A las tres en punto de la tarde, Nell llamó al timbre del apartamento de Bonnie Wilson, en la esquina de la calle Setenta y tres y el West End. Al oír el leve rumor de unos pasos acercándose del otro lado de la puerta, pensó por un momento en retroceder a toda prisa hacia el ascensor y desaparecer.
«Por Dios. ¿Qué es lo que estoy haciendo aquí? —se preguntó—. Mac tiene razón. Toda esta palabrería de los médiums y los mensajes emitidos por los seres queridos ya muertos no es más que un camelo. Soy una idiota por ridiculizarme a mí misma si acabo por creerme todas estas cosas».
La puerta se abrió.
—Entra, Nell.
La primera impresión de Nell fue que Bonnie Wilson resultaba más atractiva en realidad de lo que le había parecido en la televisión. Su pelo negro azabache producía un asombroso contraste con su piel de porcelana. Las dos mujeres tenían, aproximadamente la misma altura, pero Bonnie era de una delgadez extrema, parecía casi desnutrida.
Sonrió con aire culpable.
—Nunca he hecho nada de este tipo —explicó Bonnie, mientras acompañaba a Nell desde el vestíbulo y por el pasillo hasta un pequeño estudio—. A veces, ha ocurrido que, estando en contacto con alguien del otro mundo, otra persona se comunica conmigo. Pero ésta es una situación enteramente diferente.
Le indicó una silla.
—Por favor, siéntate, Nell. Comprenderé perfectamente que, si después de hablar un rato nada de esto te convence, te levantes y te vayas. No me ofenderé. Por lo que me dice tu tía, no te sientes muy cómoda con el tema de la comunicación con aquellos que fallecieron.
—Para ser sincera, es muy posible que me vaya y me alegra saber que eres consciente de ello —dijo Nell, algo envarada—. Pero después de lo que me dijo la tía Gert, sentí que tenía que venir. A lo largo de mi vida, he pasado por varias experiencias que creo que podrían ser consideradas episodios psíquicos. Probablemente, Gert te lo ha contado.
—No, no lo ha hecho. Durante los últimos años, hemos coincidido en algunos encuentros de la Asociación Psíquica y estuve en una reunión en su apartamento, pero nunca hablamos de ti.
—Bonnie, tengo la impresión de que debo ser muy directa contigo —dijo Nell—. La verdad, no me puedo tragar que seas capaz de hacer algo semejante a coger un teléfono para comunicarse con un muerto. Ni puedo aceptar que alguien del «otro mundo», como lo denominan los libros que he leído, sea capaz de hacer lo propio y ponerse en contacto contigo.
Bonnie Wilson sonrió.
—Aprecio tu franqueza. De todos modos, personas dotadas de poderes psíquicos y yo, por razones que están más allá de nuestro alcance, hemos sido escogidas como mediadores entre los difuntos y sus seres queridos en la Tierra. Habitualmente, acude a mí gente abatida por una pérdida y con la intención de seguir en contacto con aquel ser querido. Pero, otras veces, funciona de modo distinto. Por ejemplo, un día en que estaba ayudando a un marido fallecido a mandarle un mensaje a su esposa, fui interrumpida por una persona llamada Jackie, quien había muerto en un accidente de automóvil. No entendía de qué modo podía ayudarla. Una semana más tarde, recibí una llamada de una mujer a la que no conocía.
Nell tuvo la impresión de que los ojos de Bonnie Wilson se ensombrecían a medida que hablaba.
—Esa mujer me había visto en la televisión y quiso concertar una cita para una consulta. Al encontrarnos, me contó que su hijo Jackie había perdido la vida en un accidente. Era la madre del chico que me había hablado desde el otro mundo.
—Pero la coincidencia en el hecho de que yo esté aquí es mucho menor. De entrada, tú conoces a Gen —protestó Nell—. Los periódicos iban saturados de noticias relativas a la explosión del yate y casi todos ellos mencionaron el hecho de que Adam estaba casado con una nieta de Cornelius MacDermott.
—Y ésa es precisamente la razón por la que, cuando Adam contactó conmigo durante una de mis sesiones, me dio su nombre y preguntó por Nell. Entonces supe que tenía que acudir a Gert.
Nell se puso en pie.
