—La parcela Vandermeer no es más que una de las muchas propiedades en estudio por parte de Empresas Lang —dijo Peter Lang con frialdad.
Decididamente, no estaba gozando con la visita matinal de aquel miércoles por parte de los inspectores Jack Sclafani y George Brennan. Conversaban en su oficina del piso superior, número 1200 de la avenida de las Américas.
—Por ejemplo —prosiguió, en tono condescendiente—. Este edificio es nuestro. Podría guiarle por todo Manhattan y mostrarle la extensa gama de propiedades que poseemos, así como las que gestionamos como agentes inmobiliarios. Pero caballeros, antes de que sigan malgastando mi precioso tiempo, debo preguntarles: ¿de qué se trata?
«Se trata —pensó Sclafani— de que estás ganando enteros como el sospechoso principal en cuatro asesinatos, así que tendrás que empezar a bajar del burro».
—Señor Lang, somos conscientes de lo ocupado que está —dijo George Brennan, en tono conciliador—. Pero estará de acuerdo conmigo en la necesidad de formularle una serie de preguntas. Ayer fue a ver a Nell MacDermott, ¿no?
Lang arqueó una ceja.
—Sí, lo hice, ¿y qué?
«Ese tema no le interesa —dedujo Sclafani—. Hasta ahora se ha sentido jugando en casa y seguro de sí mismo. Pero todo su dinero, sus aires y su educación no le valdrán de nada si podemos colgarle un cuádruple asesinato. Y él lo sabe».
—¿Cuál era el propósito de su visita a la señora MacDermott?
—Negocios —repuso Lang, consultando su reloj—. Caballeros, me temo que tendrán que excusarme. Tengo que asistir a reunión.
—Esto es una reunión, señor Lang —replicó Brennan, cuya voz se aceraba por momentos—. Cuando hablamos con usted hace unos diez días, nos dijo que estaba en tratos con Adam Cauliff en un posible proyecto conjunto del que él sería el arquitecto.
—Lo cual es y era verdad.
—¿Podría explicarnos en qué consiste ese proyecto?
—Me parece haberlo hecho ya en nuestro encuentro anterior. Adam Cauliff y yo poseíamos parcelas anexas en la calle Veintiocho. Considerábamos la posibilidad de unirlas para construir un complejo de apartamentos y oficinas.
—¿Habría sido el señor Cauliff el arquitecto de ese proyecto?
—Adam Cauliff fue conminado a entregar un diseño a tal efecto.
—¿Cuándo rechazó usted ese diseño, señor Lang?
—Yo no diría que fuera rechazado. Diría que quizá necesitara replantearse.
—Eso no es lo que le dijo a su esposa, ¿verdad?
Peter Lang se puso en pie.
—He intentado cooperar. Veo que estoy malgastando mis esfuerzos y que no es posible hablar con ustedes amistosamente. Detesto su tono y su actitud. Si esto ha de seguir por este camino, insistiré en llamar a mi abogado.
—Sólo otra pregunta, señor Lang —pidió el inspector Sclafani—. ¿Hizo usted una oferta terminante sobre la propiedad Vandermeer, después de que la mansión perdiera su condición monumento histórico?
—El ayuntamiento quería desesperadamente unos terrenos que yo poseía y negocié. La ciudad se quedó con la mejor parte.
—Sólo una última cosa, por favor. Si no hubiera contratado a Adam Cauliff como arquitecto para el proyecto, ¿él le hubiera vendido a usted su parcela?
—Hubiera sido una locura no hacerlo. Pero, obviamente murió antes de poder completar transacción alguna.
—Y presumo que ése fue el motivo de su visita a la viuda. Suponga que ella se niega a venderle la propiedad.
—Esa es, sin duda, su decisión. Señores, deben excusarme. Si tienen otras preguntas que hacerme, llamen a mi abogado. —Lang pulsó el intercomunicador—. Los señores Brennan y Sclafani se van ya —le dijo a su secretaria—. Por favor, acompáñales al ascensor.