Ben Tucker volvió a tener pesadillas en las noches del lunes y del martes, pero no eran tan alarmantes como las de días precedentes. Desde que había dibujado el barco explotando y había hablado con la doctora Megan acerca de cómo cualquiera en su lugar se alteraría y asustaría después de vivir una experiencia tan terrible, había empezado a sentirse mejor.
Ni siquiera le importaba que acudir de nuevo a la consulta significara perderse su partido de liga y eso que jugaban contra los segundos. Al entrar en la consulta, así se lo hizo saber.
—¡Eh!, me haces sentir muy bien, Benjuí —dijo ella—. ¿Te apetece seguir dibujando para mí?
Esta vez le resultó más fácil porque la serpiente no parecía tan terrible. De hecho, Ben se dio cuenta de que la «serpiente» ni siquiera parecía una verdadera serpiente. En los sueños de las últimas noches, no había estado tan asustado y había podido ver con mayor claridad.
A medida que dibujaba, su concentración era tan intensa que se mordió la lengua, chisporroteando saliva por la desagradable picazón.
—Mi madre siempre se ríe cuando hago eso.
—¿Cuándo haces qué, Ben?
—Cuando me muerdo la lengua. Dice que su padre siempre lo hacía cuando se concentraba mucho.
—Qué bueno es ser como el abuelo. Sigue concentrándote.
La mano de Ben empezó a moverse con trazos rápidos y seguros. Le gustaba dibujar y era bueno haciéndolo. Le enorgullecía. Él no era como otros chicos de la clase que se reían de todo y dibujaban siempre tonterías, en lugar de tratar de hacer algo que pareciera real. Pensaba que eran auténticos idiotas.
Prefería que la doctora Megan se mantuviera un poco aparte, tomando notas sin prestarle atención. De ese modo, le era mucho más fácil.
Terminó el dibujo y dejó el bolígrafo. Reclinándose hacia atrás, miró atentamente su creación.
Le gustó cómo había quedado, aunque el dibujo le sorprendía. Ahora podía ver que la «serpiente» no se parecía en nada a una serpiente. En el momento de la explosión todo le resultó aterrador y quizá por ello se confundió.
Lo que había visto deslizándose lejos del barco no era un reptil. Más bien parecía una persona embutida en un traje negro, ajustado y brillante con una máscara, que sostenía un objeto semejante al bolso de una mujer.