—Bonnie, perdona, pero no creo en eso. Ya te he hecho perder bastante tiempo. Debería irme.
—No me has hecho perder el tiempo. Sólo deberías darme la oportunidad de comprobar si Adam pretende mandarte un mensaje.
Aún reticente, Nell se volvió a sentar. «Supongo que, al menos, le debo eso», pensó.
Pasaron unos minutos. Bonnie cerró los ojos y descansó su mejilla sobre la mano. Entonces, de pronto, meneó la cabeza como si tratara de escuchar algo o a alguien. Tras un corto espacio de tiempo, bajó la mano, abrió los ojos y miró directamente a Nell.
—Adam está aquí —dijo, con voz tranquila.
A pesar de su incredulidad, Nell sintió que un escalofrío le recorría todo el cuerpo. «Debo ser razonable —quiso convencerse—. Todo esto es una tontería». Trató de que su voz sonara tan firme como tranquila.
—¿Puedes verle?
—Por el ojo de la mente. Te está mirando con una expresión de amor inmenso, Nell. Te sonríe. Dice que es natural que no creas que esté aquí. Tú eres de Missouri.
Nell jadeó. «Soy de Missouri» era una expresión a la que recurría a menudo cuando Adam trataba de convencerla de que podía acabar amando la navegación.
—¿Tiene eso algún sentido para ti, Nell? —preguntó Bonnie Wilson.
Nell asintió.
—Adam quiere disculparse contigo, Nell. Me está comunicando que os peleasteis la última vez que estuvisteis juntos antes de su muerte.
«No le he contado a nadie lo que había sucedido esa mañana —pensó Nell—. A nadie en absoluto».
—Adam me dice que la culpa de la riña fue suya. Entiendo que parecía haber algo que tú deseabas hacer y él te lo estaba poniendo difícil.
Nell sintió cómo unas lágrimas hirvientes brotaban de sus ojos.
Bonnie Wilson permaneció sentada e inmóvil.
—El contacto se desvanece. Pero Adam todavía no quiere irse Nell, veo rosas blancas sobre tu cabeza. Son un símbolo de su amor por ti.
Nell no podía creer en sus propias palabras en el momento en que habló.
—Dile que yo también le quiero. Dile que siento mucho que nos peleáramos.
—Ahora vuelvo a verle con algo más de claridad. Parece satisfecho, Nell. Aunque dice que quiere que inicies un nuevo capítulo de tu vida. ¿Estás ante una situación que va a requerir todo tu tiempo y energías?
«La campaña», pensó Nell. Bonnie no esperó su respuesta.
—Sí, entiendo —murmuraba—. Dice: «Di a Nell que done toda mi ropa». Veo una habitación, con estantes y cubos…
—Siempre llevo la ropa que donamos a una tienda de segunda mano vinculada a la iglesia de nuestro barrio —dijo Nell—. Tiene una habitación como la que describes donde clasifican la ropa que reciben.
—Adam dijo que la deberías donar lo antes posible. Al ayudar a otros en su nombre, le ayudas a él a alcanzar una mayor plenitud espiritual. Y dice que debes rezar por él. «Recuérdale en tus plegarias —dice—, y libérale».
Bonnie hizo una pausa, mirando de frente, pero pareció no ver nada.
—Nos está dejando —dijo suavemente.
—¡Detenle! —Exclamó Nell—. Alguien hizo explotar su barco. Pregúntale si sabe quién fue.
Bonnie esperó.
—No me parece que nos lo vaya a decir, Nell. Eso significa que o bien no lo sabe, que ha perdonado a su asesino o que no quiere que te conviertas en un ser implacable.
Después de un instante, Bonnie sacudió la cabeza y miró directamente a Nell.
—Se ha ido —dijo sonriendo. Luego, de pronto, se agarró el pecho—. No, espera. Sus pensamientos parecen llegar hasta mí. ¿Te dice algo el nombre de Peter?
«Peter Lang», pensó Nell.
—Sí —dijo, con voz pausada.
—Nell, hay sangre goteando a su alrededor. No puedo estar segura de si eso significa que el tal Peter sea el autor. Pero tengo el convencimiento de que Adam está tratando de advertirte acerca de algo que tiene que ver con él. Te ruega que tengas cuidado con ese tal Peter, que estés en guardia…