraré al río. Es lo que tendría que haber hecho cuando lo encontré.
—Lisa, escúchame —le rogó Nell—. ¿Te has enterado de lo de la fachada de la avenida Lexington que se derrumbó? Hay tres personas heridas y una de ellas puede que muera.
¡Jimmy nunca trabajó en la avenida Lexington!
—No he dicho que lo hiciera, pero sí trabajó para Sam Krause y fue su empresa la que se encargó de la restauración. Si Krause es responsable de una chapuza en ese edificio, es más que posible que cometiera algunas más en otros. Quizá hubo otros trabajos donde Jimmy estuvo empleado y en el que se recortaran los gastos de manera fraudulenta y se emplearan materiales de mala calidad. Quizá haya otro edificio estructuralmente defectuoso, otro accidente a punto de suceder. Jimmy Ryan escondió ese dinero y nunca lo gastó; y por lo que me has dicho, estaba sumido en una profunda depresión. Tengo la impresión de que era el tipo de hombre a quien le gustaría que hicieras todo lo posible por evitar una nueva tragedia.
La expresión desafiante del rostro de Lisa se fue desvaneciendo y se descompuso en hondos y quebrados sollozos. Nell pasó s brazos alrededor de ella. «Es tan desvalida —pensó, conmocionada—. Sólo es unos pocos años mayor que yo, y aquí está, enfrentada a la responsabilidad de criar a tres hijos casi sin recursos. Y, aun así, tiraría cincuenta mil dólares al río antes que alimentar y vestir a sus hijos con dinero sucio».
—Lisa —dijo—. Sé por lo que estás pasando. Yo también debo enfrentarme a la posibilidad de que mi marido haya estado involucrado en un asunto de corrupción o de que haya hecho la vista gorda ante el uso de materiales defectuosos. Yo no tengo hijos que proteger, pero si Adam hubiera sido cómplice de algo ilegal y llegara a saberse, eso me costaría mi incipiente carrera política. Quiero que me des permiso para hablar con los inspectores que se ocupan de la investigación. Les pediré que hagan todo lo posible por mantener el nombre de Jimmy fuera de toda sospecha; pero Lisa, ¿te das cuenta de que si Jimmy sabía demasiado del asunto, es posible que fuera él el objetivo de la explosión que hizo volar el yate?
Nell hizo una pausa. Entonces prosiguió con la idea que había estado barruntando desde el lunes, cuando Lisa le contó por primera vez lo del dinero.
—Lisa, si alguien teme que Jimmy te pudiera haber explicado cómo consiguió ese dinero, tú también podrías ser considerada una amenaza. ¿Lo has pensado?
—¡Pero no me lo dijo!
—Tú y yo somos las únicas que lo sabemos —dijo Nell, rozando suavemente el brazo de la otra mujer—. ¿Te das cuenta ahora del por qué hemos de declarar la existencia de ese dinero a la policía?