El lunes por la tarde, Dan Minor llegó a casa. Había un mensaje de Lilly Brown en el contestador. Cuando lo escuchó no sonaba en absoluto como deseaba que lo hiciera.
Lilly parecía nerviosa y su discurso era apresurado:
—Doctor Dan —empezó—. He estado preguntando repetidamente por todas partes acerca de Quinny. Tiene un montón de amigos, pero nadie ha sabido nada de ella durante meses. Algo no va bien. Hay un grupo de gente con la que suele estar a veces, que vive en los viejos bloques de la calle 4 Este. Se estaban preguntando si quizá esté enferma y la hayan ingresado en algún hospital. A veces, cuando Quinny pasaba por una de sus depresiones más profundas, no hablaba ni comía durante días.
«¿Es allí donde la encontraré? —se preguntó Dan, sintiendo que el corazón le daba un vuelco—. ¿Encerrada en una institución psiquiátrica o algo peor?». El pasado invierno había sido terriblemente frío en Nueva York. Si en otoño aún seguía en la ciudad, se sumió en una depresión profunda, le puede haber sucedido cualquier cosa.
«¿Por qué estaba tan convencido de encontrarla? —se preguntó, sintiendo por primera vez que su resolución flaqueaba—. Pero todavía no ha terminado… Y no puedo quedarme sentado esperando que aparezca así como así. Mañana empezaré a investir en los hospitales». También se vio obligado a admitir que tenía que averiguar cuál era el departamento del ayuntamiento que tramitaba las listas de los muertos sin identificar.
Lilly había hablado con personas sin techo que ocupaban algunos edificios de la calle Cuatro. Resolvió que la semana siguiente se acercaría hasta allí y trataría de hablar con alguna de ellas.
Pero podía hacer algo más. Gracias a Lilly, tenía la descripción actual de Quinny. Dijo que su pelo era ya completamente cano y largo hasta los hombros.
«—Es incluso más delgada que en la vieja foto que conservas —había dicho—. Le sobresalen los pómulos, pero todavía se puede adivinar que fue hermosa en su juventud».
«Hay sitios donde es posible envejecer virtualmente por ordenador —pensó Dan—. El Departamento de Policía puede hacerlo».
Decidió que ya era hora de escoger otros caminos para encontrar a Quinny e, incluso si se tratara de malas noticias, saber exactamente lo que le había sucedido.
Mientras se cambiaba los pantalones cortos por un chándal largo para salir a correr de nuevo por el parque, se vio a sí mismo deseando otro encuentro fortuito con Nell MacDermott.
Esa posibilidad le ayudó a aliviar la creciente ansiedad que atenazaba acerca de Quinny. «Me he convertido en lo que soy gracias a ella —pensó—. Por favor, déjame verla para decírselo» rogó.