El lunes por la tarde, en su segunda consulta con Ben Tucker, la doctora Megan Crowley condujo hábilmente la conversación hacia el día en que el niño había visto explotar el yate en el puerto de Nueva York. Habría preferido otro par de sesiones antes de sacar a relucir el tema, pero Ben sufrió de nuevo pesadillas durante el fin de semana, y ya podía ver el grave efecto que le ocasionaban.
Empezó la sesión hablando de paseos en transbordador.
—Cuando yo era pequeña, solíamos ir a un sitio llamado Martha's Vineyard —dijo—. Me encantaba ir allí, ¡pero chico!, era un largo viaje, al menos desde aquí. Seis horas en coche y, luego, otra hora más en transbordadores.
—Los transbordadores son un asco —dijo Ben—. Cuando yo cogí uno, me dieron ganas de vomitar. No quiero volver a montar en uno nunca más.
—¿Dónde lo tomaste, Benjy?
—En Nueva York. El día en que mi padre me llevó a ver la Estatua de la Libertad. —Hizo una pausa—. Cuando aquel yate explotó.
Megan esperó.
La expresión de Ben devino reflexiva.
—Yo estaba mirándolo. Era muy bonito. Deseaba estar navegando en ese yate en lugar de ir en aquel transbordador espantoso, pero ahora estoy contento de que no fuera así. —Frunció entrecejo—. No tengo ganas de hablar de ello.
Megan vio la expresión de temor que le embargaba. Sabía que estaba pensando en la serpiente, pero desconocía aún la conexión.
—Ben, hay veces en que hablar sobre cosas molestas es de gran ayuda. Contemplar la explosión de un barco resulta terrible.
—Pude ver la gente —susurró.
—Ben, ¿sabías que si eres capaz de dibujar lo que viste, estoy, segura de que podré ayudar a quitártelo de la cabeza? ¿Te guste dibujar?
—Me encanta.
Megan guardaba en su consulta papel de dibujo, rotuladores y lápices de colores. Unos minutos después, Ben estaba inclinado sobre la mesa, profundamente concentrado.
Observándole, Megan advirtió que el niño debía de haber visto la explosión con mucho mayor detalle del que su padre sospechaba.
El cielo del dibujo se llenó de restos vivamente coloreado en llamas. Otros objetos semejaban pedazos de mobiliario y vajilla resquebrajados.
El rostro de Ben pareció agarrotarse, tenso, en el momento de dibujar lo que sin duda era una mano.
Entonces, dejó el lápiz.
—No quiero dibujar la serpiente.